18. Una cena incómoda

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2 de febrero de 1999

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2 de febrero de 1999

Veintiséis días.

Eran veintiséis días los que quedaban antes del final del verano.

Y allí estaba, en una cena de adultos.

Si había una cosa que odiaba, eran las cenas de adultos.

Crecer con un padre político involucraba estar moviéndose en diversos círculos que iban desde reuniones clandestinas durante la época de la dictadura hasta importantes cenas donde todos intentaban verse mejor que los otros. Era un tipo de competencia silenciosa que se basaba en miradas indiscretas a la decoración, comida e invitados.

Y eso era justo lo que estaba ocurriendo en la mesa de los Murray.

Parecía que la tía Ceci intentaba hacer de todo para impresionar a Héctor y Clara Elena. Había cambiado el mantel de plástico por uno de encaje blanco en tono perlado, había sacado los vasos de vidrio y una linda vajilla con detalles florales de tono dorado en lugar de los platos de plástico que usó el domingo.

Luego de haber dado las órdenes de decoración y tener la comida lista, decidió que había tenido suficiente y se retiró al porche delantero a trabajar en su vieja maquina de coser.

Y Casey, los gatos de la casa y yo nos quedamos en el comedor. 

Arreglábamos la mesa mientras los felinos dormían en una esquina, emitiendo pequeños ronroneos que llenaba el lugar con algo de calidez. Por un segundo fantaseé en lo bonita que era esa escena doméstica, en lo bonito que sería vivir noches así junto a ella. 

—Ey... ¿Dónde están Carlos y Ashley? —pregunté, apartando las fantasías de mi cabeza. 

Al llegar, no vi el carro de su hermano ni señal de los mellos. Algo que se me hizo extraño, tomando en cuenta que era una cena familiar con amistades cercanas.

Casey, quien acomodaba las flores que habíamos tomado de su patio, soltó un suspiro.

—Salieron, tenían cosas que hacer. Además Héctor y Carlos no son tan amigos. —Su voz sonaba cansada. 

No fue lo que dijo lo que llamó mi atención, sino todo su lenguaje corporal. Podía notar sus hombros sumamente tensos, al igual que la expresión apagada sobre su rostro o la ropa que había escogido para esa ocasión.

Sus alegres colores amarillos, rosas y naranjas habían sido reemplazados por una simple camisa blanca y una larga falda negra que le llegaba hasta los tobillos. Incluso su cabello negro estaba recogido en una apretada cola de caballo.

—Casey... —murmuré para tantear el terreno.

—Shorts.

Apreté los labios, intentando pensar en las palabras correctas para iniciar esa conversación y no inmiscuirme mucho.

Las últimas flores del veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora