LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XIX. HEARTACHE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXIV. HAUNTED.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
XXXVIII. IT CAN'T BE
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVII. RECUÉRDAME.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
LVII. U R
EPÍLOGO. LAST DANCE

XLIV. WE WERE SO CLOSE.

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By wickedwitch_

Supongo que era un poco gilipollas.

O un masoquista.

O las dos a la vez.

El pasillo que comunicaba ambos apartamentos era lo suficientemente espacioso como para poder escuchar perfectamente cuando alguien llegaba a aquella planta; había sido testigo de la llegada de la feliz pareja apenas unos minutos antes, mientras yo me quedaba tumbado en mitad del pasillo de la entrada con la mirada fija en el techo, dejando el tiempo pasar.

Además, tenía que reconocer que compartía pared con el apartamento de Patrick. Una pared que parecía estar hecha de papel, ya que, en ocasiones, era capaz de escuchar lo que sucedía al otro lado.

Y comencé a odiar esa proximidad cuando escuché los primeros gemidos. Debido al control que había conseguido en la Academia Militar logré ignorarlos, pensar en cualquier otra cosa; pero todo aquello se fue a la mierda cuando el cabecero empezó a chocar contra la pared y el volumen de los gemidos y gritos de ambos se elevó hasta llenar toda la habitación.

Había dado por supuesto que en los cuatro meses que habíamos pasados separados eso había servido para unir, de algún modo, a Patrick y a Genevieve. Hasta ese jodido punto.

Arg, tendría que haberme quedado en mi casa, con mis hermanos pequeños y sin estar sufriendo aquella puta agonía mientras esos dos disfrutaban del colchón, del somier y de la jodida cama entera. Me sentía sucio por estar allí; casi parecía un jodido perturbado voyeur que disfrutaba escuchando a las parejas follando mientras yo me notaba con el estómago revuelto y el corazón completamente vacío.

Me recordé que había sido yo quien había empujado de algún modo a Genevieve a que decidiera dar un paso más allá con su relación con Patrick. Y, al parecer, se complementaban demasiado bien en la cama.

Los inconfundibles gemidos de Genevieve me taladraron los oídos, trayéndome a la memoria cuando era yo quien la hacía disfrutar de aquella forma; cuando éramos nosotros dos los que disfrutábamos en una cama. Cuando era feliz.

Decidí ponerme en marcha antes de que tuviera que unirme a la fiesta a mi manera, pelándomela como si fuera un puto mono en celo; subí al invernadero que tenía en el piso superior con la esperanza de poder calmarme. Allí me encontré a Brutus sobre el sofá que tenía allí, destrozando uno de los cojines.

El cachorro de dóberman alzó sus orejas mientras sus ojillos se clavaban en mí. Había decidido sucumbir al capricho de tener un perro y me había comprado a Brutus con la intención de que pudiera aliviarme y salvarme de aquella soledad que se estaba convirtiendo en un auténtico castigo para mí.

-¿Qué pasa, chucho? –le pregunté y Brutus se acercó trotando hacia mí, con un trozo de cojín entre los dientes-. ¿Disfrutando de intentar destrozar toda mi casa?

Me incliné hacia él para poder acariciarlo y él rodó hasta quedarse panza arriba, esperando que le hiciera una buena sesión de mimitos. Los gemidos de aquellos dos conseguían llegar hasta allí, provocándome ganas de vomitar.

Me limité a centrarme en Brutus y en hacerle carantoñas mientras el perro sacaba la lengua y me la pasaba por el brazo en señal de agradecimiento.

Bendito animal.

Logré sacar una botella de whisky que tenía escondida en el invernadero y la descorché; los ojos de Brutus me seguían mientras terminaba de destrozar el cojín que había elegido como víctima de sus juegos infantiles. Me dejé caer a su lado, eché la cabeza hacia atrás y permití que el líquido ámbar resbalara por mi garganta, provocándome un agradable cosquilleo. En la Academia Militar se nos tenía terminantemente prohibido beber y fumar, follar, como podréis entender, quedaba fuera de las normas porque no había una fémina cerca en varios kilómetros a la redonda y la seguridad que bordeaba el centro era más típica de una cárcel; a pesar de esa prohibición sobre vicios a los que me había dedicado en el pasado, siempre había alguien que hacía aparecer por arte de magia alguna botellita o un paquete. Además de otro tipo de sustancias mucho más divertidas.

En los cuatro meses que me había pasado allí, no había tocado ni una sola botella y mucho menos algún cigarrillo. Pero hoy iba a darme un pequeño capricho.

Por los viejos tiempos. Por esos tiempos donde no me importaba lo más mínimo la gente que me rodeaba y simplemente me dedicaba a pasármelo bien.

Echaba de menos a ese R.

Brutus gimió lastimeramente ante mi falta de atención y frotó su húmedo hocico sobre mi pecho. Le di un trago largo a la botella antes de bajar la mirada hacia el cachorro.

-¿Sabes qué? –cualquier persona normal habría pensado que estaba pirado por estar hablándole a un perro, pero no me importaba-. He sido yo quien la ha empujado a ella a que haga eso -«A que se folle a ese gilipollas», terminé mentalmente.

Era cierto. Le había dicho a Genevieve que no estaba dispuesto a arriesgarme de nuevo con ella y eso debía haberla hecho cambiar de opinión, o quizá había cambiado de opinión respecto a dejar que Patrick le enseñara sus «conocimientos sobre el sexo», que seguramente fueran insuficientes.

-En el pasado esos hubiéramos sido ella y yo –comenté y Brutus me miró atentamente, como si pudiera entenderme de verdad.

Hacía cuatro meses, si las cosas hubieran salido bien, esos hubiéramos sido Genevieve y yo en nuestro apartamento, en cualquier ciudad lejos de Bronx y sin tener que preocuparnos de nada. Ella estaría terminando su último año de instituto y yo habría empezado en la universidad, incluso tendría un trabajo para poder costearnos nuestra nueva vida juntos.

Cerré los ojos mientras vaciaba la botella de whisky de un trago y me lo imaginé. Nunca había sido un chico que le gustase mucho hacer uso de su imaginación, a no ser que tuviera que ver con alguna chica con buenos atributos, pero aquello me desbordó; se me instaló un ya conocido peso en el pecho y se me escapó un gemido. Casi un sollozo.

Por mucho que me hubiera repetido que podría hacerlo, en aquellos momentos sabía que jamás lo lograría. Los cuatro meses que había pasado en la Academia Militar me habían servido para añorar muchísimo más a Genevieve; sabía que no podría acercarme a ella sin ponerla en riesgo frente a su familia, pero había creído que la separación sería más... llevadera. Que conseguiría lidiar con ello.

Pero aquello me estaba sentando como si me estuvieran dando una paliza. Cada gemido que se colaba hasta allí se me clavaba en lo más profundo de mí, demostrándome que estaba equivocado respecto a mi decisión de querer estar alejado de ella. Las palabras de Marko me vinieron de nuevo a la mente.

No quería seguir poniendo en riesgo a nadie más por mis decisiones.

La feliz pareja aún trataba de hundir el edificio bajo su pasión desenfrenada y a mí me estaban dando ganas de liarme a puñetazos con alguien o con algo; Brutus me lamió con insistencia y llegué a la conclusión de que lo mejor en esta situación era marcharme de allí hasta que las aguas se tranquilizasen.

O hasta que Patrick cayera redondo del cansancio. O de que le hubiera dado un paro cardíaco, no sabía qué podía ser mejor.

Cogí a Brutus y me lo llevé conmigo al piso de abajo. El maldito perro estaba encantado con la idea de salir de allí y, después de ponerle todo el armamento de correas y demás, abrí la puerta del apartamento para salir al pasillo.

Allí el sonido se amplificaba y las ganas de tirar la puerta de una patada me atraía como una hamburguesa enorme. Cerré la puerta a mis espaldas con fuerza, demasiada fuerza, esperando que aquello los disuadiera de seguir con su festival sexual.

Tiré de la correa de Brutus y lo guié hacia el ascensor mientras el cachorrito iba dando pequeños brincos, encantado.

No podía creerme que le tuviera envidia a un maldito perro que se conformaba con tan poco.

A la mañana siguiente, después de un largo paseo de una hora donde caí rendido en la cama junto a Brutus, decidí quedarme de nuevo en mi apartamento. Aquel sitio no podía considerarlo mi hogar, pero sí podía denominarlo cueva de los horrores; no iba a regresar a la mansión Beckendorf por haber descubierto este pequeño inconveniente pero estaba pensándome el pedir que acorazaran todas las putas paredes para no seguir siendo testigo de ningún revolcón más entre esos dos.

Me parecía sorprendente que Genevieve calificara su vida como «un infierno» cuando parecía pasárselo bastante bien con su prometido. Sacudí la cabeza, alejando todos aquellos pensamientos y centrándome únicamente en el largo día que se extendía por delante de mí.

Me puse un chándal y Brutus se acercó trotando a mí con una intención bastante clara: que volviéramos salir de paseo. Después de ponerle de nuevo toda aquella parafernalia bajamos a la recepción donde una rubia con la melena por la barbilla hablaba apresuradamente con el conserje. El corazón me dio un vuelco pero mantuve la mirada fija al frente, ignorándola por completo.

Pero a Brutus parecía haberle llamado la atención. Se acercó tirando de mí hacia donde se encontraba ella y, cuando se giró, quise que el mundo se abriera bajo mis pies y me tragara hasta lo más profundo.

Los ojos azules de Genevieve se abrieron de golpe al reconocerme y yo mantuve quieto a Brutus, a una distancia prudente de Genevieve, que parecía bastante agitada por habernos visto allí.

Vaya, como si no existieran posibilidades de cruzarnos en un edificio donde vivíamos ambos.

-R –casi parecía que suspiró mi nombre.

Entrecerré los ojos y la contemplé en silencio, buscando cualquier signo que pudiera darle algo de veracidad a lo que me había contado Bonnie sobre la situación de su amiga; localicé una cicatriz en el labio inferior de Genevieve y el pulso se me disparó. ¿Eso... esa cicatriz había sido por culpa de Patrick? No me cuadraba algo entonces. ¿Por qué, si Patrick parecía someterla a base de golpes, parecía disfrutar bastante cuando... cuando se entregaban a la pasión?

Ella notó que la estaba mirando fijamente y carraspeó, mordiéndose el labio inferior y tapando la cicatriz.

¿Debía advertirle que la próxima vez que se follara a Patrick procurara morder una almohada o algo para amortiguar los gemidos y jadeos que hacía? No, eso habría hecho parecer un puto mirón.

-Hey –fue lo único que pude decir.

Brutus seguía olfateando a Genevieve con entusiasmo, con las orejas completamente erguidas y con la lengua colgándole de la boca. Quise estrangularlo allí mismo por ser tan jodidamente traicionero.

Observé los ojos azules de Genevieve oscurecerse y adiviné que estaba tratando de decidirse por algo. ¿Quizá estaba debatiéndose entre establecer una cordial e insulsa conversación o salir pitando al ascensor? La mano de Genevieve se elevó unos centímetros para luego volver a su costado.

-Oye, R –empezó, con esfuerzo, dirigiendo miradas a todas partes-. Sé que no hemos terminado muy bien pero... pero he encontrado algo relacionado con tu familia. Algo importante.

Estreché los ojos ante sus palabras. ¿Habría sido Patrick quien hubiera hablado sobre mi familia? ¿Qué sería eso tan «importante»? Genevieve se removía en su sitio evidentemente incómoda.

Miré de refilón al conserje, quien fingía muy mal que no estaba atento en absoluto a nuestra conversación.

-Ya sabes dónde vivo –le solté de sopetón, deseando dar por zanjada ahí la conversación-. Espero que merezca de verdad la pena y no sea una de tus patéticas excusas para...

Dejé la frase en el aire, consciente de que una palabra de más delante de aquel tío de la recepción podría traerme demasiados problemas. Sabía que había dado en un punto sensible y que mis palabras habían sido crueles, pero no podía evitarlo; aún seguía confuso sentimentalmente, pero utilizaba las palabras hirientes y los golpes bajo para protegerme.

Genevieve acusó el golpe como bien pudo, procurando que no notara lo mucho que le había dolido mi comentario. Sus ojos relucieron de rabia y, en el fondo, de dolor. No pude evitar pensar lo bien que estaba... como aquella vez que la vi cuando Zsofía me arrastró hacia aquella tienda que traía loca a todas las chicas.

-Por supuesto, R –asintió con elegancia-. Creo que te interesará.

Alguien se aclaró la garganta y ambos nos giramos hacia el conserje, que se encogió ante nuestras miradas.

-Señorita Clermont, el coche ya está esperándola fuera –le informó.

Genevieve le sonrió con amabilidad y, después lanzarme una fulminante mirada, dio media vuelta y salió hacia el coche oscuro que aguardaba pacientemente en la acera.

¿Era posible que hubiera conseguido ponerme cachondo con aquella simple mirada o es que había perdido definitivamente la cabeza? 


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