13. JOEL y la escalera oscura.

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—Apóyate en la cama y ábrete el culo —No era la orden más elegante que le hubiesen dado, pero tampoco la más vulgar. Desde que un oficial de policía le había hecho ladrar y beber de un cuenco como si fuera un perro a Joel ya no le sorprendía nada.

Disimuló una mueca cuando vio que su objetivo se marchaba hacia la habitación contigua para recoger algo, estiró el cuello para ver si le veía aparecer antes de salir corriendo hacia el fondo de la estancia y rebuscar entre su ropa hasta que encontró un teléfono.

Según le había contado Nolan, el perturbado que le había desnudado era íntimo compañero de fiestas de Crandford. El chico de cabello negro le había dicho que en muchas ocasiones, estando atado y completamente fuera de juego por la morfina había visto entre ensoñaciones como ese hombre se acercaba a él para hacerle lo que, en definitiva, hacían todos.

Encendió el teléfono agudizando el oído por si escuchaba pasos que delatasen el regreso de ese hombre. Su vista se dirigió sin poder evitarlo hasta el bonito certificado oficial que descansaba en la pared frente a sus ojos. El marco dorado combinaba perfectamente con el color del título de su diplomatura como Juez.

Joel tragó saliva asqueado, se obligó a seguir con su misión.

Porque si miraba el resto de fotografías enmarcadas era peor, mucho peor. En ellas la familia de ese juez sonreía, y en la mayoría el hombre descansaba el brazo alrededor de los hombros de un muchacho rubio que debía ser, a todas luces, su hijo.

Joel intentó no mirar, de verdad, porque si miraba comprendía porqué Nolan había dicho que parecía nacido para esa misión. Los parecidos entre Joel y ese chico era evidentes, hasta él mismo pudo verlo. Y por eso, y no por otro motivo, ese hombre parecía tan jodidamente contento al verle.

—Mierda —susurró, el teléfono encendido exigía una contraseña.

Tenía instrucciones muy claras, mirar en ese teléfono hasta encontrar alguna pista. Lo que fuere, llamadas, mensajes o citas en la agenda que situase al juez haciendo compañía a Crandford el ventinueve de enero.

Oyó el sonido de una puerta chirriar y se apresuró a guardar el teléfono móvil en el bolsillo de su propio pantalón sin saber ni qué hacia. Jugar a los espías sonaba mucho más sencillo que hacerlo.

Pero el peligro de ser descubierto empezaba a bombear sangre en su entrepierna y se dejó llevar por esa excitación para disimular sus intenciones. Cuando el hombre llegó con algo entre las manos Joel estaba inclinado sobre la cama de bonitas sábanas azuladas como le había dicho que hiciera antes de marchar.

El hombre, con un espeso bigote de ebras planteadas se le quedó mirando un segundo; desnudo y excitado. Y luego recuperó el poder de razonar para recordar qué era lo que llevaba en las manos.

—Toma. Ponte esta camiseta —le dijo, apenas podía hablar preso del pecado de la lujuria. Joel asintió. Era mejor asentir. Se colocó una camiseta de rayas azules y naranjas que olía a otra persona. No era un mal olor, pero le resultó desagradable tras comprender a quién pertenecía esa ropa cuando él le dijo—: Y llámame Papá.

Suspiró y sonrió para esconder su turbación. Sentía nauseas pero se controló lo suficiente para decir apretando las palabras en una fingida sonrisa, gélida y estática:

—Sí, papá.

El hombre se acercó a él, tomando con sus dedos su cruz plateada. Joel notaba el tambor de su corazón sonando ensordecedor, pero se mantuvo quieto mirándole a los ojos inocente.

IF IT HADN'T BEEN FOR LOVEWhere stories live. Discover now