Una mirada de pupila rasgada

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Cuando la Feria de las Coronas finalizó en Rivendel, y los vendedores decidieron partir hacia Lothlórien, Oropher confirmó que podía montar su caballo sin problemas y así también caminar y defenderse, por lo que preparó a su comitiva para compartir al menos parte del camino con los feriantes. Las nevadas habían cesado y los últimos días del invierno llegaban más cálidos que en el pasado, por lo que todos los hijos de Eru sintieron que pronto las plantas volverían a florecer y podrían retomar sus actividades en el exterior con la misma energía.

Morwenna acudió a la despedida un poco a regañadientes de tener que estar frente a su padre. Pues entre su ofensa y el enterarse que Elrond había recibido un puñetazo directo a su cara, lo único que la muchacha quería hacer era olvidar que alguna vez había tenido un progenitor. Pero el resto de su familia también partiría y no sabía por cuánto tiempo no volverían verse, por lo que quería tener la cercanía de ellos lo más que pudiera. 

Mientras Elrond hacía entrega de las cuchillas y el libro a Liswen, en retribución por su valentía al mantener la guardia permanente y la seguridad en Rivendel en su ausencia, Thranduil apartó a su hermana de su abrazo y la llevó unos metros más lejos. 

—Sé que es probable que a partir de ahora quieras mi presencia aquí y no la tuya allá, porque amas el bosque tanto como yo, y es nuestro hogar... pero no irás porque... —Intentó explicar el elfo.

—Porque tu rey me repugna. —interrumpió Morwenna sin reparo. Thranduil pestañeó dos veces y se limitó a eso, permanecer inmóvil y en silencio respecto de los sentimientos de su hermana—. Pero a ti y a tu familia con gusto los recibiremos aquí todas las veces que quieran visitarnos y por el tiempo que ansíen quedarse. 

—A decir verdad... no me quiero ir, pero debo hacerlo. —reconoció el rubio. Su hermana acarició su mejilla con nostalgia y se acercó a darle un beso en la frente. 

Thranduil sabía que la decisión de Morwenna se había resuelto para que pudiera vivir su último tiempo en la tierra con Elrond, y eso era lo que más temía de partir... no volver a verla. Esa perturbación se expresó en su mirada, y la elfa pudo leerlo con claridad, por lo que volvió a abrazarlo y habló a su oído: 

—Me ha dicho que tendremos hijos. —susurró para su tranquilidad y se separó ante la sorpresa de Thranduil para dirigirse a él cara a cara—. Y que ellos van a encontrarme, pero serán adultos... Y a juzgar por mis limitaciones y la vida que he decidido llevar aquí... no será pronto. —aseguró con convicción positiva. Su hermano de todas formas bajó la vista y suspiró inconforme. Quería dejar a Morwenna sin preocupaciones pero no podía escapar de las suyas—. Tranquilo, estaré bien aquí... Me gusta este lugar, Elrond me respeta y me acompaña en todo... puedo hacer lo que me plazca sin seguir tontas reglas de la monarquía y Elena estará conmigo para ayudarme con las tareas que aun se me dificultan. Estaremos bien.

—No dudes en hacerme saber lo que necesites, Morwe... 

—Cartas nuestras llegarán a menudo, Thran. Sobre todo si Elrond sigue viendo cosas como... esas. —mencionó haciendo alusión a las visiones sobre los terremotos y la tierra redonda. Thranduil asintió gracioso. 

Gran revuelo se había armado al respecto. El primer concilio sobre el asunto, al que habían asistido incluso los elfos del bosque que allí había, había sido desastroso. Con interés y algo de temor habían oído las noticias de los cataclismos que Elrond vaticinaba aplomado junto a Morwenna. Pero ni bien la mención de la tierra redonda se hizo presente, y peor cuando junto a su esposa presentó el mapa que habían confeccionado tomando referencias preliminares del desastre que podría traer tanto movimiento de tierra, los elfos reaccionaron con gritos, risas y hasta resquemor que ascendió hasta el ridículo. 

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora