17. JOEL y el juego del espía.

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Jueves, 15.
22:00 p.m
(Mientras Lucas corría por la calle y Nolan miraba a un proxeneta a los ojos).

El silencio en la iglesia era cautivador, lo envolvía todo y a todos los que entraban en su interior como el vientre de una madre, que para el tiempo protegiendo a su feto. La acústica reverberante hacía resonar cada paso contra el suelo encerado y eso a Joel le gustaba, le hacía sentir que gracias a ese sonido allí dentro su presencia estaba más evidenciada que en ningún otro lugar.

Allí el Altísimo no podría ignorarle.

La mayoría de personas no opinaban como él, se removían incómodos por esa sensación de tensión ambiental. Tanto silencio resultaba antinatural para muchos viajeros que se adentraban en la iglesia por motivos más turísticos que espirituales.

Joel les miraba entrar sin santiguarse, hacer fotos aquí y allá a las estatuas y a las pinturas que adornaban las pequeñas capillas laterales del templo, y luego marcharse sintiendo que ese silencio les erizaba el vello de la nuca sin llegar a prestar atención al agua bendita.

Sintió envidia.

A Joel le hubiese gustado no creer en lo que creía en ese momento.

Intentó respirar pero le resultaba doloroso aspirar el aire por su nariz hinchada, emitió un jadeo lastimero intentando sacar el aire de su cuerpo e introducirlo de nuevo sin sentir que le ardía la cara, pero le costaba.

Desde su asiento al fondo de se enorme espacio, junto al confesionario, podía verlo todo.

Veía a esas personas como veía al sacerdote que se acercaba a él desde la sacristía dibujando en su rostro la preocupación digna de un padre. Elevó su mirada, también podía ver el retablo mayor.

Miró con resentimiento a esa figura de Cristo que moría para salvarlos clavado en su cruz, que con su sacrificio les regalaba esperanza, pero que no había tenido compasión por salvar la vida de todos esos pobres chicos olvidados. Dios era amor, pero a veces... En ocasiones como aquella, Joel pensaba que sus padres tenían razón y era también crueldad.

No se lo merecían, Sky no se lo merecía.

Una lágrima se deslizó por su cara y sintió escozor, tanto en su rostro como en su alma. Su férrea fe tiritaba. Sus creencias se desmoronaban.
Él, Joel, que nunca había sentido... estaba destrozado. Porque si Dios lo era todo y era malo... Entonces... Entonces ya no le quedaba nada. Absolutamente nada a lo que aferrarse.

Acarició con la punta de los dedos el reloj de Sky. Le habían vendido como a un perro; y aunque a él también, lo que le dolía no era la traición sino imaginar la soledad en los últimos minutos del dueño de ese reloj.

¿Lo habría entendido él? ¿Habría adivinado mientras suplicaba que no iba a salir de ese apartamento con vida?

Sky se había muerto completamente solo, desamparado, quizá sabiendo que no tenía nadie que le echase de menos; sin saber que unos meses después ellos dos iban a inmolarse para vengarle, que morirían para evitar que sucediese de nuevo. Sin saber... que Joel amaría su recuerdo aunque él no supiese amar a las personas y que por ello estaría dispuesto a comenzar una guerra que no estaba seguro de poder ganar.

El sacerdote se acercó a él y se agachó en cuclillas para mirarle el rostro ensangrentado. Joel intentó recomponerse, que pareciera que estaba bien y que lo tenía todo controlado. Cosa difícil porque era evidente que estaba llorando.

—¿Qué te ha pasado, chico? ¿Estás bien? —le preguntaba alarmado el cura frente a él, tenía los ojitos oscuros y una curiosa calva formada por entradas a pesar de ser todavía joven para sufrir esos estragos.

IF IT HADN'T BEEN FOR LOVEWhere stories live. Discover now