6. Recordaría haberte conocido

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—Pues es lo que hay, para la próxima podrías poner algo más que mandarinas robadas.

—Siguen siendo mejor que esa porquería de cerveza —replicó antes de sumergirse bajo el agua.

Allen me dio una mirada, pero negué. El olor a alcohol, incluso el medicinal, me traía malos recuerdos de esa noche y era algo que quería enterrar en el pasado.

Y Maylín tenía razón, esa marca de cerveza era bastante mala.

—¿Qué pasa? —preguntó la molesta voz de Francisco desde su piedra—. No me digas que eres como Santa Casey que quiere esperar hasta la mayoría de edad...

—Solo porque ustedes empezaron a beber a los trece no significa que yo o Astrid tengamos que hacerlo —respondió ella mientras estiraba un trozo de tela sobre su regazo.

—Hablas como si hubiera una edad para beber en el pueblo —comentó Francisco con un petulante tono de voz.

—Dímelo de nuevo para cuando tu hígado te pase factura... —le dijo ella con una pequeña sonrisa de suficiencia.

—¿En serio se van a pelear por una cerveza? —preguntó una indignada Maylín, quien había regresado de su minuto bajo el agua—. Como que nos levantamos bravos hoy, Dios mío vamos a pasar pena frente a Astrid...

—Creo que saldré —le avisé a Maylín mientras tomaba distancia.

Ella asintió y me dio espacio. Incluso Allen tomó cierta distancia de mí mientras regresaba al agua con sus amigos, quienes volvieron a concentrar los temas de conversación en los chismes del pueblo.

—¿Te cansaste de escuchar chismes, Shorts?

La voz de Casey me sobresaltó por un momento, pero escuchar mi apodo saliendo de sus labios provocó un escalofrío por todo mi cuerpo. Ella se había quedado en la orilla del río, sentada sobre una toalla y sabía sacado un trozo de tela blanco donde bordaba lo que parecía ser la arandela de una camisa de pollera.

Pareció ser que su intención nunca fue bañarse con nosotros.

O conmigo.

—Me dio frío—respondí mientras salía.

Ella solo asintió sin quitar la vista de su bordado. Una vez más ese muro de nerviosismo volvió a levantarse, por lo que caminé hasta mi mochila para secarme un poco con la toalla.

Al terminar, me senté sobre ella y decidí cambiar el rollo de la cámara. Muchas más fotos de las que esperaba, pero había paisajes demasiado hermosos en el pueblo y que no eran comunes de ver en la ciudad.

—¡Astrid! ¡Unas fotos por acá! —gritó Maylín mientras alzaba los brazos para llamar mi atención.

—¡Solo si quieres! —aclaró Allen mientras intentaba detener los brazos de Maylín.

Terminé de cambiar el rollo y apunté hacia donde los tres chicos posaban de manera graciosa. Maylín estiró los brazos mientras hacía el signo de la paz, Allen se recostaba contra una roca con una tímida sonrisa y Francisco solo miraba de manera fija la cámara y elevaba una ceja.

Se la había pasado así todo el rato, lanzándome esas extrañas miradas en las que me costaba distinguir si eran de odio o simplemente para distraerme. Él quería que yo tuviera alguna reacción y yo no pensaba darle ese gusto.

Apenas les hice una seña para avisar que había tomado la foto, Maylín tomó a los dos chicos de los brazos y los jaló hacia el agua entre risas. Los tres no tardaron en enfrascarse en un jugueteo de chapoteo y risas, así que aproveché para sacarle un par de fotos a escondidas.

Las últimas flores del veranoWhere stories live. Discover now