12. Bienvenida al mundo adulto

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29 de enero de 1999

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29 de enero de 1999

En la medianoche del veintinueve de enero, mi niñez llegó a su fin.

Estuve despierta con la mirada fija en el techo mientras recordaba cómo me había sentido el año pasado durante esa misma fecha y Mariana vino a mi cabeza.

Aquel día habíamos decidido ir al cine a ver aquella nueva película de comedia de la que todos hablaban y conversábamos en la fila sobre nuestros planes cuando llegáramos a la mayoría de edad.

Compraríamos un montón de licor para emborracharnos mientras veíamos nuestras comedias románticas favoritas y comíamos todo lo que pudiéramos hasta hartarnos.

Porque creímos que sería una buena manera de iniciar mi vida adulta, pero esa idea quedó en el pasado al igual que mi amistad con Mariana.

Recuerdo que mi primer pensamiento fue: mierda, tengo que votar para decidir el futuro de mi país en unos meses.

Y mi segundo pensamiento vino acompañado de un fuerte dolor en mi abdomen que me tomó por sorpresa.

En un abrir y cerrar de ojos me vi parada frente a una cámara mientras fingía que los cólicos menstruales no me estaban matando y tenía toda mi vida en orden.

—Si quieres puedes sonreír un poco, pero no demasiado —me señaló la mujer mientras ajustaba la cámara—. Por cierto, que bonito corte.

—Gracias... —agradecí mientras me aguantaba las ganas de agarrarme el abdomen y hacerme bolita.

Debí esperar algo así, en los últimos meses habían sido sumamente irregulares y la doctora dijo que debía ser por el estrés que había tenido el año anterior. Eso, mezclado con las secuelas de una sobredosis, hizo que cada día de aquellos tiempos se sintiera como una ruleta rusa.

Un día con dolores de cabeza, otros con náuseas y arcadas, uno que otro sangrado de nariz en las mañanas, ocasiones en las que mi presión bajaba de forma brusca y pequeños momentos en los que me desconectaba sin darme cuenta. Fueron disminuyendo con el pasar del tiempo, pero algunos se quedaron junto a los recuerdos de ese verano.

—Listo. —La funcionaria me tendió un papel—. Tienes que cargar con esto encima hasta que vengas a retirar tu cédula, en caso que la policía te la pida les das este papel para evitar la multa.

Asentí ante eso, lo bueno de ser hija de un legislador era conocer lo básico de leyes y estar atenta a cualquier modificación porque él las anunciaba por la casa como si fuera algún versículo de la biblia.

—Gracias —repetí, tomando el papel y bajándome de la silla—. Que tenga buen día.

—Igualmente... por cierto —dijo la mujer, antes de regresar a su cubículo—. Feliz cumpleaños.

Luego de ese lindo instante, pude salir del edificio con el papel que me acreditaba mi cédula de identidad personal, oficializando así mi adultez legal.

Las últimas flores del veranoWhere stories live. Discover now