17 de enero de 1999
La mañana del domingo inició con algo que había estado evitando durante las últimas semanas.
Presioné los números que ya me sabía de memoria en uno de los desgastados teléfonos públicos de San Modesto. Mientras el tono de espera sonaba, observé por un rato varios corazones con nombres dibujados en las paredes que recubrían la cabina.
En el colegio solían hacer algo similar en las puertas de los baños y aquello me hizo preguntarme si habrían borrado las cosas que escribieron sobre mí en el último año. Conociendo al director y los profesores, lo más probable es que ni siquiera estuvieran enterados de eso.
Y si lo sabían, para ellos había sido tan sencillo fingir que nada había sucedido y cubrirlas con pintura.
—¿Hola? —murmuró la primera voz que escuché en mi vida—. ¿Astrid?
—Buenos días, Yamileth —contesté, un tanto alegre de escuchar su voz.
Había muchas cosas curiosas de nuestra relación, pero la que siempre saltaba a la vista era la forma en la que nos hablábamos. Desde pequeña siempre me había hecho llamarla por su nombre, porque por alguna razón la palabra mamá la incomodaba mucho.
Decía que la hacía sentir menos persona.
—¡Cha, Astrid! ¿¡Por qué no habías llamado antes!? —gritó preocupada—. ¡Llevamos dos semanas sin saber de ti! ¿¡Me quieres andar preocupando a lo pendejo!?
Apoyé la espalda contra la pared de la cabina y pasé el dedo sobre las páginas del directorio telefónico. Por eso había estado evitándola, porque sabía que me iba a regañar.
—Lo siento, me tomó algo más de tiempo acostumbrarme —confesé en tono tranquilo—. Tampoco es como si me hubieras lanzado al foso de los leones.
«Ya estuve allí» pensé mientras seguía acariciando las páginas del directorio.
—Igual, te dijimos que nos llamaras desde el día que llegaste —me regañó—. Tu papá estaba preocupado y llamó a Marcos para saber si todo estaba bien... ¡Vas a llamarnos todos los domingos! ¡Sin falta!
—Okey... —murmuré mientras echaba una mirada afuera de la cabina—. ¿Y cómo han estado las cosas por allá?
No hice esa pregunta a la ligera, porque ya sabía lo que me iba a responder.
—Si hablas del colegio... tu caso está en el comité de disciplina —respondió, hubo un leve sonido de madera arrastrándose—. No me han llamado con una respuesta, pero lo más probable es que no te admitan este año.
Eso ya me lo esperaba, lo último que necesitaban era volver a tener mi problemático trasero en su institución. Además, luego de la pelea en el patio ya estaba de manera condicional en el colegio.
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Las últimas flores del verano
Teen FictionGanadora del Watty 2022 en la categoría juvenil✨ «Una carta de amor, una chica con aroma a coco y un verano inolvidable». *** Luego de una experiencia cercana a la muerte, Astrid es forzada a pasar el verano de 1999 con sus tíos en un pequeño pueblo...