LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XIX. HEARTACHE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
XXXVIII. IT CAN'T BE
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLIV. WE WERE SO CLOSE.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVII. RECUÉRDAME.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
LVII. U R
EPÍLOGO. LAST DANCE

XXIV. HAUNTED.

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By wickedwitch_

R

No podía evitarlo: era un puto egoísta. Si hubiera tenido algo de sentido común o hubiera pensado en lo que más le convenía a Genevieve me hubiera apartado de ella con cualquier excusa y hubiera salido de la habitación para dejar que llorara en silencio; incluso podría haber hecho algún comentario fuera de lugar para que me odiara un poquitín más de lo que ya lo hacía.

Pero no había sido capaz.

Su cercanía tampoco me ponía las cosas fáciles. En mi cabeza no paraban de repetirse las escenas de lo que había sucedido con Elsa en el baño y mis remordimientos empezaban a alcanzar niveles insoportables; quería decírselo, de verdad, pero sabía que, de enterarse, la habría perdido para siempre. Había actuado como un puto inconsciente y había dejado salir los celos que había sentido al imaginarme a Patrick poniéndole las manos encima a Genevieve con un resultado nefasto; casi podía escuchar a la gente murmurando sobre mí cuando Elsa decidiera abrir su enorme bocaza para alardear de ello. Por el momento me iba a permitir el lujo de disfrutar un poco de la compañía de Genevieve.

Pensé que mi corazón iba a estallar literalmente cuando había accedido a meterse en mi cama para pasar la noche, al explicarle que resultaría imposible de aquella mansión hasta mañana. Que estaba atrapada allí. Luego toda aquella euforia de haber conseguido, al menos, tenerla lo suficientemente cerca se esfumó cuando me preguntó qué futuro le esperaba a mi lado, qué podía ofrecerle que Patrick no podía. Patrick, el novio perfecto que jamás la había jodido y que, de algún modo, había logrado colarse en el interior de Genevieve.

Había notado que algo había cambiado en ella cuando hablaba de Patrick por el modo en el que lo mencionaba y porque no paraba de consultar su móvil cada cinco minutos. Toda esa extraña sensación de haber sido sustituido por Patrick se vio confirmado cuando se echó a llorar. Patrick jamás la haría llorar, yo sí.

No sé qué coño se me pasó por la cabeza para empezar a besarla lentamente por la mandíbula y seguir ascendiendo hacia la comisura derecha de su labio mientras ella se quedaba paralizada entre mis brazos, aún con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas húmedas por todas aquellas que se habían derramado. Me estaba comportando como un auténtico gilipollas y era posible que recibiera una buena bofetada por su parte ante mi osadía, pero necesitaba tanto su contacto que no me importaba en absoluto.

Genevieve buscaba un mínimo de compromiso por mi parte, además de algo de confianza, pero yo no estaba preparado para abrir del todo mi corazón y sacar todos los fantasmas que me perseguían desde hacían tantos años; no quería hablar de todas las cosas que había hecho mal o de cosas que conseguirían horrorizar a Genevieve.

Pero haría un gran esfuerzo por cambiar y por conseguir el perdón de Genevieve. Para demostrarle que podíamos estar juntos.

Casi ronroneé de gusto cuando las manos de Genevieve ascendieron lentamente por mi pecho hasta entrelazarse en mi nuca; me tomé aquello como una invitación silenciosa a continuar y así lo hice. La besé al principio con suavidad, tanteando su reacción, y, al ver que su cuerpo se relajaba contra el mío, imprimí más fuerza a mis besos.

Hacía un calor asfixiante bajo las mantas y no sabía si aquello había empeorado con la apabullante subida de temperatura de nuestros cuerpos; Genevieve parecía haberse rendido por completo, pegando su cuerpo al mío hasta que no hubo ningún tipo de espacio entre ambos.

Me estorbaban tanto el pantalón como la sudadera que llevaba, aunque más la sudadera. Apestaba al perfume que usaba Patrick y me estaba poniendo enfermo; moví mis manos hacia el dobladillo de la sudadera y la pellizqué con los dedos, como si la prenda fuera algún tipo de objeto radiactivo, para tirar de ella con rapidez. La quería fuera del cuerpo de Genevieve de inmediato. Ella alzó ambos brazos para facilitarme la tarea y, cuando se la pasé por encima de la cabeza, volví a besarla con más fuerza que antes.

Me deshice de aquella maldita sudadera y pensé que, con ello, había conseguido eliminar una barrera hecha de Patrick Weiss para recuperar lo que me pertenecía; las manos frías de Genevieve se pasearon por mi pecho, acariciándome con suavidad y provocándome escalofríos de placer. No podía concentrarme en otra cosa que no fuera el cuerpo de Genevieve y los gemiditos que se le escapaban me animaban de una manera… brutal.

Gemí cuando me mordisqueó el cuello. Solamente quedaba una barrera entre nuestros cuerpos, sin contar la ropa interior, y era mi segundo paso: quitarle aquel pantalón de chándal y observarla en todo su esplendor.

Con un solo movimiento conseguí que se quedara sentada a horcajadas sobre mí y deslicé mis manos en el interior de aquel pantalón de chándal que tantas trabas me estaba poniendo en aquellos momentos. Genevieve tenía las mejillas sonrosadas y la mirada brillante, como la primera vez que nos habíamos enrollado en aquel pasillo oscuro en la mansión de los Weiss.

Y, como en aquella ocasión, cuando mis dedos rozaron su piel desnuda, Genevieve me frenó de golpe sujetándome por las muñecas. Tenía el ceño fruncido y jadeaba por el esfuerzo, por no hablar de su piel perlada de sudor; la miré sin entender qué sucedía y por qué decidía parar ahora. No me importaba no llegar hasta el final, pero había otras formas de hacerla disfrutar.

La vi tragar saliva y supe que algo iba mal.

-No… no podemos –dijo lentamente, recuperando poco a poco el control-. No puedo hacerlo.

Entonces adiviné, como si me hubiera venido un golpe de inspiración en aquel preciso momento, el motivo por el cual habíamos frenado. Un motivo del que conocía el nombre, el apellido y la dirección; quería matarlo con mis propias manos por las triquiñuelas que debía haber usado para haber conseguido que Genevieve sintiera dudas respecto a lo nuestro.

Mi boca se descolgó debido al desconcierto y a la no comprensión de cómo había sido posible aquel cambio en ese tiempo, del que me sentía personalmente responsable.

-¿Es… por Patrick? –me atreví a pronunciar en voz alta-. ¿Sientes algo por él?

Genevieve desvió la mirada con pudor.

-Él es el único que estuvo conmigo cuando… bueno, cuando decidiste pasar de mí –respondió.

-¿Es eso un sí? –quise saber.

Lo cierto es que no quería escucharlo. No quería oír que debido a mi inconsciencia y a mi manía para joder las cosas había hecho lo último que me propondría: echar a Genevieve en brazos de Patrick.

Mi respiración se agitó conforme pasaban los segundos sin que Genevieve me diera una respuesta clara. Cuando lo hizo, bajó la mirada, incapaz de podérmela sostener.

-Sí –me confirmó con un hilo de voz.

Esa puta palabra me atravesó como si alguien hubiera decidido abrirme el pecho y apuñalarme de manera directa sobre el corazón. Observé el sujetador negro que llevaba y me pregunté por qué no llevaba el rojo que había decidido comprarse; quizá se lo estaba reservando para otra ocasión más… especial. Quizá la noche en la que se comprometieran.

El antiguo R la habría apartado de golpe y se habría liado a voces con ella pero me había prometido que conseguiría cambiar, que me convertiría en alguien mejor. Así que la bajé con cuidado de mi regazo y le di un poco de espacio mientras yo trataba de controlar el calentón con el que me había dejado. Vi cómo tanteaba, buscando la sudadera de Patrick cuando algo en su dedo me llamó la atención…

Algo con forma de anillo con un bonito diamante en el centro que me dejó sin respiración, literalmente. ¿Tanto la había llegado a perder que había decidido prometerse? «Patrick me da la seguridad que toda chica quiere en su relación: confianza, estabilidad y compromiso», había dicho Genevieve antes. ¿Aquello era a lo que se refería con compromiso?

Tenía la garganta seca, la habitación volvía a darme vueltas… por no hablar de la presión que tenía en la entrepierna y que me estaba tocando bastante los huevos. Alcé la mano y rocé con cuidado el anillo, provocando que Genevieve soltara un respingo asustadizo.

-¿Cuándo? –fue lo único que pregunté pues no hacía falta añadir nada más.

Ella se quedó mirando unos instantes el anillo mientras yo notaba cómo la garganta iba estrechándose más y más hasta que apenas dejaba pasar el aire.

-Aún no he aceptado –respondió.

Me enfureció su respuesta. ¿Desde cuándo se llevaban anillos de compromiso sin haber aceptado dicho compromiso? Si ya de por sí estaba cabreado por haber descubierto que el gilipollas de Weiss había logrado convertirse en un auténtico rival, aquello no hizo más que empeorar la situación.

Cambia. Cambia. Cambia.

Genevieve me había pedido que le dijera algo que podría darle y que Weiss no… si le gritaba o echaba en cara el asunto del anillo estaría haciendo exactamente lo que Genevieve esperaba del antiguo R. Tenía que demostrarle que podía cambiar.

-Dame una oportunidad –le pedí de improvisto.

Genevieve me miró de reojo mientras se recolocaba la sudadera y se tumbaba de costado, cara a mí. Tenía los labios hinchados, pero sus mejillas habían recuperado su color original.

-No creo… que sea una buena idea –repuso con suavidad, intentando sonar como alguien que quiere comunicarte una mala noticia y quiere hacerlo con tacto-. Una temporada sin saber el uno del otro… quizá nos venga bien. Nos ayudará a poner en orden nuestras ideas.

-Por favor –insistí casi sonando como un pobre desesperado-. Dame un día. O unas horas… No me importa, te demostraré que puedo ser… como tú quieres.

Ella negó varias veces con la cabeza.

-No quiero que cambies por mí –me explicó-. Tienes que hacerlo por ti mismo. Porque realmente quieres hacerlo.

Pensé en mi madre, que siempre había sufrido en silencio mis peleas y problemas; sabía que era consciente de las veces que habíamos llegado Ken y yo a altas horas de la mañana casi él arrastrándome después de haberme metido en alguna pelea. También estaba seguro que mi madre estaba al tanto de todas las historias que circulaban sobre mí y sobre las chicas con las que me había acostado. Aquello empeoraba cada vez más su salud, por mucho que nos asegurara que estaba bien.

Después pensé en Ken, Antonio y Ben. Mi primo se preocupaba por mí en exceso y siempre había estado allí cuando lo había necesitado, aunque últimamente no hubiéramos hecho más que discutir el uno con el otro; además, no quería que mis hermanos pequeños terminaran siendo una réplica mía. Quería que fueran mejores que yo.

Genevieve tenía razón: tenía que cambiar tanto por mi familia como por mí mismo.

-Quiero hacerlo –le confesé en voz baja-. No quiero ser la persona que soy. Quiero ser alguien del que mi madre se sienta orgullosa… alguien que pueda tener a una mujer como tú a su lado.

Aquello pareció terminar de convencerla. Me evaluó con la mirada, pensativa, y tras unos instantes de reflexiones internas, dijo:

-Una sola oportunidad, R. Te dejaré elegir el día o la ocasión, pero solamente habrá una. Una y no más.

Refrené las ganas de inclinarme para besarla y, en su lugar, ahuequé la almohada mientras Genevieve bostezaba.

-Si fallo… -comencé, dubitativo-. Si fallo te aseguro que te dejaré tranquila. Podrás estar con Patrick y me iré de la ciudad, si con ello te sentirías más tranquila.

Genevieve me miró con un auténtico agradecimiento. Aunque no sé si fue por mi oferta de irme de la ciudad o por el hecho de no ser insistente en caso de elegir a Patrick de manera definitiva.

Sin embargo, no tuve oportunidad de preguntárselo porque se había quedado profundamente dormida a mi lado.

Para ser sincero, añoraba la sensación que me transmitía el cuerpo de Genevieve pegado al mío mientras dormíamos; la cama era lo suficientemente espaciosa para que pudiéramos dormir sin apenas tocarnos pero, a mitad de la noche, noté cómo Genevieve se acurrucaba a mi lado y escondía la cabeza en el hueco de mi cuello. Fantaseé con esa escena, repitiéndose mañana tras mañana, en un piso que hubiéramos conseguido en una ciudad lejos de aquí; me imaginé despertándome cada día a su lado y que, cada vez que abriera los ojos, la viera sonriéndome con cariño e inclinándose hacia mí para poder besarme con suavidad.

Sin embargo, en mis fantasías había aparecido un elemento nuevo, algo con lo que no me había visto en la obligación de luchar: Patrick Weiss. La confesión escueta de Genevieve sobre sus recientes sentimientos hacia él me había dejado frío, como si me hubiera metido de cabeza en un lago en pleno invierno; las preguntas, las dudas y el sentimiento de pérdida comenzaron a bombardearme sin tregua. El antiguo R, los restos de lo que había sido, muy posiblemente habría pasado a la siguiente, pero Genevieve… ella no era como las demás. Ella parecía ser la definitiva.

Cuando logré conciliar el sueño, deseé no haberlo hecho: los recuerdos de lo que había sucedido en los baños de la discoteca con Elsa se repetían en mi cabeza, en ocasiones con interrupciones de Genevieve, que me miraba con los ojos cargados de pesar y negando con la cabeza, tal y como había hecho en la tienda.

Algo se sacudió bajo mi brazo, despertándome de mi sopor. No había podido dormir a gusto debido a las continuas imágenes que me asolaban de mi affaire con Elsa en los baños y, sumándole a eso la pesada resaca que tenía en mi cuerpo, hacían que deseara hundirme en la tierra.

Parpadeé varias veces cuando me topé con el rostro de Genevieve apenas a unos centímetros de mí. Tenía el pelo revuelto y las mejillas sonrosadas; si mis recuerdos no me fallaban… aquella noche no había pasado nada porque ella lo había frenado a tiempo y porque me había bajado el calentón de golpe al confesarme que quizá estuviera enamorada de Patrick.

-Me… me estás aplastando –musitó ella y sus mejillas se colorearon de nuevo.

En el trascurso de la noche nos habíamos movido hasta encontrarme yo casi encima de ella, rodeándola con mis brazos y aplastándola contra mi pecho. Me aparté apresuradamente de encima de ella y Genevieve se arrastró hacia el borde del colchón. Se inclinó hacia el suelo y recogió su móvil; su rostro fue cambiando de expresión conforme sus dedos se deslizaban por la pantalla.

Cuando alzó la mirada, estaba pálida.

-Tengo que irme a casa –dijo.

Me arrastré fuera de la cama y me dirigí al baño mientras Genevieve me seguía en silencio. La miré con una ceja enarcada al ver que casi estaba pegada a mis espaldas; ella me devolvió la mirada.

-No puedo quedarme en tu habitación –se justificó a toda prisa-. ¿Y si entrara alguien y me descubriera? Ayer casi pasó…

Mi atención se centró en sus últimas palabras. Aún seguía sin entender cómo había terminado en mi habitación con Ken y Genevieve, pero su comentario final me había resultado de lo más… acojonante. ¿Habría llegado a oídos de mi padre la presencia de Genevieve en su propia casa?

Me apoyé en la pared llena de azulejos de color azul oscuro y ladeé la cabeza.

-¿Ayer casi pasó qué? –le pregunté.

Genevieve parecía nerviosa. Como si estuviera ocultándome algo.

-Bueno, creo que… Petra, si no me equivoco, nos pilló justo cuando íbamos a subirte a tu habitación –me relató, sin mirarme-. Ken tuvo que actuar deprisa y… lo único que se le ocurrió fue besarme.

¡Me cago en la puta! En aquellos momentos no sabía si arrasar con todo lo que había encima del mueble del baño o ir directamente a por mi primo para darle un buen puñetazo; apreté con fuerza mis manos en mis brazos, clavándome las uñas para infundirme un poco de sentido común. Lo que había sucedido, ese beso entre Ken y Genevieve, había sido una triquiñuela por parte de mi primo para evitar que Petra lo descubriera todo, ¿no? ¿No sería la causa de todos nuestros problemas que Ken también estuviera enamorado de Genevieve? No me había replanteado esa posibilidad pero, ahora que la tenía en mente, no me parecía tan descabellada.

Quizá ese fuera el centro de nuestros problemas.

Si Genevieve esperaba que explotara o empezara a lanzar cualquier objeto que tuviera a mano por los aires, no iba a darle ese gusto; me encogí de hombros mientras me apuntaba mentalmente tener una charla con mi primo.

-Petra sabe cómo guardar un secreto –dije.

Cerré la puerta del baño con pestillo y Genevieve se sentó sobre el borde de la bañera mientras yo iba de un lado a otro sacando lo necesario; la esquivé y me incliné sobre la bañera para abrir el grifo. A mi lado, escuché a Genevieve tragar saliva al comprender mis intenciones.

Me resultó de lo más irónico revivir la escena del baño estando Genevieve a punto de sufrir un síncope y yo completamente sobrio.

-Puedes esperarme en la habitación si te sientes incómoda –le propuse mientras evaluaba su reacción vigilándola por el espejo, llevándome las manos a la cinturilla de los calzoncillos.

-No quiero arriesgarme a que alguien entre en tu habitación –repitió, desviando la mirada hacia la pared.

Me encogí de hombros y me los quité de un solo movimiento; Genevieve se apartó de un salto de mi camino, evitando deliberadamente mirarme, y yo me metí en la ducha, bajo el chorro de agua. Me permití el lujo de espiarla a través de la mampara de cristal mientras me enjabonaba con deliberada lentitud y la pillé hurgando entre mis cajones. No había nada interesante en ellos, simplemente desodorantes y viejos peines; me quedé gratamente sorprendido cuando la vi sacar un peine y más aún cuando empezó a pasárselo repetidamente por su cabello, tratando de deshacer los nudos y con la vista clavada únicamente en su propio reflejo.

Se la notaba incómoda, pero no hizo ningún comentario o gesto brusco cundo salí de la ducha completamente desnudo y cogí la toalla que se encontraba a una pequeña distancia de ella.

-Me gustaría llegar cuanto antes a casa –me pidió-. Patrick viene de camino.

Salí a mi habitación, seguido por Genevieve, y fui cogiendo prendas al azar del suelo, poniéndomelas sobre la marcha; una vez estuve completamente vestido, me giré hacia Genevieve y la observé largamente.

-¿Qué? –me espetó al ver que no decía nada durante un rato.

-No sé cómo vamos a bajar hacia el garaje sin que nadie te vea –le respondí con sinceridad.

Miré hacia mi balcón, que daba a la parte trasera de la casa, donde estaban los jardines y la piscina; en uno de mis continuos berrinches infantiles, hacía un par de años, había obligado a mi padre a que hiciera construir una escalera que conectara aquella terraza con la piscina. Era una posible vía de escape, pero tendríamos que rodear toda la casa para poder alcanzar nuestro objetivo. Además, era demasiado arriesgado, ya que nos expondríamos a que nos grabaran todas las cámaras de seguridad que estaban instaladas en la zona.

La opción más viable era la de salir al pasillo y bajar directamente al garaje; sin embargo, aquello supondría tener que cruzar casi toda la casa y correr el riesgo de toparnos con alguien de mi familia, como mi padre.

-Tendrás que volver a ponerte la capucha –le sugerí.

Genevieve se sacudió el cabello antes de volver a colocarse la capucha sobre su cabeza. Me miró enarcando una ceja, retándome de aquella manera silenciosa a que hiciera cualquier comentario estúpido sobre su aspecto. Abrí la puerta de mi habitación y le empujé suavemente para que saliera al pasillo; debía ser pronto, ya que los pasillos estaban desiertos y no parecía oírse a ni un alma. La guié hasta el final, donde estaban las escaleras que bajaban hacia la planta de abajo, Genevieve estudiaba su entorno con el mismo recelo que una presa ante su depredador.

Fue un milagro que llegáramos al garaje sin habernos cruzado con nadie; cogí las llaves de Giulietta y desbloqueé sus seguros pulsando el botón correspondiente en el mando. Genevieve se montó automáticamente en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón con un click para desviar la mirada hacia su ventanilla; al parecer, no estaba muy dispuesta a darme conversación durante el viaje.

Hice caso omiso al sordo dolor de cabeza y arranqué el coche para, después, pisar a fondo el acelerador y salir disparados de allí; recorrí las ya familiares calles del lujoso complejo de Princeton, el refugio de todos los seguidores del cónsul Clermont y del propio cónsul. No necesité que Genevieve me indicara por dónde debía ir ya que, aunque no había ido en muchas ocasiones, me había aprendido el recorrido de memoria.

Fui reduciendo la velocidad conforme enfilamos la calle donde la familia de Genevieve tenía su mansión y me preparé mentalmente para la despedida. Quizá fuera la definitiva, a fin de cuentas; pese a que Genevieve me había brindado una última oportunidad, tenía la sensación de que iba a joderla.

Me giré en mi asiento hasta quedarme de lado, mirando fijamente a Genevieve; ella ya tenía la mano sobre la manilla y parecía estar deseando marcharse de allí. Sus ojos azules me observaron con cierto agradecimiento.

-Gra… Gracias por haberme traído –musitó al final, con esfuerzo-. Sé que tienes que estar con una resaca importante y… en fin, que agradezco profundamente que hayas hecho este esfuerzo por mí.

Alcé una mano pero ella retrocedió automáticamente, como si le diera miedo el simple contacto. La dejé caer sobre la palanca de marchas y fingí que trazaba las líneas que había sobre ella; sabía que tenía que decir algo, algo que le demostrara que estaba dispuesto a seguir luchando por ella y que no me iba a rendir tan fácilmente a pesar de tener ahora la competencia de Patrick Weiss.

-Te quiero –dije, recordando la ocasión en que fue ella la que me lo dijo. En su momento no la creí, no quise creerla y me escudé en mi dolor, fingiendo que las palabras que había pronunciado estaban vacías, que no tenía ningún significado y que lo había dicho únicamente para calmarme.

Qué equivocado estaba. El gesto de desconcierto y horror con el que me miró fue desgarrador: abrió mucho los ojos y escuché cómo se abría la puerta. Un segundo después, el cuerpo de Genevieve salió disparado del coche, dejándome completamente solo y con la sensación de que solamente había complicado las cosas.

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