LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XIX. HEARTACHE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXIV. HAUNTED.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLIV. WE WERE SO CLOSE.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVII. RECUÉRDAME.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
LVII. U R
EPÍLOGO. LAST DANCE

XXXVIII. IT CAN'T BE

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By wickedwitch_

La boca se me quedó seca cuando busqué apresuradamente mi móvil entre los bolsillos de mi chaqueta. Genevieve me esperaba pacientemente, apoyada en la pared del mausoleo de mi familia, con sus ojos azules reluciendo de determinación.

No podía creerme que estuviéramos a punto de hacer... eso.

Bien era cierto que había sido yo la persona que había estado presionándola para que tomara una decisión, para que me eligiera, y no podía creerme que lo hubiera hecho en un momento como el que estábamos viviendo.

Sin embargo, yo estaba más que dispuesto a hacerlo. Genevieve había sido la persona que había elegido para compartir el resto de mi vida.

Punto.

Conseguí dar con mi móvil y busqué frenéticamente el número que necesitaba en aquellos momentos. Necesitaba dar con la persona a la que había relegado todos mis secretos tras la muerte de Ken.

Me casaría con Genevieve y después nos largaríamos de allí.

No pensaba pasar un segundo más en aquella ciudad que se había convertido en un enorme peso asfixiante.

-¿Qué pasa, tío? –fue lo primero que dijo Henry al descolgar.

Había estado presente en el funeral junto a su familia, pero todos se habían marchado después de que la ceremonia hubiera terminado para brindarnos un poco de intimidad.

-Necesito que vengas a recogernos –respondí, conciso.

Escuché una voz femenina al otro lado del teléfono y a Henry explicándole algo. Sin embargo, no pude entender mucho porque mi amigo parecía haber tapado el micrófono mientras hablaba.

-¿A ti y a quién más? –me interrogó, receloso-. No pienso actuar de chófer para ti y ninguna...

-Genevieve y yo tenemos un asunto pendiente –lo corté antes de que pudiera decir algo que pudiera cabrearme de sobremanera.

-Oh –sonó avergonzado-. ¿Estáis aún en el cementerio? Nos encontramos en la salida sur.

Dicho esto colgó y yo me guardé de nuevo el teléfono en el bolsillo.

Genevieve no se había movido ni un centímetro y parecía estar preocupada por algo. Teníamos que ser rápidos, pues tenía intención de pasar tanto por casa de Genevieve como por la mía propia para que pudiéramos recoger algo de equipaje y dinero para que no saliéramos de la ciudad sin nada.

Me aclaré la voz.

-Está de camino –le informé.

Genevieve se mordió el labio inferior y miró por encima de su hombro, en dirección hacia donde se encontraba el panteón familiar de los Clermont, donde debía estar realizándose el entierro propiamente dicho; teníamos que pasar por allí para poder alcanzar de la forma más rápida la puerta sur.

Nuestro punto de encuentro.

Le tendí la mano y me sentí el hombre más afortunado del mundo cuando fui consciente de todo el esfuerzo que había hecho para tratar de recuperarme...

Echamos a correr entre las tumbas de distintos tamaños y tipos sin bajar el ritmo. Escuchaba la respiración acelerada de Genevieve en mi oído, pero no se quejó en ningún momento.

Estábamos a punto de cruzar una línea muy peligrosa. Ambos estábamos prometidos con personas a las que no amábamos y, de enterarse nuestras respectivas familias, íbamos a tener muchos problemas.

Pero estaba dispuesto incluso hasta bajar al mismísimo infierno con tal de estar con Genevieve. El reluciente coche de Henry nos esperaba en la acera de enfrente y tiré con suavidad de Genevieve hacia él; la ventanilla del copiloto se bajó, mostrándome a aquella muchachita que había estado con nosotros en el callejón.

Fulminé a mi amigo con la mirada y él se encogió de hombros.

-¡Bonnie! –exclamó Genevieve a mis espaldas.

Le dirigí una mirada interrogante.

-¿La conoces? –cada vez estaba más perdido.

Genevieve asintió con entusiasmo.

-Es mi mejor amiga –me explicó.

Nos montamos en los asientos traseros y Henry arrancó, quemando rueda. Me aferré al asiento que ocupaba mi amigo y asomé la cabeza entre ambos asientos; miré tanto a la chica que Genevieve había llamado Bonnie como a mi amigo. ¿Qué era lo que estaba sucediendo allí?

-Bueno –comenzó Henry, tratando de aliviar el ambiente tan tenso que había en el coche-, ¿dónde vamos, jefe?

-Al Ayuntamiento –respondí sin dudarlo-. Y después quiero que nos acerquéis a Larssen y Princeton.

Henry cambió de sentido sin hacer más preguntas. El trayecto desde ese punto a nuestro destino era corto, pero a mí se me hizo eterno; el Ayuntamiento era un edificio enorme que parecía un museo. Nos apeamos todos del coche y me siguieron hacia el interior.

Tenía bastante claro dónde tenía que ir y, esperaba, que la suerte me sonriera. Nos dirigimos hacia un mostrador y puse mi mejor sonrisa; el hombre que estaba al otro lado del cristal nos observó a todos con un gesto desconcertado.

-¿Os puedo ayudar en algo? –preguntó y vi que sus ojos se movían hacia todos lados, como si estuviera buscando una salida.

-Pues mire, la verdad es que sí –respondí, poniendo mi mejor tono. El mismo que había utilizado para camelarme a las mujeres difíciles-. Estoy buscando a Caryl Irvin.

Los ojos del empleado me estudiaron de arriba abajo con desconfianza. Intenté que mi sonrisa no flaqueara y que mis ganas de darle un buen puñetazo se mantuvieran en lo más profundo de mi mente.

-¿Para qué quieren verla? –inquirió.

-Tenía una cita con ella –contesté.

-¿Hoy? –me interrogó con escepticismo.

-La verdad es que no pusimos una fecha concreta –dije, tratando de mantener la calma-. Simplemente tenemos una cita y yo he elegido el día de hoy para tenerla con ella. ¿Le sirve?

El hombre descolgó un teléfono que tenía a su lado y marcó unos números. Su mirada no se despegaba de todos nosotros.

-Jozef –le dijo a la persona que estaba al otro lado del teléfono-, aquí hay unos chicos buscando a la señora Irvin –de nuevo frunció el ceño al contemplarnos-. Sí, dicen que tienen una cita con ella.

-Es urgente, por favor –le urgí, con mi tono meloso.

El hombre intercambió un par de frases más y después colgó.

-La señora Irvin os espera en la tercera planta –nos informó en un tono neutral-. Podéis coger el ascensor que está allí –señaló al fondo del pasillo.

-Estupendo, muchas gracias –me despedí.

Nos dirigimos hacia la dirección que nos había indicado aquel insulso oficinista y escuché la risita que compartían Bonnie y Genevieve.

-¿Se puede saber qué es lo que vamos a hacer? –inquirió Bonnie.

Ladeé la cabeza para poder mirarla de refilón.

-Casarnos –desvelé y la chica ahogó un grito de pura emoción.

-¡Oh. Dios. Mío! –exclamó y observé cómo se abalanzaba sobre Genevieve para aplastarla bajo un abrazo-. ¿Sabéis que sois los primeros que, seguramente, os caséis vestido de luto?

-Entonces será un gran honor para nosotros –respondí con mordacidad.

-¡No puedo creerme que vayamos a asistir a tu propia boda! –siguió exclamando Bonnie lo que duraba el trayecto hasta los ascensores-. ¿No es emocionante? Oh, joder, ¡claro que es emocionante! Eres la primera de nosotras dos que da el gran paso.

Llamé insistentemente a los botones, deseando que llegara de una vez para que Bonnie cerrara el pico de una vez por todas; Henry parecía encantado de tenerla a su lado y no entendía qué podía haber visto en aquella chica.

Sin embargo, yo no era nadie para cuestionar el gusto de mi amigo.

Conseguimos alcanzar la planta que nos había indicado el hombre de la recepción y nos topamos con otro hombre, que parecía ser el famoso Jozef, con el que antes había hablado; llevaba una carpeta entre las manos y nos esperaba con evidente nerviosismo.

-¿Sois vosotros las personas con las que tiene que reunirse la señora Irvin? –preguntó, estupefacto.

Le tendí la mano.

-Soy Romeo Beckendorf –me presenté, haciendo uso de mi nombre completo.

Los ojos de Jozef se abrieron de par en par y, por unos segundos, llegué a creer que iba a desmayarse allí mismo de la impresión.

-Oh... sí –respondió, aclarándose la garganta-. Por supuesto, pasen por aquí. La señora Irvin estará encantada de recibirles enseguida, señor Beckendorf.

Pasamos a una salita de espera bastante recargada, el estilo de todas las mujeres mayores que adoraban tejer a mano y hacer ganchillo, y con un fuerte olor a bebidas bastante fuertes; Jozef nos dejó en las zonas de asientos y se apresuró a meterse en el despacho.

Salió unos momentos después, con una enorme sonrisa y haciéndonos señas con las manos para que pasáramos a su interior. Allí nos esperaba la mujer con la que me había reunido hacía varias semanas para conseguir «convencerla» de que hiciera todo aquello; esperaba que aún tuviera bastante claro que nuestro acuerdo seguía en pie.

-Señor Beckendorf –me saludó, aunque sus ojos estudiaron al resto de mis acompañantes-, es un placer verle de nuevo.

Nos estrechamos las manos y le sonreí con amabilidad.

-Señora Irvin, he venido por nuestro... acuerdo –fue lo primero que dije, tragando saliva.

Aquello era demasiado arriesgado. Me había visto en la obligación de tener que ofrecerle una buena suma de dinero y alguna que otra ayudita por cortesía de Charles Beckendorf, ella había aceptado a hacer la vista gorda respecto a un par de irregularidades y habíamos acordado reunirnos cuando hubiera conseguido que Genevieve me diera una fecha. ¿Y si había hablado? Entonces estaríamos perdido y yo casi muerto.

La mujer nos observó en silencio.

-¿Quién es la afortunada? –preguntó, haciendo un esfuerzo para sonar amable.

Incluso se permitió sonreír.

Genevieve avanzó unos pasitos hasta quedarse a mi misma altura.

-¿Está segura del paso que va a dar? –se cercioró la mujer, mirándola fijamente.

Genevieve asintió con entusiasmo.

La mirada de la mujer se trasladó hacia Henry y Bonnie.

-Entonces, ustedes van a ser los testigos –confirmó y después me miró de nuevo-. Espero que tenga en cuenta el riesgo a lo que estoy exponiéndome al realizar esta ceremonia, señor Beckendorf. La futura contrayente no tiene la autorización de sus padres o tutores y todo esto está teniendo lugar en la más estricta confidencialidad y secretismo; tenga presente que, de enterarse alguien, podrían declarar nulo de pleno derecho el matrimonio sin que ninguno de ustedes pueda hacer nada por impedirlo.

Yo asentí.

-Por supuesto. No se me ha olvidado nada.

La mujer asintió.

-Estupendo. Tengo aquí toda la documentación, lista e imprimida para que únicamente tengan que firmar –nos pasó un par de bolígrafos y sacó un sobre amarillo que contenía un millar de documentos-. Firmen en los huecos libres –señaló los sitios exactos donde debíamos firmar.

Miré a Genevieve, esperando que se echara atrás en cualquier momento y me dijera que todo aquello era una locura. Sin embargo, ella me devolvió la mirada con una resolución que no había visto en muchas ocasiones.

Enarbolé el bolígrafo y firmé automáticamente donde la señora Irvin me había indicado; Genevieve me imitó con una precisión pasmosa.

Después nos siguieron Bonnie, que estaba encantada con todo aquello, y Henry.

-Enhorabuena –nos felicitó la señora Irvin-. Están oficialmente casados. Disfruten de una larga y próspera vida.

Aquello último me pareció una auténtica cursilería y había sonado demasiado forzado, pero no dije nada; le dimos las gracias, recogimos los documentos y salimos pitando de allí. Sabía que aquella precipitada ceremonia no era lo que Genevieve había tenido en mente, pero apenas había tenido tiempo de preparar algo mejor.

La mano de Genevieve buscó la mía automáticamente y yo se la cogí con fuerza; aún teníamos dos paradas por delante.

-Próxima parada: Princeton –anunció Henry.

El barrio estaba desierto y no nos fue difícil llegar hacia la mansión donde había vivido Genevieve; Henry dejó el coche en punto muerto y les instó a que salieran del coche para preparar un rápido equipaje con las cosas de Genevieve. La siguiente parada era mi propia casa, donde recogería algo de mi habitación y a Giulietta; entonces Henry y Bonnie podrían irse por su lado y Genevieve y yo nos iríamos directos al aeropuerto, para pillar los primeros billetes a cualquier destino alejado de Bronx.

Empezaríamos una nueva vida lejos de allí.

Los dos juntos.

Genevieve y Bonnie tardaron cinco minutos en bajar de nuevo y subirse al coche; Henry arrancó de nuevo el coche y salimos de Princeton a la velocidad de la luz. Solamente nos quedaba mi casa y toda aquella pesadilla se quedaría atrás, incluso se convertiría en un mal sueño.

-Te toca, R –me informó Henry cuando aparcó justo delante de la verja de mi casa.

Me bajé del coche en un suspiro y crucé la distancia que me separaba de la verja en dos zancadas; apreté mi pulgar contra el escáner de huellas dactilares y aguardé impaciente a que la lucecita cambiara a verde y las puertas se abrieran para mí.

No esperé a que se abrieran mucho más: me colé entre las dos y volví a la carrera hacia la mansión. Jamás en mi vida me había dado cuenta de lo larga que era la travesía si no ibas en coche.

Me dirigí hacia la zona de la piscina, donde estaban las escaleras que conducían directas a mi habitación. Las puertas estaban abiertas y pude entrar fácilmente; cogí una vieja bolsa de deportes que tenía en uno de mis armarios y fui metiendo en ella lo primero que pillaba. Una vez la hube llenado de suficiente ropa, me dirigí a mi escritorio y saqué de él el pequeño fajo de billetes que había conseguido reunir para esto.

Recogí las llaves del coche y regresé sobre mis pasos. En el garaje me esperaba Giulietta, a quien no tardé mucho en arrancar y salir pitando de allí; Genevieve me esperaba junto a Bonnie y Henry, y parecía estar despidiéndose de ellos.

Pité y Genevieve acudió hacia el coche, cargada con su petate. La ayudé a meterla en el maletero, junto a mi equipaje, y me despedí de mi amigo con un gesto de mano, prometiéndole que me pondría en contacto con él cuando tuviera una oportunidad.

Salimos disparados de Larssen hacia las afueras y Genevieve suspiró.

-No puedo creerme que estemos haciendo esto –musitó-. ¿Qué pasará cuando nuestras familias se enteren...?

Desvié la mirada unos segundos de la carretera.

-Para entonces nosotros estaremos muy lejos de aquí –le aseguré.

Eso pareció animarla un poco. Me enseñó la mano donde llevaba la alianza que le había regalado y contempló los documentos que la señora Irvin nos había entregado y que nos declaraba oficialmente como casados.

-Acabo de convertirme en Genevieve Beckendorf –sonrió.

-No tienes por qué adoptar mi apellido –dije, aunque en realidad la idea de que cambiara su apellido por el mío me tenía bastante ilusionado-. Puedes seguir utilizando el tuyo...

Genevieve hizo un desdeñoso movimiento de mano.

-No quiero tener nada que ver con mi familia –declaró, muy segura de lo que decía-. Por cierto, quiero que tengamos un perro. Siempre he querido tener uno.

Le prometí que, si tanto le gustaban los perros, que tendríamos dos si le hacía tanta ilusión. Genevieve aplaudió, emocionada con la idea, y comenzó a hacer planes; quería irse fuera del continente y me confesó que uno de sus sueños de la infancia era viajar hacia Italia. Decidimos que un buen destino para empezar podría ser Roma, donde nos instalaríamos durante un tiempo; ella podría continuar con sus estudios y, cuando cumpliera los dieciocho, celebraríamos una boda de ensueño.

Genevieve parecía realmente feliz y tenía las mejillas sonrosadas por la emoción de todo lo que había sucedido.

Por una vez, estuve seguro que había hecho algo bien.

-Te quiero –dijo de improvisto Genevieve antes de caer completamente rendida en su asiento.

La contemplé dormir y comprobé que no quedaban muchos kilómetros para que llegáramos al aeropuerto; miré distraídamente por el espejo retrovisor y vi que nos seguía un coche negro de líneas bastante elegantes. No quise ponerme en lo peor, pero una creciente sensación de desasosiego empezó a formárseme en el pecho.

No era posible que nos estuvieran siguiendo. Nadie sabía hacia dónde nos dirigíamos y tampoco era posible que supieran que Genevieve y yo estábamos juntos... ¿o sí? ¿Alguien nos habría traicionado?

Aceleré y cambié de marcha a toda prisa, comprobando cómo el coche también aceleraba para no quedarse atrás; las manos comenzaron a sudarme cuando fui consciente de que alguien iba tras nosotros.

Hice un giro brusco con el volante y Genevieve se despertó con un gemido ahogado. Se frotó los ojos y me miró con cierta alarma en sus ojos azules.

-¿Qué pasa? –preguntó con voz chillona.

No quería preocuparla, pero no me quedaba otro remedio que ser sincera con ella.

-Creo que alguien nos sigue –respondí.

Genevieve corroboró lo que le había dicho mirando por el espejo retrovisor. Ahogó un grito y sus ojos se llenaron de dudas; aquello no iba a ser tan fácil como habíamos llegado a pensar en un principio.

Sin embargo, aquello no significaba que no pudiéramos hacerlo.

Al coche que nos seguía se le unieron otros dos más. Parecía una formación con una única finalidad: detenernos.

Genevieve gimió a mi lado, cada vez más nerviosa a causa de las circunstancias. Tuve que dar otro giro brusco cuando dos de esos vehículos se acercaron peligrosamente al culo de mi coche.

-¡Están cada vez más cerca! –gritó Genevieve.

No la corregí porque sabía que tenía razón. El corazón comenzó a irme más deprisa cuando fui consciente de que estaban logrando arrinconarnos; los dos vehículos ahora se encontraban a ambos lados de Giulietta y el tercero había cerrado la formación en triángulo.

Demasiado tarde, comprendí sus intenciones: la persecución había llegado a su fin, estábamos donde ellos querían y, mientras escuchaba a Genevieve chillar a mi lado, vi a cámara lenta cómo los dos coches negros colisionaban con ambos lados de mi coche.

La oscuridad me tragó entero y ya no sentí nada.

Me desperté en un sitio que, obviamente, no era mi habitación. Estaba rodeado de máquinas que soltaban incesantes pitidos que estaban logrando ponerme enfermo y, cuando intenté moverme, fue como si tuviera miles de agujas clavadas en lo más profundo de mí.

Tenía un vago recuerdo de lo que había sucedido, pero no tenía ni idea de cómo había terminado allí. La habitación tenía pinta de pertenecer a un hospital... ¿Y qué coño hacía yo en un hospital?

Se me escapó un gruñido de dolor cuando intenté hacer memoria de lo que había sucedido, pero solamente recordaba que habíamos conseguido llegar al Ayuntamiento y que la señora Irvin no había puesto ningún impedimento en cumplir con su parte del trato.

-Es un milagro que ya estés despierto –dijo una voz que reconocería en cualquier parte a mi lado.

Mi madre, con unas ojeras que se le marcaban profundamente, me observaba desde una incómoda silla de plástico que había al lado de mi cama. Los monitores lanzaban lucecitas que no tenía ni puta idea de lo que podían significar.

-¿Qué... qué ha pasado? –tenía la garganta en carne viva.

Las lágrimas brillaron en los ojos grises de mi madre. Me di cuenta de que aún llevaba la ropa del funeral. ¿Qué me estaba perdiendo?

Mi madre sacó un pañuelo y se secó un par de lágrimas que le estaban corriendo por las mejillas.

-¿No recuerdas nada? –me preguntó, lanzándome una extraña mirada.

¿De verdad creía que, si recordara algo, iba a ser tan idiota de preguntárselo? Tenía los nervios a flor de piel y todo ello porque no sabía qué estaba sucediendo. Por no hablar de que no tenía ni idea de dónde estaba Genevieve.

Al ver mi gesto de desconcierto, mi madre soltó un gemidito. Aquello no podía significar nada bueno.

-Hubo... hubo un accidente –comenzó a relatarme y el corazón se encogió en mi pecho ante la posibilidad de que Genevieve pudiera estar muerta-. ¿En qué estabas pensado, Romeo? ¿Sabes lo que ha desencadenado el intento de fuga entre la hija de Marcus Clermont y tú?

Tragué saliva.

-¿Dónde está Genevieve? –conseguí articular.

Mi madre negó con la cabeza.

-Ha salido muy mal parada, cariño –se le quebró la voz-. Los médicos temen que no pueda superar el coma. Sus heridas son muy graves...

No quise seguir escuchando. No quería imaginarme a Genevieve en cualquier habitación, llena de cables y sin saber si se iba a despertar o no; una incógnita constante y la certeza abrumadora de que aquello iba a ser el fin.

Intenté levantarme de la cama, pero estaba unido a ella por correas y multitud de cables que se encargaban de monitorizarme a mí; tiré con más fuerza, logrando que parte de las agujas me molestaran enormemente.

Mi madre se levantó de un salto y me aferró por los brazos, tratando de sujetarme para evitar que siguiera tirando de los cables.

-No, Romeo, por favor –me suplicó-. Escúchame. ¡Escúchame, hijo! –dejé de debatirme ante la urgencia de su voz-. Todo el mundo sabe la verdad: saben de vuestra relación. Marcus cree firmemente que ha sido cosa tuya, que tú obligaste a su hija a que estuviera contigo. No hagas las cosas más difíciles, por favor... Tu padre está teniendo problemas y...

No llegó a terminar la frase porque mi padre irrumpió en la habitación como si fuera un vendaval; llevaba el traje hecho un asco, aunque su aspecto físico no estaba mucho mejor. Sus ojos inyectados en sangre me observaron con una furia que me hicieron replantearme seriamente el abrir la boca siempre que estuviera en su presencia; le pidió a mi madre que se alejara de mi cama y él se cruzó de brazos.

Parecía que estuviera deteniéndose a sí mismo de abalanzarse sobre mí para golpearme.

-Jamás en mi vida me he sentido más humillado que hoy –su tono estaba cargado de enfado, ni siquiera atisbé un poco de preocupación por mi estado de salud-. ¿Entiendes lo que has hecho? ¿¡Tienes una puta idea de lo que has conseguido con todo esto!? Al menos puedes sentirte aliviado de que el presidente y su hijo no sepan nada de esto... aún –hizo una pausa para coger aire; el rostro se le estaba poniendo rojo-. Genevieve Clermont... ¡Tenías que meterte en la cama de Genevieve Clermont! –sus ojos mostraban desagrado... incluso asco-. Eres un ser retorcido, Romeo. Solamente piensas en ti mismo, sin comprender el riesgo al que nos expones con tus decisiones; en estos momentos tengo a Marcus Clermont pidiendo mi dimisión si no quiero que vaya al presidente con tu aventura con la prometida de Patrick.

Todo el buen rollo que había conseguido con mi padre se había esfumado con la noticia de aquella traición por mi parte. Habíamos vuelto al principio... aunque tenía la vaga impresión de que, incluso, habíamos retrocedido un par de casillas, poniendo las cosas peor entre nosotros.

-Yo la quiero –logré pronunciar-. Y ella a mí...

El rostro de mi padre se puso más rojo aún.

-No te creo, Romeo –declaró, con rotundidad-. No puedo creerte. Nunca has sido hombre de una sola mujer... ¿esperas que te crea cuando dices que estás enamorado de una chiquilla que, por si no lo recuerdas, es la hija de mi mayor enemigo y está comprometida con Patrick Weiss? –cogió aire lentamente-. Cederé a las exigencias de Marcus Clermont: diré que todo esto ha sido idea tuya y que tú... -ahora su rostro se estaba poniendo verde-. Y que tú la forzaste a hacer todo lo que hizo; diremos que tú la obligaste a que se fugara contigo y que, cuando ibais en el coche, ella se abalanzó sobre ti, logrando que perdieras el control del vehículo y provocando que os salierais de la carretera, teniendo un accidente.

El estómago me dio un vuelco al escuchar aquella sarta de mentiras. No podía creerme que mi propio padre pusiera en duda mis propios sentimientos y que pudiera ceder tan fácilmente a los chantajes de Marcus Clermont.

Abrí la boca para replicar, pero mi padre no había terminado de hablar...

Ni de darme las malas noticias.

-Como es obvio hemos tenido que romper tu compromiso con Zsofía Petrova antes de que las cosas se torcieran más de lo que ya están. Además, en cuanto salgas del hospital irás directo a la Academia Militar Mayor Ashworth –se me escapó un gruñido por lo bajo. No podía estar hablando en serio-. Ya he hablado con la institución y no tienen ningún problema en admitirte para el próximo curso.

Con un simple movimiento, me dio la espalda y aferró con fuerza el picaporte. Era la primera vez que tenía ganas de suplicarle a mi padre; siempre me había amenazado con la idea de mandarme a la Academia Militar, pero ahora estaba seguro de que tenía mi plaza más que asegurada.

-Ah –suspiró mi padre, como si se hubiera dejado algo-. Espero que tengas claro que jamás volverás a verla, ni siquiera estarás cerca. Sabré si intentas ponerte en contacto con ella, hijo; si eres una persona inteligente, que no lo dudo, sabrás que con ello estarás poniéndote en el punto de mira de Marcus Clermont... y no es nada agradable.

»Olvídate de esta locura, hijo mío. Acepta tu error y vive tu vida. Si es cierto que la amabas, entonces tendrías que haber sabido que lo vuestro era imposible y que lo mejor hubiera sido pararlo a tiempo. Ahora todo se os ha ido de las manos.

Cuando se marchó de la habitación, tuve la amarga sensación de que había escuchado aquella conversación una y otra vez en estos últimos meses.

Y en todas aquellas ocasiones había sido Ken quien me lo había advertido.

Y yo había sido un estúpido al no haberle creído.

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