26. JOEL y ser desorden.

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Joel se corría.

Le trepó por el cuerpo la descarga liberadora de placer que precede las pulsaciones en las que se libera el semen. Se le contraían los músculos, se le blanqueaba la mente.

Jadeando sin poder respirar de otra forma que no fuese a bocanadas porque Diego le agarraba desde atrás del cuello, se giró lo suficiente y entendió al instante que lo que deseaba en ese momento era sentir su boca, besarle como si jamás fuese a besar de nuevo. Follar con él era como tirarse al vacío, le provocaba la misma sensación de vértigo; y como en la caída libre, una vez que empezaba tampoco podía parar.
Su manaza subió acariciando, se cerró entorno a su mandíbula para girarle la cara con rudeza y devorarle lento, sucio pero suave, consumirle como se consume la ceniza de un cigarro. Y aunque Joel se apartó él siguió besando la piel de su hombro.

Sentía sus labios arrastrándose por cada centímetro que encontraba, su nariz le aspiraba como si le gustase su aroma; como se aspiran las rayas de cocaína y él, Joel, se sentía bien siendo su droga.

Tan brusco que el miedo le sorprendió, fue empujado agarrándole de la nuca sin cuidado ni indulgencia. Joder, punto para Diego.

Le dio lo que quería como lo quería. Le regaló ese placer que solo él sabía darle, tan fuerte que dolía, despacio, profundo, tan bueno que no lo entendía; no estaba dispuesto a parar para hacerse preguntas.

Se corría, mucho, ya.

Agarró su brazo sin saber muy bien qué agarraba. Hundió las uñas en su piel. Le oyó gemir bajito porque inconscientemente se movía, eso debía gustarle.

Unos segundos después, las risas satisfechas de quien está a tope de endorfinas postcoitales sustituyeron los gemidos y los jadeos.

Cayó sobre la cama cuan largo era, bendita sensación que le recorría el cuerpo incluso después de acabar.

Se pasó la mano por el pecho para quitarse la película de sudor que le bañaba entero y su mano se topó con su cruz. Había olvidado completamente su existencia. Frunció el ceño, la sensación bonita desapareció.

—Toma, anda. No seas cochino —Diego le tiró un paquete de pañuelos para que se limpiase. La diferencia entre su sudor y la textura viscosa de su propio semen salpicando su abdomen le despertó del todo de su trance existencial. Se obligó a dejar de preguntarse cómo se había olvidado de su cruz, si siempre la llevaba puesta porque Dios siempre estaba a su lado. ¿O es que... ya no estaba... a su...?

¿Tan hondo estaba cayendo en el pecado? No, no podía ser ¿Qué tenía de malo el placer?

"Joel, deja de comerte la cabeza y límpiate" se dijo. Y se obedeció a sí mismo.

Deja de comerte la cabeza empezaba a ser su lema de vida.

Paradójicamente, se la comía cada día más.

—No sé qué estás pensando pero deja de pensarlo, te hace mal—le dijo Diego. Joel le sonrió y él se tumbó a su lado, abrazándole. Casi arrastró su cuerpo por las sábanas hasta tenerle bien cerca.

—Pensaba en lo feo que eres.

—Pues has venido loco por follar con este feo —No dijo nada. Era muy cierto. El riesgo de realizar todos los encargos peligrosos que había ido cumpliendo durante esa larga noche le había dejado alteradísimo y necesitado de acción—. No es que me queje, pero... ¿Cada vez que vengas vamos a acabar así? Es que no llevas en esta casa ni una hora y míranos.

—Pero si has empezado tú. ¿Para qué me besas? ¡Si ya sabes como me pongo pa' qué me invitan, grandullón!

—¡Yo no he hecho nada!

IF IT HADN'T BEEN FOR LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora