Interludio (II)

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25 de noviembre de 1995

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25 de noviembre de 1995

—Te dije que iban a suspender las clases hoy —señaló Héctor mientras caminaban por el polvoriento camino de tierra.

Casey rodó los ojos al escuchar la voz de su amigo. El chico se lo había estado repitiendo sin cansancio desde el día anterior, cuando el aire fue lo único que salió de las tuberías de sus casas.

A pesar que la falta de agua era algo tan común en el pueblo como las lluvias de la temporada, las escuelas nunca estaban preparadas para ese tipo de incidentes y por eso la mayoría prefería suspender las clases antes que terminar con los baños sucios.

Así fue como terminaron caminando de regreso a sus casas bajo el opaco sol mañanero de aquel mes patrio.

Héctor llevaba su uniforme, camisa blanca de mangas largas y pantalón azul marino que denotaba su estatus de estudiante de último año. Cortos rizos habían empezado a asomarse por su cabeza después de haber decidido dejarlo crecer.

Casey su camisa celeste de mangas cortas, falda azul plisada por debajo de la rodilla y sus medias azules que no paraban de bajarse mientras caminaba. Su cabello estaba peinado en dos ajustadas trenzas que empezaban a darle dolor de cabeza.

—Ay pues, ya está —Casey elevó las manos—. Tenías razón, aunque agradezco que no hubiera. Tenía ejercicio de matemáticas y no me sabía nada.

—Es porque siempre dejas todo para última hora. —Héctor le dio una mirada de regaño—. Tienes que ser más organizada y poner más de tu parte.

Casey rodó los ojos. Intentaba ser más organizada, en serio lo hacía, pero siempre terminaba distrayéndose de una manera u otra. Especialmente cuando eran cosas que no le interesaban como números, fórmulas matemáticas y ese tipo de cosas. A ella le gustaban los colores, las manualidades y trazar líneas en sus cuadernos hasta formar algo hermoso.

—Ajá... —murmuró Casey—. Ya suenas como Calito.

—No me hagas sentir como su reemplazo entonces y ponte pilas con matemáticas —el chico estiró los brazos hacia el aire, intentando sentir la suave brisa que recorría el campo—. Hablando de eso... ¿Cómo está Carlos?

Casey ya se preguntaba la razón por la que se había demorado tanto en hacer esa pregunta. Por lo general, una vez al mes, Héctor se aventuraba a preguntar cómo estaba él.

Desde la partida de su hermano para formar una vida con su esposa en la capital Héctor se había pegado a ella como si fuera un perrito tinaquero, tal vez porque estaba tan acostumbrado a estar con él que no sabía que más hacer.

A Casey no solía molestarle su presencia porque siempre lo había visto como un segundo hermano, pero muchas personas del pueblo habían empezado a ver el trato como la señal de un supuesto enamoramiento entre ambos.

Incluso Maylín, la cual aprovechaba cada momento para molestarla llamándola Cassandra de Gutiérrez.

«Qué asco» pensó al recordarlo «Ni siquiera combina»

Las últimas flores del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora