LAST ROMEO

By wickedwitch_

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Condenados a odiarse. Destinados a amarse. Desde pequeños, tanto Genevieve como R han visto cómo sus dos fami... More

Nota de la autora.
PRIMERA PARTE.
I. SHOT ME DOWN.
II. HEY BROTHER.
III. ANIMALS
IV. BANG BANG.
V. PAPARAZZI.
VI. HERO.
VII. POKER FACE.
VIII. COME, GENTLE NIGHT
IX. DON'T LET ME GO.
X. YOU GIVE LOVE A BAD NAME.
XI. ROMEO DRINK TO THEE
XII. PIECES OF ME.
XIII. TIME BOMB.
XIV. BECAUSE OF YOU.
XV. MIGHTY LONG FALL.
XVI. DAYMARE.
XVII. OVER YOU.
XVIII. SHAKE THAT BRASS.
SEGUNDA PARTE.
XX. DISPARO AL CORAZÓN.
XXI. FALLING FAST.
XXII. LETTING GO.
XXIII. PERDÓN, PERDÓN.
XXIV. HAUNTED.
XXV. FORTUNE'S FOOL.
XXVI. MEMORIES.
XXVII. WELCOME TO HELL.
XXVIII. FIND YOU.
XXIX. BAD GIRL.
XXX. EARNED IT.
XXXI. HEART BY HEART.
XXXII. CALL ME BABY.
XXXIII. NEW DAYS
XXXIV. HE LOST EVERYTHING
XXXV. STUCK IN THE MIDDLE.
XXXVI. KENDRICK'S SACRIFICE.
XXXVII. BINARY SUNSET
XXXVIII. IT CAN'T BE
TERCERA PARTE.
XXXIX. BEHIND THESE HAZEL EYES
XL. A PATH I CAN'T FOLLOW
XLI. EVERYTHING AND NOTHING.
XLII. FROZEN.
XLIII. ALL I NEED.
XLIV. WE WERE SO CLOSE.
XLV. CUT.
XLVI. LOST.
XLVII. RECUÉRDAME.
XLVIII. WHEN THE DARKNESS COMES
XLIX. LET HIM GO.
L. ECOS DE AMOR. (1ª PARTE)
LI. ECOS DE AMOR. (2ª PARTE)
LII. PER ASPERA AD ASTRA.
LIII. LOVE DEATH BIRTH
LIV. BEGINNING OF THE END
LV. THE OTHER HALF (OF ME)
LVI. YOU RUIN ME
LVII. U R
EPÍLOGO. LAST DANCE

XIX. HEARTACHE.

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By wickedwitch_

GENEVIEVE

El paso del tiempo fue más que evidente cuando Davinia irrumpió en mi habitación con demasiado alborozo y abriendo las cortinas de un solo movimiento, provocando que la luz incidiera en mis ojos, sobresaltándome. Me froté los ojos con fuerza, tratando de despejarme por completo, mientras Davinia iba de un lado a otro de mi habitación canturreando para sí misma.

Cuando comprobé la hora que era, gemí y traté de cubrirme de nuevo con las sábanas. Las manos de Davinia las sujetaron con fuerza, impidiéndomelo; la observé con los ojos entornados, acusadores.

-¿Qué sucede? –inquirí, molesta.

Davinia fingió enfadarse y tiró de las sábanas hasta que las solté. Contuve un nuevo gemido.

-¿No sabes qué día es hoy? –Davinia respondió mi pregunta con otra pregunta.

Negué con la cabeza. Llevaba días sin saber de R y, debido a ello, me había movido como un robot, sin importarme siquiera lo que sucedía; mi familia me había pedido amablemente si podía salir en más ocasiones con Patrick. Ahora que habíamos comenzado a salir de manera oficial, el caos que se desató con los paparazzi hizo que me sintiera asfixiada; si antes había estado encantada de cubrir las portadas, en esos precisos momentos deseaba convertirme en una persona totalmente anónima.

Observé a Davinia fruncir los labios con fuerza.

-Es tu cumpleaños, cielo –contestó y a mí se me cayó el alma a los pies.

