4. La intersección

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8 de enero de 1999

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8 de enero de 1999

Los sonidos nocturnos y el caucho de las llantas de la bicicleta nos hicieron compañía durante el camino de regreso. Mis brazos estaban alrededor de la cintura de Allen, pero mis ojos estaban enfocada en la chica a nuestro lado.

Mechones de su cabello oscuro se movían con el viento mientras su mirada estaba fija en el camino. El perfil de su rostro se veía mucho más relajado que unos minutos atrás, cuando me ayudaba a levantarme luego de esa desastrosa caída.

Al estar de pie, enfocó una intimidante mirada sobre Francisco. El chico intentó excusarse diciendo que había sido un accidente, pero la chica levantó el dedo índice e increíblemente este gesto fue suficiente para que se mantuviera en silencio.

Mientras tanto, Allen y Maylín corrieron al mini súper para pedir agua oxigenada y papel para limpiar la sangre. En teoría la herida no era tan grave, era un raspón apenas superficial que iba desde mi rodilla hasta mi pantorrilla y que tan solo sangraba un poquito.

En ese momento era lo que menos me preocupaba, no podía dejar de mirar a la chica enojada frente a mí. Era bastante alta, probablemente un centímetro más que yo, con una silueta esbelta remarcada por aquel vestido de tono rosa cálido estampado de flores amarillas que le llegaba hasta la pantorrilla y sus zapatos bajos en tono beige.

Su piel era de un tono marrón oscuro que daba una sensación de calidez y tenía cierto brillo dorado bajo las luminarias del parque.

Mi corazón latía con fuerza y sentí la extraña necesidad de sacarle una foto, de captar su belleza en mi rollo.

Cuando Allen y Maylín regresaron con las cosas para tratar mi herida pensé que alguno se encargaría, pero la chica tomó el agua oxigenada, colocó un poco sobre la capa y la vertió con cuidado.

Sé que en ese momento debí cerrar los ojos por el leve ardor del agua oxigenada o por el papel siendo frotado sobre la herida abierta, pero el aroma a coco que desprendía su pelo me relajó de una extraña manera.

O tal vez hipnotizada. Sí, esa era la mejor palabra para describir esa sensación.

Detrás de ella, podía ver a Maylín en una esquina regañando a Francisco y dándole leves golpes en la cabeza para poder dejar en claro sus puntos. Pero él no estaba prestándole atención a ella, su mirada estaba fija en Allen.

Y Allen estaba consciente de eso, podía notar como había ocasiones donde la evadía. Pero en otras sus miradas se encontraban y podía notar las comisuras de sus labios elevándose.

No pude seguir analizándolos por mucho tiempo, porque Maylín tomó de la oreja a Francisco, quien empezó a emitir quejidos mientras era arrastrado hacia nosotras. Detrás, Allen solo veía la escena como si estuviera acostumbrado y la chica solo rodaba los ojos.

Fue una disculpa simple y para nada sincera, obligado más que nada por la incómoda posición en la que se encontraba su cuello y el fuerte agarre de Maylín.

Las últimas flores del veranoWhere stories live. Discover now