LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XIX. HEARTACHE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXIV. HAUNTED.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
XXXVIII. IT CAN'T BE
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLIV. WE WERE SO CLOSE.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
LVII. U R
EPÍLOGO. LAST DANCE

XLVII. RECUÉRDAME.

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By wickedwitch_

R fue incapaz de mantenerme la mirada mucho más tiempo. Su acompañante, por el contrario, sonreía ampliamente y su mirada tenía un mensaje claro: «Victoria: me lo he follado, zorra». Era una lástima que creyera que R me importaba lo suficiente, que me había importado en el pasado, como para que pudiera sentirme herida por haberlos pillado en aquella guisa.

Esbocé una sonrisa de disculpa y me colé en el baño, esquivando a R y procurando mantener la mirada siempre centrada en el lavamanos. Había venido aquí porque necesitaba refrescarme del ambiente tan cargado del local, creyendo que R estaría en la pista de baile dando un espectáculo con Elsa.

Me había equivocado completamente.

Escuché a R moverse hacia la salida y pidiéndole a Elsa que lo acompañara, pero ella se negó en rotundo con el pretexto de que debía arreglarse un poco; noté la mirada de ambos clavada en mi espalda, pero seguí a lo mío.

No pude evitar quedarme petrificada cuando Elsa se acercó a uno de los lavamanos que había cerca de donde yo estaba; yo seguía manteniendo la vista clavada en mi reflejo, humedeciéndome la zona del escote y el cuello. Elsa se inclinó hacia el espejo y sonrió con suficiencia.

Íbamos al mismo curso y compartíamos clase, incluso la había invitado a mi cumpleaños por insistencia de Bonnie, pero jamás habíamos tenido una conversación propiamente dicha.

Elsa se recolocó la blusa que llevaba y se giró directamente hacia mí.

-A mí no me engañas con esa actitud de princesa de hielo, preciosa –me espetó de muy malas formas-. ¿Crees que así conseguirás que vuelva a meterse en tus bragas, zorra? Pues me temo que has escogido la estrategia equivocada.

Cerré el grifo con cuidado y me encaré a Elsa. No conseguía imaginarme a qué venía todo aquel numerito de amiga con derecho a roce posesiva y celosa y, por un momento, tuve miedo de que R pudiera haberle contado todo lo que mantuvimos en el pasado. Pero, de haberlo hecho, se estaría perjudicando a sí mismo.

Parpadeé varias veces con sorpresa.

-¿Perdona? –pregunté.

Elsa se inclinó en mi dirección con una sonrisa de suficiencia.

-Lo sé todo, cariño –me confesó en un tono condescendiente-. Aquella noche, en The Night, follamos en los baños y a él se le escapó tu nombre –ahogué un gemido de frustración que le hizo más amplia la sonrisa-. Tampoco hay que ser muy inteligente para sumar dos y dos, ¿eh?

Me pareció estúpido por mi parte negarlo cuando era tan evidente; alcé la barbilla, desafiante.

Procuré que Elsa no viera lo mucho que me había afectado escuchar de sus labios que había sido ella la persona con la que había estado R aquella noche, el día de mi cumpleaños, cuando Kendrick me había llamado para que pudiera ayudarle con su primo.

-Entonces sabrás que eso ya se terminó –dije lentamente-. Fui un pasatiempo más y un nombre que añadir a su interminable lista. Fin de la historia.

Intenté moverme hacia la salida, pero Elsa me cortó el paso con una sonrisa cruel.

-Exactamente, zorra –coincidió-. Pero conozco a muchas chicas como tú, que pretenden llamar una y otra vez su atención cuando su interés por ellas ya se ha agotado; piensas que mostrándote así de fría con él vas a conseguir que regrese con el rabo entre las piernas. Se ha cansado de ti, cariño, ríndete de una puta vez. ¿No tienes suficiente con Patrick Weiss? –finalizó con una sonrisa triunfal.

«Oh, yo ya me rendí hace tiempo», dije para mis adentros. Precisamente el mismo día que Romeo Beckendorf apareció de nuevo en mi vida, tras cuatro meses sin dar señales de vida y con un discurso que me hizo demasiado daño; era evidente que R no sentía el más mínimo interés por mí y que lo único que quedaba en su lugar era una rabia y ansia por hacerme sufrir que no lograba entender del todo.

Me alisé el vestido, dispuesta a dar por zanjada allí mismo aquella conversación con Elsa.

-Cariño, por mí podéis hacer lo que quieras –respondí-. Dudo que consigas mucho más que nosotras. Al final, también se aburrirá de ti; serás otro nombre en su lista y R encontrará a otra chica a la que perseguir mientras tú lloriqueas.

Elsa dio un paso atrás y yo aproveché esa oportunidad para tratar de salir de allí. Las garras de Elsa se clavaron en mi brazo, frenándome y obligándome a que me girara de nuevo en su dirección; parecía tener aún ganas de guerra.

La chica me miró con desprecio y desdén.

-No sé qué pudo ver en una chiquilla de diecisiete años como tú –me escupió-. Es evidente que no tenías ni idea de cómo le gustaban las cosas a R, ¿verdad? Quizá por eso decidió dejarte...

Me mordí el interior de la mejilla para contrarrestar el dolor que me habían causado las insidiosas palabras de Elsa. Era cierto que mi experiencia no podía comparársele a la de R, o a la de la propia Elsa por los dos años que me sacaban, pero había creído firmemente que, durante el tiempo que estuvimos juntos, había logrado hacer feliz a R. ¿Acaso estaba equivocada? ¿Era ése el motivo por el cual R había decidido desaparecer aquellos cuatro meses?

Me desembaracé de Elsa y su rostro se iluminó. Sabía que había logrado dejarme fuera de juego con aquella insinuación y que yo no tenía réplica posible para poder defenderme de su acusación.

Le dirigí una mirada malhumorada.

-Déjame en paz de una puta vez –le advertí mientras salía del baño.

La risa cruel de Elsa me siguió desde los baños hasta que conseguí alcanzar la barra que había en la planta baja. La camarera que se encargaba de ella se dirigió apresuradamente hacia donde yo me encontraba y me echó un rápido vistazo antes de sonreírme con amabilidad; no se me había pasado por alto el brillo de compasión que había visto en sus ojos castaños.

Pedí lo primero que se me pasó por la cabeza y me esperé a que la chica se alejara de mí lo suficiente para poder pasarme los dedos por debajo de los ojos, comprobando que el maquillaje siguiera en su sitio.

El enfrentamiento en los baños femeninos con Elsa me había dejado agotada mentalmente, incapaz de poder construir de nuevo los muros que había levantado para hacerle frente a R; me apoyé sobre la barra y suspiré. Hasta el momento en el que había aparecido R acompañado por Elsa no había sido consciente del plan que se había gestado tras aquella aparente inocente invitación a que saliéramos como en los viejos tiempos; Marko había saludado efusivamente a R como si ambos lo hubieran estado esperando desde el principio.

Tanto Bonnie como Marko habían maquinado aquella salida en grupo. Pero ¿para qué? ¿Acaso Bonnie había creído que existía alguna posibilidad de que las cosas volvieran a como estaban antes del accidente? Me apunté mentalmente mantener una seria conversación con mi mejor amiga sobre su extraña obsesión a parecer Cupido.

La camarera dejó mi bebida frente a mí y se despidió con una amable sonrisa.

Le di un sorbo y llegué a la conclusión de que aún no estaba lo suficientemente bebida para poder olvidar lo mal que había ido la noche. Pero me trajo a la memoria el hecho de que, con apenas diecisiete años, ya estaba prometida y con una boda prevista para el mes próximo; volví a beber del vaso mientras daba un rápido repaso a cómo había ido decayendo mi vida progresivamente desde que había decidido asistir a la fiesta de máscaras que había montado Patrick.

Pero aquella situación no iba a durar mucho más. Solamente debía aguantar hasta que le llevara la pila de documentos que había recabado sobre las actividades ilegales de mi padre.

Alguien empezó a darme golpecitos en el codo. Me giré hacia mis espaldas y pillé a un chico bastante atractivo sonriéndome desde la silla que tenía al lado de la barra; el chico se inclinó hacia mí y dijo:

-¿Qué hace una preciosidad como tú tan solita?

Una parte de mí me instaba a que me cogiera mi bebida y regresara junto a Bonnie y a Marko; otra parte, la herida, me instó a que le siguiera la corriente un poco más. A que recuperara un poco de los viejos tiempos.

Me recoloqué en mi asiento y le sonreí con coquetería.

-Me han abandonado –mentí e hice un puchero.

El chico se echó a reír entre dientes y acercó su silla a la mía. Después me tendió la mano.

-Soy Matt –se presentó.

Le estreché la mano.

-Vi –respondí.

Matt enarcó una ceja con curiosidad.

-¿Vi? –repitió-. ¿Es algún diminutivo o...?

Negué con la cabeza, divertida con todo aquel juego. La ventaja de haber ido al Red era que pocas personas podrían reconocerme; allí podía tener el anonimato que tanto había deseado.

Matt apoyó un antebrazo en la barra, inclinado hacia mí. Tenía una sonrisa bonita y unos ojos marrones cálidos, además de un pelo castaño desordenado; era un tipo atractivo y, al parecer, divertido. Quizá la noche no estaba tan perdida como había creído en un principio.

-¿Me dejas que te invite a algo? –me preguntó con cierta timidez.

La invitación se extendió hasta cinco rondas más, compartiendo anécdotas y riéndonos como dos idiotas. Había dejado a elección de Matt las copas y tenía la vaga sensación de estar flotando en una nube; parte de mi boca estaba entumecida y tenía parte de mi maquillaje corrido por el ataque de risa que me había entrado cuando Matt me había confesado que había tenido que ducharse en un vestuario femenino por una apuesta que había perdido con sus amigos.

Ni siquiera me inmuté cuando el chico se tomó la confianza de apoyar su mano sobre mi muslo. Ambos estábamos hasta arriba de alcohol y, suponía, con las mejillas enrojecidas a causa de la gran cantidad que habíamos ingerido mientras nos conocíamos un poco mejor.

-Necesito salir a fumar –me explicó-. ¿Quieres acompañarme?

Asentí con energía y me colgué de su brazo mientras Matt me enroscaba la cintura con el brazo que tenía libre y lo bajaba hasta aferrarme con su manaza mi culo; puse los ojos en blanco mientras nos dirigíamos hacia la salida. Fuera había comenzado a refrescar y no había nadie haciendo cola para entrar; Matt me guió hacia uno de los callejones laterales de la discoteca y me ayudó a que apoyara la espalda contra la pared.

Sacó una cajetilla de tabaco y yo me incliné para robarle un cigarrillo; Matt me miró con diversión y me tendió el mechero encendido para que me lo encendiera.

Di una fuerte calada y permití que el humo llenara mis pulmones. No era la primera vez que fumaba, ya que Jonnhy, el antiguo novio de Bonnie, nos había iniciado en ese mal hábito; observé a Matt darle una calada al suyo y le sonreí.

Matt me devolvió la sonrisa, inclinándose hacia mí.

-Hay una carrera de coches dentro de un par de horas –me confesó, echándome el humor de su cigarrillo-. Y me gustaría que me acompañaras.

Me eché a reír y le rodeé el cuello con los brazos, instándole a que se acercara mucho más a mí.

Sus labios rozaron levemente los míos y sentí un cosquilleo por todo el cuerpo. En aquellos momentos no me importaba lo más mínimo lo que pudiera sucederme de enterarse de esto Patrick.

-Eh, amigo –exclamó alguien a nuestra derecha.

Ambos giramos la cabeza en esa dirección para toparnos con un R bastante cabreado. Puse cara de fastidio y volví a centrarme en Matt, exigiéndole que me prestara de nuevo toda su atención y que ignorara a ese imbécil.

-Olvídale –le pedí, tratando de acercarlo más a mis labios.

Escuché los pasos de R acercándose hacia donde nos encontrábamos, pero decidí ignorarlo. Matt volvió a inclinarse hacia mí con intención de besarme.

-Yo que tú me pensaría dos veces la idea de besarla porque, de hacerlo, vas a acabar con tu cara estampada contra la pared –amenazó R.

Aquello pareció disuadir a Matt de sus intenciones iniciales y se separó más de mí. Giré la cabeza hacia R y lo fulminé con la mirada; el muy idiota parecía estar en su salsa, con ese aspecto de recién follado. Estreché la mirada, buscando a Elsa por los alrededores.

Al parecer, R había decidido actuar solo sin la compañía de su zorra semanal.

-¿Por qué no puedes meterte en tus putos asuntos, R? –me quejé y Matt abrió los ojos como platos.

-¿Eres el famoso R? –preguntó, boquiabierto.

R sonrió con suficiencia.

-El mismo –le confirmó-. Y, como no apartes tus manos de ella, esta noche dormirás en el hospital.

Antes de que retrocediera, aferré a Matt por la camiseta que llevaba y le lancé una mirada desafiante a R, invitándole a que hiciera algún movimiento. Matt tragó saliva con esfuerzo, asustado por el panorama que se le presentaba.

-Voy a acompañarle a una carrera –le informé-. Así que ya puedes irte por dónde has venido.

Ahora fue el turno de R de abrir los ojos desmesuradamente por la sorpresa. Un segundo después había regresado su rostro serio.

-Participaré –sentenció, hablando con demasiada seguridad y petulancia.

-¿¡Qué!? –exclamamos Matt y yo a la vez.

R se encogió de hombros.

-Ya me has oído, chico: quiero participar –cruzó en dos zancadas la distancia que nos separaba y quitó a Matt de en medio. Esbozó una sonrisa forzada-. Y ella será mi acompañante.

Matt sacó de inmediato su móvil para realizar una llamada. Se apartó de donde nos encontrábamos, pero fui capaz de entender algunas frases: Matt había llamado a la persona que había organizado todo aquello para informarle de que iba a haber un corredor más.

Le trasladó la información después a R, que me agarró del brazo y tiró de mí como si fuera una niña pequeña. Fulminé a R con la mirada mientras taconeaba patéticamente tras él, sintiéndome cada vez más humillada; Matt parecía haberse olvidado por completo de mí y charlaba animadamente con R sobre la carrera que iba a celebrarse.

R se despidió con un gesto de mano de Matt y me instó a que acelerara el paso hacia una hilera de coches que había cerca del Red. Una vez desapareció Matt, clavé los tacones en el asfalto, oponiendo resistencia a que R siguiera tratándome como si fuera una muñeca.

R me miró con sorpresa y enfado. Tiré de mi brazo para intentar que me soltara, pero sus dedos se clavaron con más fuerza en mi piel.

-¡Ya estoy harta! –chillé, logrando que una pareja que pasaba por la acera de enfrente se girara hacia nosotros, sobresaltados-. ¿No has tenido suficiente con el numerito del baño ahí dentro? ¿También quieres joder lo que queda de mi noche? ¡Eres un egoísta! –le grité.

R observó a la pareja, que se había detenido para ver qué sucedía, y tiró de mi brazo con insistencia. Entrecerré los ojos cuando la luz de la farola me permitió ver la cantidad de chupetones que tenía repartidos por el cuello y por debajo de su mandíbula; volví a recordarme las tensas discusiones que habíamos mantenido las pocas veces que nos habíamos visto a solas, acrecentando el odio que parecía haber nacido de su continuo rechazo.

-No montemos aquí ningún espectáculo, por favor –me pidió, sin apartar la mirada de las dos figuras inmóviles.

Esbocé una sonrisa cruel, deseando hacérselo pasar verdaderamente mal. Empecé a revolverme y a golpearle mientras lanzaba chillidos pidiendo ayuda; vi con satisfacción que el chico se había inclinado hacia su acompañante para decirle algo y que dio un paso en nuestra dirección. Le di más fuerza a mis gritos mientras R me miraba horrorizado.

-¡Por favor! –me suplicó R, alzando la voz para hacerse oír por encima de mis gritos-. Por favor, Genevieve; no me lo pongas más difícil.

-Eres un puto cabrón egoísta, Romeo Beckendorf –le susurré al oído.

Su rostro se contrajo en una mueca y ambos reanudamos la marcha; no miré hacia atrás para ver la reacción de la pareja, simplemente eché andar en dirección a R. Sus hombros estaban encorvados y llevaba las manos metidas en los bolsillos, un acto de confianza en que yo no echaría a correr para huir de él. De todas formas, tal y como había sucedido en una ocasión, mis tacones me impedirían ponerme a salvo de su presencia.

No me quedaba otra opción que seguirle hasta que la situación se volviera favorable a mí.

R sacó las llaves y unas luces relampaguearon con un pitido. Me quedé sorprendida al comprobar que había decidido sustituir a su Alfa Romeo por un Maserati de color negro; R se dirigió en primer lugar a la puerta del acompañante y me la sostuvo, sus ojos grises me observaban con cautela.

-No me obligues a meterte ahí por la fuerza –casi llegó a suplicarme.

¿Qué había cambiado en él desde que lo había dejado en el baño hasta que me había encontrado con Matt en el callejón? Sus ojos se habían enrojecido más que al principio, como si hubiera estado bebiendo más alcohol... o estuviera a punto de echarse a llorar allí mismo.

Me apoyé en el lateral del coche y lo contemplé con una perversa diversión. Estaba encantada de verlo tan hundido en un pozo del que yo apenas había logrado salir aún; estaba encantada de que, por una vez, se hubieran invertido nuestros papeles. Quería que R pudiera comprobar en primera persona lo que se sentía cuando lo habías perdido todo, cuando no te quedaba nada más que un hondo agujero en el pecho.

El alcohol que había tomado aquella noche también me ayudaba a ser mucho más valiente y a mostrarme mucho más resuelta. De haber estado sobria, posiblemente hubiera empezado a balbucear como un bebé sin oponer la más mínima resistencia; le habría demostrado que él aún mantenía su influjo en mí.

-¿Y si no quiero hacerlo? –le provoqué, cruzándome de brazos-. Me has jodido esta noche, me has jodido mi salida con Bonnie.

Cerró los ojos y se frotó la frente.

-Sé que la he jodido esta noche pero, por favor,...

-Siempre lo jodes todo, R –le corregí con una sonrisa satisfecha-. Incluso a Elsa Brooks en los baños del Red.

Eché la cabeza hacia atrás para soltar una sonora y larga carcajada, divertida por mi broma. El rostro de R se contrajo de nuevo en una mueca de dolor, observé sus nudillos y comprobé que se habían puesto blancos.

-Sube –me ordenó.

Parecía haberse aburrido de su estrategia de chico dolido, ya que me miró fijamente y volvió a cogerme por el brazo para empujarme al interior del coche; mis risas se hicieron mucho más histéricas cuando reboté contra el asiento y R se encargó de cerrar de un portazo.

Observé cómo bordeaba el morro del vehículo y se metía en el asiento del conductor con un golpe igual de fuerte y malhumorado como el anterior; tuve que taparme la boca para ahogar el ataque de risa que me había entrado. R me miró de refilón como si me hubieran salido dos cabezas.

Acaricié el cuero de mi asiento y miré tímidamente a R, que respiraba entrecortadamente a mi lado.

-¿Te has follado aquí también a Elsa? –le pregunté, estudiando su reacción-. ¿Antes de venir al Red has decidido echarle un polvo en este coche, sobre estos mismos asientos?

R metió la llave en el contacto y arrancó el vehículo con violencia. Parecía molesto con mis osadas preguntas, con la insinuación que venía implícita en ellas. El hecho de que quería saber si, durante todo aquel tiempo, había sido Elsa la persona con la que había decidido acostarse, fuera cual fuera el motivo que se escondiera detrás de ello.

Miré su brazo moverse hacia la palanca de marchas y cómo la movía para meter primera.

-No, Genevieve –negó con la cabeza mientras nos dirigíamos a una zona apartada de los muelles que conectaban directamente con el Centro-. No me la he follado en el coche, ¿¡vale!?

Hice una mueca al escuchar el grito de R. Su enfado era más que palpable en el ambiente y en su forma de conducir; me encogí de hombros y giré la cabeza para mirar lo que sucedía al otro lado de la ventanilla. La zona de los muelles a la que nos dirigíamos estaba en pleno apogeo con vehículos aparcados por doquier cuyos equipos de música tronaban mientras la gente bailaba a su alrededor.

Me atreví a espiar a R y comprobé que su ceño se había fruncido. No había conectado en ningún momento el sistema GPS del coche y no había dudado ni un segundo a la hora de dirigirse al sitio que le había indicado Matt.

-No es la primera vez que vienes aquí –afirmé y R desvió la mirada unos segundos para mirarme fijamente.

-No, esta no es la primera vez –reconoció.

Enarqué ambas cejas, invitándolo a que siguiera hablando. R soltó un hondo suspiro.

-En ocasiones veníamos aquí con Kendrick –siguió explicándome-. Para divertirnos y porque esto era mucho mejor que las aburridas fiestas del Centro donde tenías que estar sonriendo toda la puta noche, fingiendo que todo iba estupendamente. Además, aquí conseguíamos algo de dinero con las apuestas, nada que ver con las fiestas del Centro –repitió-. Esto me ayudaba a alejarme de toda la mierda que me rodeaba día a día. A alejarme de quien soy.

R apagó el motor y dejó el coche al lado de un Audi que se parecía terriblemente al que tenía Patrick; no pronunció una palabra más, pero me lanzó una mirada en la que me instaba a que me quedara en el coche mientras él se reunía con las personas que habían montado todo aquello.

Lo observé a través del cristal, charlando y estrechando manos con aquellos chicos que estaban rodeados de chicas con trajes diminutos que enseñaban demasiada piel de sus cuerpos; cogí el bolso que había traído conmigo y saqué el móvil.

Tenía varias llamadas y mensajes de Bonnie. Parecía estar al borde del colapso no saber dónde estaba.

Decidí llamarla para tranquilizarla.

-¿Dónde coño estás? –exclamó mi amiga al otro lado de la línea con demasiada ferocidad. Estaba aún dentro del Red porque era capaz de escuchar el ruido de la música al fondo.

Me entró la risa floja.

-En una carrera ilegal de coches –respondí.

-¿¡Qué!? –chilló Bonnie-. ¡Oh, Dios mío, dime ahora mismo dónde estás y vamos a por ti de inmediato!

Hice un aspaviento con la mano y recordé que Bonnie no podía verme. El alcohol que aún circulaba por mis venas me había desatado la lengua y era incapaz de callarme nada de lo que había sucedido aquella noche.

-Pillé a R y a Elsa en los baños, recién follados –ella ahogó un grito de horror que me animó a continuar-. Y, ¿sabes qué es lo peor de todo?, que Elsa lo sabía lo mío con R porque cuando se la folló en otra ocasión dijo mi nombre. ¿No es ridículo todo esto? Me fui a la barra a beber algo y me encontré con un tipo de lo más interesante que se llamaba Matt... Estábamos a punto de enrollarnos cuando apareció R y empezó a amenazar al pobre Matt; entonces fue cuando le dije que iba a ir con Matt a una carrera de coches y R se negó, diciendo que él iba a participar y que yo iba a acompañarle –cogí aire mientras Bonnie guardaba silencio al otro lado de la línea-. ¡Y empecé a chillar en mitad de la calle! Tendrías que haberle visto la cara a R, Bonnie. ¡Era para morirse!

-Entonces, ¿me estás diciendo que estás en una carrera de coches ilegales con R? –se cercioró y no pude evitar creer que sonaba esperanzada.

Apoyé los zapatos de tacón sobre el salpicadero mientras observaba a R pasarle un fallo de billetes a un hombre que parecía ser el organizador de todo esto.

-Sí, Bonnie –asentí-. Nos vemos luego, tengo que colgar. Adiós.

No pude escuchar la multitud de advertencias de Bonnie porque colgué a toda prisa, guardando mi teléfono en el bolso y sacando esta vez un par de billetes. A R se le descolgó la mandíbula cuando me vio contonearme hacia ellos con una sonrisa pícara.

Como allí no conocía a nadie, decidí entrelazar mi brazo con el de R, que parecía querer meterme de cabeza otra vez en el coche.

El chico que había cogido los billetes que le había tendido antes R me dirigió una exhaustiva mirada, entreteniéndose en el bajo de mi vestido y en mis pechos; mi sonrisa se hizo mucho más amplia.

-¿Me he perdido algo? –pregunté, zalamera.

El chico se echó a reír entre dientes.

-Tu amiguito estaba dándome la cuota para poder participar en la carrera –me contó-. ¿Quieres apostar algo, preciosa?

R lo fulminó con la mirada.

-Pitts –dijo con un tono de advertencia.

-Vamos, R –se burló-. Deja que la chica hable por ella sola. Tiene boca para hacerlo, ¿no?

Agradecí que Pitts saliera en mi defensa y le enseñé los billetes que había sacado de mi cartera; los ojos del chico brillaron de codicia al ver el dinero y casi empezó a babear frente a nosotros.

-¿Me permitirías unirme a la apuesta? –pregunté con coquetería.

Pitts sonrió con socarronería, divertido por mi rebeldía.

-Por supuesto, cariño –aceptó, dejando su mirada clavada en mis pechos de nuevo durante unos segundos-. ¿Por quién quieres apostar?

Me incliné en su dirección, dándole un primer plano de mi escote. Aquello era de lo más divertido.

-¿Por quién crees que debería apostar? –repliqué.

Pitts se golpeó con el índice en la barbilla.

-Veamos –empezó, pensativo-. Por un lado tenemos a Amber McDaniel, quien se ha añadido recientemente a todo esto y parece ser bastante buena; luego está Omar Polley, quien ha estado ganando estas últimas carreras; Jerry Henley tampoco lo hace mal... -lanzó una burlona mirada a R-. Pero yo apostaría por tu amiguito R. Es toda una leyenda por aquí, aunque hace tiempo que no lo veíamos aparecer por estos lares...

Le tendí los billetes con una amplia.

-Entonces apuesto por R –declaré y Pitts me quitó los billetes de la mano con una amplia sonrisa.

-Ya es suficiente –intervino R.

No tuve oportunidad de decir nada más porque R empezó a arrastrarme hacia el coche. Una vez estuve instalada en el asiento del copiloto, con el cinturón de seguridad correctamente colocado sobre mi pecho y regazo, R me lanzó una airada mirada mientras maniobraba para colocarse en la línea de salida.

Un Ferrari rojo y un Lexus plateado nos flaqueaban por ambos lados. Eché un vistazo al conductor del Ferrari y comprobé que era una chica. Amber McDaniel, según me había dicho Pitts.

R bufó y golpeó el volante con violencia.

-¡No sé en qué coño estabas pensando cuando decidiste meternos en todo esto! –me recriminó, muy enfadado.

Me crucé de brazos y fingí un bostezo de aburrimiento.

-Nada de esto estaría sucediendo si hubieras decidido meterte en tus propios asuntos y me hubieras dejado con Matt –hice notar.

R abrió la boca para responderme, pero una chica ataviada con unos shorts vaqueros y una camisa a cuadros anudada bajo el pecho se colocó en mitad de la pista y levantó un pañuelo de color rojo. Los motores de los coches rugieron y observé a R tragar saliva mientras mantenía la vista clavada en el pañuelo que sostenía la chica.

-Agárrate, esto está a punto de comenzar –me ordenó R.

Me aferré al asiento y cogí aire. Observé a cámara lenta cómo el pañuelo rojo caía lentamente al suelo y me vi impulsada hacia el asiento mientras escuchaba a mi alrededor el acelerón que daban los otros participantes; se me escapó una risita divertida mientras R trataba de adelantar al Ferrari rojo.

El Lexus plateado se interpuso justo cuando R había conseguido desembarazarse del Ferrari; escuché cómo R profería un insulto y cómo giraba el volante para, después, cambiar de marcha.

Jamás en mi vida me había divertido tanto y, en parte, era debido a la gran parte de alcohol que aún corría libremente por mi riego sanguíneo; no pude controlar un ataque de risa cuando R consiguió ponerse a la altura del Lexus y veía por el espejo retrovisor un Audi acercándose peligrosamente por el culo del coche.

-¡A tu izquierda! –chillé, señalando el Infiniti granate que había decidido cerrarnos el paso.

De repente, fue como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Mi pecho se contrajo en un espasmo doloroso al recordar cómo dos coches negros nos habían perseguido cuando R y yo habíamos tratado de huir hacia el aeropuerto. Tragué saliva cuando R hizo un quiebro demasiado peligroso y consiguió ponerse en cabeza; toda la diversión que había sentido antes había desaparecido por completo.

Ahora lo único que quería era que detuviera el maldito coche.

Se me escapó un gemido ahogado que llamó la atención de R. Sus ojos grises me observaron con una mezcla de desconcierto y temor; alzó una mano en mi dirección, pero yo la aparté de un golpe mientras me encogía en mi asiento.

El estómago me dio un vuelco que no podía significar nada bueno.

La mirada de R alternaba entre la carrera y mi rostro.

-Eh... Oye –intentó hablarme, pero me tapé la cara con las manos y escondí la cabeza entre mis rodillas.

-¡Céntrate en la puta carrera! –le chillé en respuesta.

R dio un acelerón y apreté los dientes. Mi cuerpo se movía de un lado a otro mientras R trataba de adelantar a la gente y ponerse en cabeza; mi mente, por el contrario, no dejaba de repetir en mi cabeza lo que había sucedido en el accidente, supliendo y rellenando el hueco que había dejado.

Chillé con toda la fuerza de mis pulmones cuando el coche frenó de golpe, lanzándome hacia la luna delantera del vehículo. Creí que iba a atravesarla, pero mi cuerpo rebotó contra el cinturón de seguridad y, después, contra el asiento.

Estaba temblando y tenía las mejillas mojadas.

Las manos de R cogieron mis muñecas y tiraron lentamente de ellas para que me destapara la cara. Obedecí sin oponer resistencia alguna; los ojos de R me contemplaron con preocupación.

-Quédate un momento aquí –me pidió con suavidad-. Ahora mismo vuelvo.

Me quedé clavada en el asiento, observando a R salir del coche para reunirse con el resto de participantes, que lo recibieron con palmadas en la espalda y aplausos; Pitts apareció de la nada, con un gesto malhumorado, y le tendió un buen fajo de billetes que R aceptó gustosamente.

Entonces empezaron a sonar las sirenas y cundió el pánico.

R echó a correr hacia el coche, que se lo había dejado en marcha, cerrando la puerta apresuradamente y lanzando su premio a mi regazo mientras apretaba el acelerador y salíamos despedidos hacia delante.

Me aparté algunos mechones de la cara.

-¿Qué... qué está sucediendo? –pregunté sin aliento.

R giró el volante con violencia hacia la izquierda y yo me estampé contra la puerta. La mirada de R alternaba entre el frente y el espejo retrovisor; el sudor bajaba por su frente y su nuez se movía arriba abajo cada vez que tragaba saliva.

-La policía –respondió en el mismo tono-. Alguien ha avisado a la policía.

«Y tendríamos muchos problemas de habernos pillado allí», completé en silencio mientras R conducía como un auténtico perturbado, adelantando coches y metiéndose por calles que no debía.

Me encogí sobre el asiento y cerré los ojos, tratando de controlar el latir descontrolado de mi corazón.

Cuando R frenó lo hizo con mucha más suavidad que antes. Escuché cómo soltaba un suspiro de alivio y se removía en su asiento; opté por abrir los ojos y sacar mi móvil. Observé con horror la hora en la pantalla y mis dedos temblaron cuando desbloqueé el terminal, comprobando que solamente tuviera mensajes de Bonnie.

Después me fijé en el fajo de billetes que tenía sobre las piernas y miré a R con indecisión.

-¿Qué es todo esto? –quise saber.

R sonrió sin una pizca de humor.

-Nuestras ganancias –respondió-. Tu parte por las apuestas y la mía por haber ganado.

Sonreí con ganas.

-No parecía que Pitts estuviera muy contento –observé, recordando la cara que había puesto al entregarle el dinero a R.

Él se encogió de hombros.

-Intentó que nos echaran de la carretera, Genevieve –me confesó-. Ese tipo nunca ha jugado limpio y hoy no iba a ser una excepción. Y luego tú... -su voz se apagó al recordar el ataque de histeria que había tenido en mitad de la carrera.

-No era mi intención distraerte –me disculpé y cogí aire-. ¿Te importaría llevarme a casa, por favor? Estoy agotada...

Y hundida emocionalmente. La borrachera se había disipado y el peso en el pecho se había vuelto más fuerte y difícil de ignorar; apreté los dientes cuando rememoré lo que me había encontrado al ir al baño del Red y la cara de petulancia de Elsa cuando me había dicho todas esas cosas.

Me froté la frente, tratando de pensar con claridad. Lo primero que tenía que hacer era llegar a casa y comprobar que Patrick aún no hubiera llegado; después me daría una larga y relajante ducha para meterme, por último, en la cama.

-No... no podemos irnos –me informó R-. En estos momentos la policía está controlando todas las carreteras que van desde los muelles. Podrían descubrirnos. Un coche como éste es demasiado llamativo –trató de explicarse como bien pudo.

-Oh, Dios –suspiré con resignación-. Estoy acabada.

R me echó un rápido vistazo antes de desviar la mirada hacia la pantalla de su móvil. Me pregunté si estaría mandándole un mensaje a Elsa recordando lo que había sucedido entre ellos en los baños o burlándose de mí.

Un silencio incómodo llenó todo el vehículo. Yo me removí incómoda en mi asiento, R empezó a toquitear la pantalla del salpicadero; después de un buen rato, R se giró hacia mí de nuevo, mirándome con demasiada intensidad.

Lo observé coger aire y soltarlo lentamente.

-No me follé a Elsa en los baños –me confesó.

Alcé ambas cejas y solté una incrédula carcajada.

-¿Y qué estuvisteis haciendo? –me burlé-. ¿Jugar a las cartas?

R bajó la mirada, avergonzado.

-No fue como tú piensas –reconoció-. Pero que sucedió algo entre nosotros...

Me giré hacia él furiosa.

-¡Deja de andarte con rodeos! –le espeté, haciendo aspavientos con los brazos en el reducido hueco el coche-. ¡Me importa una puta mierda si quisiste follártela para recordar lo que sucedió aquella vez en The Night, ¿vale?! Tú y yo... -cogí aire y lo intenté de nuevo-. Por mí puedes hacer lo que quieras, R. Y creo que no es necesario que sigas mintiéndome. Ni siquiera tienes por qué justificarte conmigo.

Los ojos de R me observaron rabia y dolor.

-¡Me la chupó, por Dios! –estalló y yo entorné los ojos-. Quise follármela, sí. Reconozco que quise hacerlo para sentirme bien conmigo mismo y porque creía que con eso iba a hacerte daño a ti. ¡Pero no pude, joder! –golpeó el volante con ambas manos-. No pude... -repitió en un susurro.

Me aparté de él pegándome a la puerta y lo observé. En aquella ocasión, aunque no me lo había dicho directamente, también sospeché que lo que había sucedido en los baños de esa discoteca había sido porque quería hacerme daño; R, a pesar de haberme asegurado que no quería tener nada que ver conmigo, había tratado de herirme haciendo lo que mejor se le daba: acostarse con chicas.

R alzó la mano de nuevo y yo la aparté de un manotazo.

-No. Me. Toques –le advertí.

Los ojos de R se humedecieron y bajó la cabeza hasta apoyar su frente contra el volante. Sus hombros se convulsionaron y mi pecho se estremeció de pena cuando escuché el primer sollozo; era la primera vez que veía a R en ese estado. Dejé que R sacara todo lo que llevaba dentro y me mantuve en silencio, escuchando los sollozos ahogados que dejaba escapar mientras lloraba. Ni siquiera me atreví a intentar consolarlo poniendo mi mano sobre su espalda, como siempre hacía Davinia conmigo cuando me abandonaba al llanto.

R sorbió sonoramente por la nariz.

-Sé que crees que durante todo este tiempo he estado disfrutando de unas bonitas y relajantes vacaciones, pero no es así –comenzó a relatarme con un tono ronco y destrozado-. Estuve en la Academia Militar... Durante estos cuatro putos meses he estado allí encerrado, sin poder tan siquiera decirte lo mucho que sentía todo lo que había pasado –lo escuché coger aire-. Mi padre me prohibió que volviera a tener ningún tipo de relación contigo porque Marcus Clermont le había amenazado con desvelarle a todo el mundo que yo había tratado de abusar de ti –ahogué un grito de horror y R soltó una risa-. Me esforcé por hacer que me odiaras. Creí que eso me facilitaría las cosas... pero no puedo. Oh, Dios, me odio tanto... Me odio por no haberte creído cuando me contaste lo del accidente y me odio por no haber estado aquí para apoyarte.

»He intentado que te alejaras de mí... de hacer todo lo que esperan que haga que estoy cansado. He perdido a mi primo y mi madre está enferma. No quiero perderte también a ti. No podría soportarlo.

Me obligué a moverme, a coger a R por la manga de la camisa que llevaba para llamar su atención. Él ladeó la cabeza, mostrándome sus ojos grises enrojecidos e hinchados debido al llanto.

Se me partió el corazón más al verlo tan vulnerable y perdido.

Me dolió descubrir los verdaderos motivos que me había ocultado ante su repentino cambio de humor conmigo.

-Estoy aquí –le dije con suavidad.

Su mirada me recorrió el rostro.

-Pero ¿por cuánto tiempo? –me preguntó.

Parecía muy perdido, asfixiado por todos los problemas que rodeaban su vida.

Por todas las pérdidas que había tenido que soportar en tan poco tiempo.

-Por el que haga falta –mentí.

En aquellos momentos no quise adelantarme a los acontecimientos. No quería lanzarme de cabeza de nuevo a los brazos de R para que luego volviera a hacerme daño; seguía herida por todo lo que había hecho a mis espaldas, aunque hubiera sido para protegerme. No quería volver a ese círculo en el que me había visto atrapada donde era feliz cuando las cosas iban bien y estaba al borde del llanto cuando R decidía recluirse en su coraza.

Pero no era el momento adecuado para decírselo.

-Te quiero –musitó R y suspiró-. Me hubiera gustado haberte dado una boda en condiciones pero... ahora...

Traté de sonreír, intentando aflojar el nudo que se había comenzado a formarse en mi garganta.

-No estamos casados, R –le expliqué-. Mi padre se encargó de eliminar todos esos documentos y, de todas maneras, hubiera sido un matrimonio ilegal. Lo que pasó en ese despacho no existió...

-Pero tú vas a casarte con Patrick –apuntó R.

Ahora fui yo quien suspiró.

-Me comporté como un gilipollas... Me comporto como un gilipollas –se corrigió a sí mismo-. No te merezco. Incluso sé que ahora estás haciendo un esfuerzo enorme por mirarme a la cara a pesar de lo mucho que me odias...

Me esforcé por sacarlo de su error. Era cierto que estaba resentida con él, pero no lo odiaba...

-No te odio –le aseguré.

R se inclinó para besarme y, durante unos breves y gloriosos segundos, deseé que lo hiciera. Moví mis manos hasta su pecho para detenerlo y él me miró con sorpresa y dolor, como si no entendiera por qué lo había hecho.

Negué varias veces con la cabeza.

-No pienso hacer nada contigo, R –hice una breve pausa-. No pienso ser tu segundo plato después de haberte follado a Elsa Brooks en los baños del Red.

R retrocedió como si mi contacto le hubiera quemado y apoyó la nuca sobre el reposacabezas de su asiento. Cerró los ojos y apretó la mandíbula con fuerza; comprendía su enfado y decepción ante mi negativa, pero él debía entender que no estaba dispuesta a volver a cometer los mismos errores del pasado.

Necesitaba tiempo para poner en orden mis ideas.

-¿Podrías llevarme a casa ahora, por favor? –le pedí con educación.


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