Me sentí estúpida por haberme olvidado. Y aún más cuando, las veces que había salido con Patrick por la ciudad, él me había interrogado sobre qué es lo que quería hacer en mi cumpleaños; aquella revelación terminó de despejarme y me incorporé sobre la cama, mirando a Davinia fijamente.

-Tu familia te espera abajo –me informó y sacó un paquetito de uno de sus bolsillos, guiñándome un ojo de manera pícara-. Feliz cumpleaños, Vi.

Cogí mi regalo y lo sostuve durante unos momentos, mirando embobada a Davinia; aquella había sido una tradición entre nosotras desde que alcanzaba a recordar: ella nunca había faltado a ninguno de mis cumpleaños y todos los regalos que me había hecho los había escondido de mi madre. En cierto modo, aquel regalo me hacía muchísima más ilusión que los que me esperaban abajo; mis dedos temblaron cuando rocé el cuidado papel de regalo y tiré del lazo que lo cubría.

Parpadeé para retener las lágrimas cuando contemplé la gargantilla con una «G» dentro de la caja.

-Es precioso –murmuré, tocándolo con cautela.

Davinia me ayudó a ponérmela y se secó discretamente la comisura del ojo, atrapando una rápida lágrima. Estaba a un año de convertirme en mayor de edad y, aun así, no estaba segura de ser entonces dueña por completo de mi vida; temía que mis padres me obligaran a dar el siguiente paso: comprometerme con Patrick y montar una boda por todo lo alto.

Mi ama me contempló en silencio, visiblemente emocionada. Ella me había visto crecer y me había, prácticamente, criado; esa mujer a la que no me unía un lazo de sangre me conocía mejor que mi propia madre. Sin embargo, sabía que no era en eso en lo que estaba pensando exactamente.

Mi mente voló hacia un nombre concreto: Hannah. Mi hermana mayor que, lamentablemente, había muerto varios años atrás; mi hermana mayor que había decidido poner fin a su propia vida por motivos que aún desconocía.

Aún, sin embargo, recordaba perfectamente el dolor que me había embargado durante mucho tiempo, enfadada con Hannah por habernos abandonado a Michelle y a mí; mis hermanas y yo siempre habíamos estado muy unidas, sin secretos entre nosotras; por eso mismo me había sentido traicionada cuando mi madre nos había comunicado que habían encontrado el cadáver de Hannah en su dormitorio.

Cerré los ojos de manera inconsciente, rememorando cada segundo de aquel fatídico día, al regresar del instituto. Aquel día mi hermana no se encontraba bien y, por ello, se había quedado en la cama, reposando; mi madre había mandado a Davinia para ver cómo se encontraba. Y ella la había encontrado completamente rígida sobre la cama, con los ojos apuntando hacia el techo.

Hannah había decidido poner fin a su sufrimiento a los diecisiete años.

Justo la edad que tenía yo.

Me mordisqueé el labio con indecisión, buscando algo que decir y que consiguiera aliviar el aire tan pesado que parecía haberse instalado en mi habitación.

-Creo que sería mejor que bajara a desayunar –murmuré, bajando los pies del colchón.

Ni siquiera me molesté en cambiarme. Acompañé a Davinia con mis viejos pantalones de yoga y mi camiseta hacia el comedor, preguntándome si alguien más de mi familia habría caído en la cuenta de que Hannah se había suicidado a los diecisiete años; mi ama me besó con rapidez en la mejilla antes de dirigirse a la cocina.

Nada más poner un pie en el comedor, todas las miradas se clavaron en  mí. Fui consciente de la reprobación en la mirada de mi madre y el labio fruncido de mi padre, pero no me importó: mis ánimos se habían visto drásticamente reducidos por las circunstancias.

La única que parecía encantada de verme fue Michelle, que me dedicó una amplia sonrisa.

-¡Feliz cumpleaños! –canturreó cuando ocupé mi silla y me puse la servilleta sobre el regazo.

-Cariño, creo que habría sido correcto que te quitaras esas ropas tan viejas, al menos, para bajar a desayunar –objetó mi madre.

Mi padre, por el contrario, guardó silencio.

Bajé la mirada automáticamente hacia mi plato, avergonzada por la reprimenda que había echado mi madre. Michelle se inclinó hacia mí por encima de la mesa, mostrándome un sobre con un coqueto lacito bordeándolo.

Lo cogí sin mucho entusiasmo.

-¿Por qué no lo abres? –me preguntó mi hermana, dando brinquitos en su asiento y granjeándose miradas igual de reprobatorias que las que había recibido yo por parte de nuestra madre.

La obedecí y abrí el sobre con cuidado. Dentro de él había un papel cuidadosamente doblado cuyo mensaje era: «Vale por una tarde con tu hermana»; mis ojos se clavaron en el rostro emocionado de Michelle y enarqué una ceja. Mi hermana se había convertido en una persona solitaria que apenas salía de la mansión.

Que hubiera decidido brindarme aquella tarde para nosotras solas quería decir que estaba haciendo un verdadero esfuerzo por mí.

-Gracias –musité, agradecida de corazón por aquel gesto.

No pude decir nada más porque el servicio entró con nuestro desayuno.

Mientras mi madre se servía un poco de macedonia de frutas, me dedicó una rápida mirada que no auguraba nada bueno.

-¿Has hablado con Patrick, cariño? –me preguntó.

Corté un trozo de tortilla y la sostuve en el aire unos instantes, antes de responderle.

-No, lo cierto es que no –respondí con sinceridad.

La última vez que había visto a Patrick habían sido dos días atrás, cuando me había invitado a que fuéramos a probar un nuevo restaurante que habían inaugurado hacía poco tiempo. Aquellos días sin saber nada de él, además de llevar algunos más sin saber nada de R, me habían sentado como una pequeña tregua en la que había podido ir recuperando fuerzas para la próxima vez que nos viéramos.

Aún recordaba el incómodo momento que habíamos tenido en su apartamento, al que había vuelto en una ocasión para que Patrick pudiera enseñarme su nuevo plato. Patrick no había vuelto a mencionarlo pero, en el fondo, sabía que estaba deseando continuar desde el punto en que lo habíamos dejado.

-¿Por qué no hacéis esta misma tarde vuestra salida? –propuso entonces mi madre, sobresaltándome.

Michelle y mi madre compartieron una mirada cómplice y, de nuevo, me sentí excluida por completo de lo que sucedía en mi familia.

Mi padre fue el primero de terminar de desayunar. Nos besó a cada una en la mejilla antes de despedirse apresuradamente de nosotras y salir del comedor, dejándonos a nosotras tres a solas.

Michelle se limpió las comisuras de su labio con la servilleta y me dedicó una encantadora sonrisa.

-Me parece una buena idea –respondió a la pregunta que momentos antes había hecho mi madre.

Yo me encogí de hombros.

-Estás muy apagada para ser tu cumpleaños, cariño –observó mi madre, bebiendo un sorbo de zumo de naranja.

-Estoy cansada –respondí.

De repente, se me había quitado el apetito.

Al final quedé con mi hermana en que saliéramos de compras aquella misma tarde. Tras ultimar los detalles, subí de nuevo en mi habitación, dispuesta a encerrarme hasta que llegara la hora acordada.

Me dirigí de manera automática al escritorio, donde tenía el móvil. Lo desbloqueé con cuidado, con la pueril esperanza de tener un mensaje de R; me quedé completamente chafada cuando la pantalla del móvil estaba sin nada. Solté un suspiro de derrota; habían pasado varios días en los que le había enviado innumerables mensajes de texto y de voz, sin recibir respuesta alguna.

De nuevo, lo llamé, rezando para que, en esta ocasión, me lo cogiera. La angustia que me consumía en aquellos momentos, incluyendo la incertidumbre sobre su paradero, iban a conseguir volverme loca. Incluso había llegado a la disparatada idea de llamar a su primo… aunque no sabía cómo iba a conseguir su número.

Sin embargo no hizo falta que ideara ningún plan para ponerme en contacto con Kendrick, ya que escuché el sonido que indicaba que R había decidido descolgar el teléfono y dejar de evitarme.

-¿Quién es? –gruñó y su voz sonó ronca, igual que si estuviera de resaca.

Procuré que no cundiera el pánico. ¿Acaso había pasado todo este tiempo saliendo de fiesta con sus amigos e ignorándome por completo? En mis oídos resonaron todo lo que había escuchado sobre R: fiestas, alcohol, drogas y mujeres en grandes cantidades. ¿Sería posible que hubiera decidido volver a su antigua vida? ¿Habría perdido todo su interés en mí? ¿Habría encontrado a alguien más?

De repente se me formó un nudo en la garganta y tuve náuseas. Quería echarme a llorar allí mismo, consumida por las dudas, pero no me parecía correcto; tenía que darle el beneficio de la duda. Quizá todo tuviera una explicación más sencilla.

-Soy yo –musité con esfuerzo.

Se oyó un gemido al otro lado del teléfono y mi corazón se olvidó de latir por un segundo ante la evidencia. ¿Habría dormido con alguna chica… a parte de lo evidente? Recordé que R me había asegurado que no se quedaba con ellas, que se marchaba cuando se había aburrido de pasar el rato con ellas. Sin embargo, conmigo había hecho una excepción; ¿significaba eso que había decidido saltarse su propia regla impuesta? La cabeza me daba vueltas y el nudo se había hecho mucho mayor que antes.

-¿Qué es lo que quieres? –su abrupta pregunta me dejó desbancada por completo.

Miré la pared de mi habitación con los ojos abiertos como platos, aún repitiendo en mi cabeza el tono que había usado conmigo. Las comisuras de los ojos comenzaron a escocerme y las náuseas se habían intensificado aún más. Me mordí el labio inferior, sin saber qué responder. O cómo responder.

No entendía el cambio que había sufrido R y en cómo, en un par de días sin vernos, parecía haberse convertido en un completo extraño. Me reprendí a mí misma por ser tan estúpida y por haberme pillado tanto por un chico que, era más que evidente, había perdido todo interés en mí por un motivo que desconocía. Quizá fuera la edad, los objetivos… o el hecho de que no hubiera conseguido avanzar conmigo para tener sobre seguro que iba a terminar en la cama con él.

Pero no lograba entender por qué se había tomado tantas molestias conmigo. Ni siquiera le encontraba sentido al hecho de que hubiera decidido presentarse en mi propia casa disfrazado de repartidor para disculparse; de hecho, ese había sido el último día que lo había visto. ¿Qué había podido cambiar en él en ese período de tiempo? ¿Qué es lo que le había sucedido?

La autocompasión y el sordo dolor del pecho fueron dejando paso a una sensación de pura indignación. Incluso de rabia. Había dejado a R entrar demasiado rápido a mi corazón y ese había sido el resultado: su completa pasividad cuando se había aburrido de una chiquilla de dieciséis años que había puesto demasiadas esperanzas en una relación que no tenía futuro.

Cerré los dedos con más fuerza de la necesaria en torno a mi móvil. ¡El muy cabrón tenía la desfachatez incluso de preguntarme que por qué coño lo llamaba! Controlé mi respiración y logré mantenerme firme.

-Supongo que preocuparme por un cabrón egocéntrico como tú –le respondí con toda la frialdad que pude.

Inspiré y espiré varias veces mientras, al otro lado, escuchaba el sonido de algo parecido a los muelles de un colchón crujir y la palabrota que R soltó cuando debió golpearse con algo. En ese momento deseé haber sido yo quien lo hubiera golpeado.

Me acerqué a la ventana y contemplé con gesto impasible cómo Brian, nuestro jardinero, estaba podando alguno de los árboles que teníamos en el jardín. R seguía sin decir una palabra, pero escuchaba su respiración trabajosa al otro lado de la línea.

-No tenías por qué preocuparte por mí –dijo tras un buen rato en silencio.

Esbocé una sonrisa irónica que él no podía ver.

-En eso tengo que darte la razón –coincidí con R-. Pero creo que eso tiene fácil arreglo: de ahora en adelante se va a preocupar la zorra con la que te has acostado porque yo no. Se acabó –concluí con un tono gélido.

R inspiró con fuerza y masculló algo que no pude entender. En aquellos momentos, tras haber pronunciado las palabras definitivas, me pitaban los oídos y una fuerte opresión en el pecho; jamás me había visto obligada a dejar a nadie. Nunca había estado con nadie.

La sensación era extraña… pero liberadora. Hasta que fui consciente de que, quizá, no se había acabado nada; seguramente R se habría reído a mis espaldas por creerme tan estúpida por haber confiado en que teníamos algún tipo de relación seria.

-Tú no puedes estar terminando conmigo –gruñó y me sobresaltó el golpe que dio a algo-. Además, no me he acostado con nadie.

Cogí aire.

No lo creí en absoluto.

-No vuelvas a acercarte a mí –le advertí y la voz no me tembló al hablar-. No te quiero cerca, R. Y si intentas cualquier cosa… hablaré.

Se escuchó una carcajada seca.

-No serías capaz –replicó-. Te hundirías conmigo y Patrick te dejaría. Además, ¿quién te creería Genevieve?

Me miré las uñas de las manos con gesto distraído.

-¿Con una camiseta tuya, el regalo de disculpa que me hiciste y los mensajes que tengo en el móvil? Ay, pues no lo sé.

Por no hablar de Davinia, ella había sido testigo directo de lo que había entre nosotros. Tenía suficiente material para que todo el mundo lo supiera… y me creyera; no me importaba usarlo, aunque eso supusiera que me hundiera con él en ese pozo. Además, ¿no podía fingir que él había sido demasiado insistente conmigo? Quizá, después de todo, pudiera hacer uso de mi inocencia y relación con Patrick para fingir que todo aquello había sido cosa de R.

R parecía haberlo entendido.

-Adiós –y colgué.

Tiré el móvil con rabia a la cama y observé cómo rebotaba contra el colchón para caer finalmente contra el suelo. Pensé en cómo debería sentirme en esos momentos y me di cuenta de que me sentía como si la llamada a R nunca se hubiera realizado; sentía el vacío en el pecho, pero no acudían las ganas de llorar. «Quizá sea porque, en el fondo, sabía que esto iba a suceder», quise comprender. La venda que había cubierto mis ojos había caído, demostrándome que aquello era… bueno, que siempre había sido la verdad.

Me permití soltar un fuerte grito de frustración que reverberó en toda mi habitación.

Un segundo después, la puerta se abrió de golpe y mi hermana apareció en el umbral, mirándome como si me hubieran salido otras dos cabezas; llevaba puesto únicamente un albornoz, por lo que, se podría decir, que le acababa de fastidiar su baño.

-¿Qué ha sucedido? –preguntó con un tono demasiado agudo-. ¿Estás bien? He oído tu grito y… -su voz fue bajando gradualmente hasta que se apagó por completo.

Compuse mi mejor sonrisa y me acerqué hacia donde Michelle me miraba, aferrándose al albornoz con fuerza. Incluso me parecía mucho más pálida, ahora que podía verla desde más cerca.

-¿Te he asustado? –pregunté con inocencia-. No era mi intención…

Los ojos de mi hermana me recorrieron de arriba abajo.

-Entonces, ¿por qué has gritado?

Me encogí de hombros, restándole importancia.

-He visto en la Red que Milena Klauški llevaba el mismo vestido que tenía intención de comprarme para mi fiesta de cumpleaños –mentí, poniendo un mohín con los labios-. ¿Lista para una tarde de hermanas? Prometo ser indulgente contigo.

Todo rastro de preocupación desapareció de la cara de mi hermana al oír el entusiasmo que tenía por nuestra salida. Me dedicó una sonrisa igual de entusiasta y casi pude ver en ella a la antigua Michelle, a la chica popular que lo conseguía todo. Que tenía todo lo que se proponía.

Me dio un ligero manotazo en el brazo que yo le devolví, ambos en broma.

-No esperes que esté agradecida por ello –me dijo, sacándome la lengua.

Le respondí con una mueca burlona y ella regresó a su habitación, mucho más animada que antes. Cerré la puerta con cuidado y observé mi habitación en silencio; era el día de mi decimoséptimo cumpleaños y había recibido el peor, o mejor no estaba segura de ello, regalo; decidí acercarme a la mesita de noche y sacar la cajita plateada que contenía la gargantilla que me había regalado R. No había tenido ocasión de ponérmela y ya no tendría ninguna más así que ¿qué podía hacer con ella?

El pitido de mi ordenador me distrajo por completo. Devolví la cajita a su escondite y me acerqué con curiosidad a la pantalla del ordenador; en ella habían salido varias ventanitas emergentes con felicitaciones de todo tipo de personas y gente que me preguntaba si iba a dar una fiesta tan buena como la del año anterior. ¿Qué mejor remedio contra el mal de amores que el alcohol y una buena compañía?

Michelle vino a buscarme a mi habitación de manera puntual; me quedé fascinada de verla vestida como antaño, incluso un poco maquillada. Ella aguardó la compostura durante todo mi estudio y se mantuvo impasible, con una ligera sonrisa torcida que demostraba lo mucho que le gustaba mi reacción.

Cogí mi bolso de la cómoda y salí de mi habitación junto a Michelle. Seguía pasmada por el buen aspecto que presentaba mi hermana y me pregunté si mi madre no había tenido nada que ver con ello; íbamos a ir a un sitio público y concurrido donde era muy posible que nos fotografiaran. Seguramente mi madre querría asegurarse de que el aspecto de mi hermana no empeorara nada y siguiéramos siendo el foco de atención de todos.

Entrelacé mi brazo al de Michelle mientras bajábamos las escaleras y le dediqué una amplia sonrisa. Quizá tendría que encontrarme destrozada, con los ojos rojos e hinchados, pero no tenía ninguna intención de estropear aquella fantástica tarde con la que mi hermana me había regalado; además, la fiesta que tenía pensado dar ocupaba la mayor parte de mi mente. Incluso ya me había puesto en contacto con Bonnie para que empezara a preparar los detalles.

-Será una tarde inolvidable –auguré con optimismo.

Michelle puso los ojos en blanco y hurgó en su bolso para sacar una reluciente tarjeta negra.

-Amén –respondió y ambas nos echamos a reír.

Añoraba pasar momentos así con mi hermana. La pérdida de Hannah y las posteriores circunstancias nos habían cambiado a todos y mi familia había trabajado duro para lograr perfeccionar una máscara perfecta ante el resto de la ciudad; me imaginé que nuestra hermana seguía viva y que había decidido acompañarnos. Hannah siempre había sido una persona divertida que no perdía ninguna oportunidad para hacer de las suyas, aunque fuera en el probador de una tienda.

No pude evitar contener la risa al recordar cómo lo había puesto todo perdido de nata montada que nos habían servido con las fresas en una importante tienda mientras nuestra madre se probaba el traje que había encargado a medida. Michelle me miró con curiosidad.

-¿Qué te hace tanta gracia?

Me sequé una imaginaria lágrima y alcé la mirada al cielo. Contra todo pronóstico, el día había resultado ser soleado y agradable, perfecto para salir de la mansión durante un tiempo. Miré a mi hermana, que aún esperaba una respuesta por mi parte. ¿Podía contarle lo que rondaba por mi mente en aquellos momentos? ¿Se enfadaría mucho?

-No he podido evitar acordarme de Hannah –le confesé.

La atmósfera que nos rodeaba pareció enfriarse y Michelle frunció el ceño. Habíamos llegado hacia el coche que nos llevaría hacia el centro comercial más grande que había en la ciudad y me sostenía la puerta para que pudiera pasar; me miró raro cuando me metí dentro y ella ocupó el asiento de al lado.

Temí haber fastidiado nuestra salida juntas con mi inocente comentario.

-Entiendo que hoy sea un día difícil para ti por todo ese lío de la edad de Hannah cuando murió, pero yo te veo mucho más sana mentalmente que ella –respondió y luego bajó la voz-. Yo también la echo de menos, Vi. Todos los días.

No solté su mano durante todo el trayecto.

Una vez allí, Michelle se encargó de hablar con nuestro chófer para que volviera a recogernos. Solucionado este último problema, regresó a mi lado y tiró de mí para que nos pusiéramos en marcha. Como siempre, el recinto estaba a rebosar de parejas, grupos de amigos o familias que habían decidido pasar el día allí; Michelle decidió que empezáramos por la tienda de ropa que nos pillaba más cerca.

Fuimos yendo de tienda en tienda, riéndonos como bobas. Michelle, a parte de actuar como consejera de moda, también decidió unirse a mí en nuestro plan de fundir el crédito de la tarjeta que nuestros padres nos habían proporcionado; salimos de la última tienda, con los brazos cargados de bolsas, cuando caí en la cuenta de algo: no había tenido oportunidad de preguntarle a mi hermana si conocía al primo de R de antes y por qué parecía tenerle tanto… odio.

Me giré hacia Michelle, que estaba consultando su teléfono móvil en aquellos momentos, y me aclaré la voz.

-Michelle –la llamé con suavidad, atrayendo su atención-. ¿Conocías a Kendrick Duken de antes?

Mi hermana palideció como si hubiera visto a un fantasma cuando pronuncié el nombre del primo de R. Después, frunció los labios con fuerza hasta ponérselos blancos, a juego con su piel.

-Es posible que coincidiéramos en el instituto –respondió de manera evasiva.

Sabía que había algo más tras ello, algo que no quería contarme, pero no me dio tiempo a seguir indagando más sobre la historia que había detrás de aquel sentimiento de odio tan poderoso porque Michelle señaló la tienda de Victoria’s Secret que había en aquella misma planta y nos dirigimos hacia ella. Sospechaba que mi hermana ocultaba algo importante respecto a Kendrick pero ¿quién era yo para ponerla en tela de juicio cuando yo misma le había ocultado mi ya finalizada relación con R Beckendorf? Me encogí de hombros mientras entrábamos por la puerta de la tienda.

Me entró la risa floja cuando mi hermana balanceó de un lado a otro un conjunto bastante sexy de lencería de color rojo pasión. Michelle enarcó una ceja y me dedicó una sonrisa mordaz, atrás había quedado mi indiscreta pregunta y ambas hacíamos como si nada hubiese ocurrido.

-Me parece estupendo para ti, Vi –sentenció con un gesto de cabeza.

Miré de nuevo aquellas prendas tan sexys. Sin duda alguna eran preciosas y me quedarían genial, pero no tenía a nadie a quien enseñárselas de una manera más íntima; ladeé la cabeza, fingiendo que me lo estaba pensando.

-A Patrick le encantaría, fijo –apostilló mi hermana.

-¿Patrick? –repetí como una estúpida.

Ahora fue mi hermana la que se echó a reír.

-Sí, boba, Patrick. He estado con chicos, Vi, y sé cómo funcionan estas cosas: en fechas como éstas es perfecto comprarse algo como esto –sacudió de un lado a otro el conjunto de lencería- para celebrarlo. ¿O acaso pasáis directamente a la acción? –añadió con malicia.

Me puse colorada ante su quisquillosa insinuación.

-No sé si a Patrick le gustaría… -me las apañé como pude para farfullar entre dientes.

La risa de mi hermana se intensificó a causa de mi mojigatería. Me pasó el conjunto y comenzó a rebuscar en busca de algún otro; yo me quedé observando con los ojos entornados aquellos trozos de tela y preguntándome si toda aquella salida, el venir a esta tienda en último lugar y lo que me había dicho Michelle sobre «celebrar las ocasiones especiales» no estarían relacionadas entre sí.

No tuve tiempo de seguir aquella línea de pensamiento puesto que mi hermana ya me había llenado los brazos con distintas combinaciones y me empujaba directa a los probadores para que empezara cuanto antes.

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