7. Del maíz y otros problemas

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14 de enero de 1999

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14 de enero de 1999

—Parece que no dormiste bien. —Fue lo primero que dijo Adela cuando me asomé por la puerta trasera de la casa—. Y eso que apenas llegaste te tiraste en la cama.

No había podido verme en el espejo del baño, pero imaginaba mi rostro hinchado y con dos círculos oscuros debajo de los ojos. A lo mucho logré dormir tres horas, aunque tal vez fueron dos.

Muchas veces cuando algo sucede en mi vida, el recuerdo se queda estancado por un largo periodo de tiempo repitiéndose de manera constante dentro de mi cabeza hasta que otro lo desplazaba. En este caso, la imagen que se repetía en mi mente era Casey rompiendo el sobre mientras intentaba disimular su tristeza.

No salió de mi cabeza por el resto de la noche e incluso cuando estaba en la habitación me atrapaba a mí misma mirando en dirección a su casa, preguntándome si estaría bien.

Luego mis mejillas se enrojecían al darme cuenta que estaba pensando en ella y me regañaba a mí misma por andar de metida en la vida de los demás. Yo no era así, solía mantenerme al margen de los problemas de los demás, pero con Casey las cosas estaban siendo muy diferentes.

—¡Hasta tas agarrando color! —dijo mientras me daba una palmada en el muslo.

De una pequeña radio sonaba una tanda de música típica, que acompañaba muy bien el sonido de las gallinas picoteando en la cercanía. Me senté sobre el frío escalón de cemento mientras intentaba ordenar mis pensamientos.

Pensamientos que solo estaban alrededor de la carta rota y el aroma a coco.

—Buenos días para ti también —dije con los ojos entrecerrados que intentaban aclimatarse a la luz mañanera—. ¿Qué hora es?

—Hora de que me ayudes con este maíz —exclamó mientras me pasaba una mazorca.

Un cliente le había regalado a Marcos un saco de mazorcas por haberle ayudado en un caso de sucesión de tierras. Nunca había visto una con hojas, en los supermercados solían estar limpias y mis padres tampoco eran muy entusiastas del maíz.

Observé la mazorca y por alguna razón empecé quitarle las hojas una a una.

—¿Te trajo Allen?

—No, me vine con Casey —respondí mientras arrancaba la hoja con paciencia—. Allen se fue con Francisco a una hierra o yo qué sé.

—Casey siempre tan linda rescatándote —murmuró con algo de sorna—. Parece que ya son muy amigas.

—No diría que amigas —admití un con una leve presión en mi pecho.

—Yo creo que solo deberías sonreír un poco más... y ser menos distante —me aconsejó Adela mientras pelaba las mazorcas con gran agilidad. 

—No soy distante —solté un tanto indignada—. Solo no sé cómo socializar.

Las últimas flores del veranoWhere stories live. Discover now