25. NOLAN y el canibalismo de las gallinas

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—¿Esa es la pregunta? ¿ESA? —Preguntaba Aurelia al comisario en el pasillo. Nolan soltó una carcajada desde el interior de la pequeña sala de interrogatorios.

"Por supuesto, ¿Qué otra cosa iba a preguntar Cañete?"

El señor Morsa Bigotuda debía estar haciendo funcionar esa cabeza oxidada preguntándose miles de dudas en tropel ¿Estaría encontrando respuestas?

Elucubrar, le encantaba esa palabra; y eso justo era lo que estaba haciendo José María Cañete mirándole fijamente a través del cristal.

Por ejemplo, seguro que barajaba la posibilidad de que se hubiese entregado por matar a Crandford para ponerse a salvo de las represalias de Nacho. Luego lo descartaría. En esa comisaría estaba rodeado de lobos, y ni de broma estaría a salvo ahí dentro.

Posiblemente su siguiente duda entonces sería, "¿Y por qué no se encarga Nacho de protegerle?" lo que le llevaría a pensar "Algo le ha pasado a Nacho", se preguntaría QUÉ.

y la pregunta del millón, la que todos se acabarían haciendo al final sería... "¿Si a Nacho le ha pasado algo, dónde está su dinero?".

Estiró el cuello para cotillear la conversación de la inspectora.

Por el cristal de la puerta podía ver su figura, sus piernas enfundadas en unos vaqueros que apretaban un culo duro, redondo y turgente que con la distorsión del patrón biselado del cristal parecía más grande, como sus pechos o los rizos oscuros de su cabello.

No se la había imaginado así, eso desde luego.

A Nolan no le gustaban las mujeres de una manera sexual, por dinero sí había estado con algunas porque, bueno, Nolan siempre había comido de todo aunque no le agradase el sabor; pero no, el tipo de atracción que sintió por ella no era tan simple y común como el deseo, era más profundo y complicado; Nolan notó en ella rabia, inteligencia y fuerza de voluntad. Sintió admiración.

"Me lo pondrá difícil que te cagas".

Soltó una risilla amarga, que casi llevaba el sabor metálico de su propia sangre. Volvió a escupir en el suelo para no tragársela. Siempre le acababan pegando, siempre. Su cara era el punching ball de la ciudad. Si echaba la cabeza hacia atrás la sangre se le metía en el conducto de las fosas nasales y le costaba respirar. Se inclinó hacia delante.

Recorrió con la lengua, como hacía ya por costumbre, el interior de su dentadura para asegurarse de que no había perdido alguna pieza.

—¡INSPECTORA! —Gritó. Ellos seguía discutiendo sobre el proceder de su detención— ¡INSPECTORA! ¿ME PUEDE TRAER UN CUBO PARA LA SANGRE?

Ella entró al instante. Con los brazos cruzados suspiró juzgando su estado. Puso ambas manos en su cara para que abriese la boca y ver de dónde venía la hemorragia. Sus manos de madre le incomodaron y le quemaron la piel al mismo tiempo.

—Te la han pegado bien —susurró ella inclinándose para ver el corte que tenía en el interior de la mejilla. Se había mordido cuando el agente Vázquez, el grandullón al que Nacho tenía comprado a base coca y anfetaminas, le había reventado la cara para que se callase delante de los periodistas.

Ni queriendo le hubiese salido tan bien. Esa imagen de violencia policial se tasaba al precio del rodio para sus planes.

Nolan había esperado a que los periodistas peregrinasen hasta la comisaría para hacer preguntas repetitivas sobre la desaparición de Crandford. ¿Cómo podían saber ellos que estarían allí los periodistas con sus cámaras? Bueno...

Puede que esa eficiente y preocupada secretaria hubiese recibido una visita de Joel poco después de interponer una denuncia de desaparición, y puede que hubiese vuelto de la charla con su católico favorito con una sonrisa, sujetando una pesada bolsa de dinero. Puede que al llegar a su casa se hubiese descalzado agradecida pensando que Crandford en realidad era un gilipollas y que con esa recompensa podía, no solo dar carpetazo a la hipoteca de su casa sino pagarle la universidad a sus hijos, o incluso irse de crucero.

IF IT HADN'T BEEN FOR LOVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora