Las flores que hablan

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Con un ojo cerrado fuerte, Celebrían abrió el otro para espiar quién se había detenido bajo la glorieta rodeada de cascadas, cerca de las rocas altas que abrazaban el Valle. Maeronlîr estaba de pie con un semblante sereno y tendiendo hacia una sonrisa. Ella entonces abrió el otro ojo y se sonrió de lado.

—¿Se ve mal? —dudó sobre su propio cabello, el que la mujer de Khand masajeaba sobre una mesa con un cuenco de agua preparado para la hora de enjuagarlo. 

—No, milady, —respondió sonriente el muchacho—, es solo alegría lo que asoma en mi rostro, y es porque su plan dio sus frutos... hemos recuperado los lirios. —anunció.

Celebrían entonces acompañó su sonrisa amplia y alzó la vista hasta la mujer de Khand. 

—Los consejos de mi madre ayudaron. —reconoció—. ¿Alguna otra...? —preguntó al muchacho. Pero este negó más serio.

—Nada aun. Pero no tardarán en volver... tengo fe. —sostuvo para mantener el buen ánimo de su señora.

—¿Y... milord? —indagó ella entonces.

—Aun duerme. —dijo Maeronlîr—. Ni bien despierte, Lindir nos lo hará saber. —añadió sereno.  

La hija de Galadriel entonces asintió y el muchacho se despidió mientras la mujer de Khand sumergía el cabello de Celebrían en el agua, observando como el té negro concentrado teñía el agua clara de cascada.

Y unos minutos más tarde, luego de secarlo, mientras se peinaba arrastrando la savia que se había colocado mientras la mujer de Khand desechaba el agua teñida, se acercó a la ventana desde donde los jardines de Elrond se preparaban para el cambio de estación. Árboles que perdían hojas y flores que se despedían hasta la próxima temporada inundaban los caminos y los campos, pero en una esquina, un pequeño grupo de lirios se mantenía firme. Por el tratamiento que Galadriel le había enviado a aplicar, mediante una carta bastante desesperada que su hija había enviado tiempo atrás.

Desde que Morwenna se fuera de su hogar, los lirios, de entre todas las flores, se marchitaban, pues tampoco había estado Elrond para pedir prioridad en su cuidado, y quizás, porque las flores que se habían convertido en su símbolo, se dejaban morir en ausencia de a quien representaban en esplendor. Pero gracias a los consejos de los jardineros de la Señora de Lothlórien, en conjunto a lo que la elfa conocía por haber caminado la tierra por mucho más tiempo que cualquier otro en su bosque, ahora las flores crecían con fuerza, negándose incluso a perecer o menguar junto a las otras.

Celebrían se sintió satisfecha. Había mantenido ordenado el Valle en ausencia de Elrond y podría haber dejado morir cualquier otra flor, pero no esos lirios, y los había conquistado, por lo que eso le daba fuerza para proseguir con su trabajo.

Pero aun le quedaba la incertidumbre de la misión a la que había encomendado a su hombre de confianza, Haldir, junto a sus guardias y a varios hombres de Lindon, incluyendo a Glorfindel. Estos habían marchado con una búsqueda específica en las tierras olvidadas en la miseria superficial de Eregion, y aunque lo que debían traer se hallaba oculto bajo tierra, temía haberlos enviado a su sepultura, por lo que su sonrisa se mantenía de lado, apagada y ansiosa. 

Y además... estaba el otro asunto... el de su corazón, que no hacía más que mantener a Elrond colgando de un hilo de vida, sintiéndose desahuciada sin saber qué hacer si a él se le ocurría la terrible idea de ponerse fin.

Con el cabello seco y en llamativa novedad, se acercó al borde de la glorieta, donde surcos en el suelo desagotaban el agua de las cascadas que rodeaban el camino dándole una pacífica melodía al lugar, y atisbó su reflejo desordenado por las ondas del agua. El sol estaba alto e hizo brillar su cabello oscuro, para lo que acostumbraba, cayendo por su semblante pálido y gentil.

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora