El río que se llevó el clamor

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—Nin o Hithaeglir lasto beth daer; Rimmo nin Bruinen e Anduin dan in orchoth! NIN O HITHAEGLIR LASTO BETH DAER; RIMMO NIN BRUINEN E ANDUIN DAN IN ORCHOTH. (Aguas de las montañas nubladas escuchen la gran palabra, ¡Aguas del Bruinen y Anduin crezcan sobre los orcos!).

—¿Naneth? (¿Madre?)  —preguntó Legolas asustado en el límite del bosque donde el Anduin fluía. 

Mientras la noche continuaba cayendo negándose a perder el brillo de esa luz cegadora y molesta, pero que poco ayudaba a descubrir el terreno, Thranduil alzó la lámpara hacia donde escuchaban un susurro desesperado repetirse una y otra vez.

Y allí apareció antes sus ojos.

Liswen rasgaba la tierra en cuatro patas, como un animal. Hincada en el suelo, se veía como un perro sucio enterrando un hueso. Tenía la vista muy fija en la tarea, y lloraba susurrando un conjuro.

Thranduil soltó la lámpara y corrió hacia ella pero cuando quiso quitarla del borde del río, la elfa se giró presa de una locura que la había vuelto muy violenta y en un griterío furioso empujó y golpeó a Thranduil todo lo que pudo hasta que Legolas fue a separarlos. 

Mientras el muchacho apartaba a su padre, quien luchaba por volver a Liswen y tomarla por la espalda, esta se arrastró nuevamente como un reptil y volvió a desgarrar la tierra generando un gran pozo donde un enorme lirio que había llevado estaba hecho trizas.

—¡Ulmo! ¡Yavanna! ¡Gigantes de piedra! ¡Destrúyanlo todo! —pidió iracunda mientras varios elfos, incluido Oropher llegaban al lugar, habiéndose hecho eco de la riña entre Thranduil y su esposa.

Tras esto dio un grito y se tapó los oídos.

—¡Deja de gritar! ¡Ya basta! —pidió entre llantos haciéndose un ovillo en la hierba.

—La princesa se ha vuelto loca... —susurró Varnion preocupado y cubriendo a Oropher al oír un ruido de quiebre constante en la roca y las montañas al norte—. Nos está lanzando maldiciones. —agregó dando pasos hacia atrás que obligaron a Oropher a retroceder también.

—Efectivos maleficios. —susurró Oropher.

Los elfos vieron la tierra moverse río abajo. Se desplazaron agua, nieve, rocas y barro. Como un balde que se vacía con impulso sobre el suelo, el agua recorrió el río alta y feroz. Con gran velocidad se desplazó entre los giros serpenteantes y los elfos la vieron aparecer como un paredón desde el norte.

Y Liswen, que todavía era un ovillo angustiado en el suelo, fue removida por Thranduil, que reptó hacia atrás como un gusano, cargando a Liswen sobre él, ayudado por Legolas.

Los tres elfos llegaron contra el tronco de un árbol y se mantuvieron muy cerca, mientras Liswen continuaba llorando aferrada al brazo de su esposo. Y vieron como el agua les llegó a los talones y los salpicó, pero no subió hasta el terreno en el que se refugiaban.

Varnion quiso llevarse al rey a terreno alto y seguro, pero este se adelantó hacia el río oscuro y alzando su lámpara hacia adelante, en la noche no tan oscura por la luz del firmamento, vio pedazos metálicos y cuerpos de diversos colores grotescos pasar flotando o chapoteando en el agua... Eran orcos.

Se giró hacia Liswen con los ojos muy abiertos, anonadado por aquel saber. Siquiera él, con conocimiento vasto de sus bosques y caminos pudo preveer el descenso de las hordas de la forma en que Liswen parecía saberlo. Y por razones que desconoció, pero que ella conocía bien, había convocado a las aguas y el poder de las montañas a cernirse sobre ellos.

Un destello blanco, más luminoso todavía que aquella luz que los molestaba durante el día, los obligó a cerrar los ojos creyendo que iban a quemarse o abrazar el fin de los tiempos, quedando completamente ciegos.

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora