Hasta el fin de los días

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N.A.

A todas las Morwennas, las Liswens, las Celebríans, las Elenas, las Mîrïs y Tauriels.
A las queridas amigas encontradas en estos 19 meses, escritoras y lectoras comprometidas con alma. 

Que se sigan escribiendo páginas por amor, por justicia; por acompañarnos a crecer.


No hubo tiempo de formular preguntas ni ganas de hacerlas tampoco antes de intentar procesar todo lo que estaba ocurriendo. Elrond tomó a Morwenna en brazos y se la llevó medio inconsciente hacia los interiores de los salones. Y no quiso dejarla como a cualquier otra criatura en las Casas de Curación, por excelentes que estas fueran, sino que la llevó al ala privada, donde las habitaciones más bellas se encontraban siempre aguardando por la familia o los huéspedes más célebres.

La recostó y pidió acelerado que le trajeran agua mientras la elfa se reclinaba sobre el espaldar de la cama. La luz del día era intensa a pesar de la hora y lo nublado que se había tornado, gris plomo como antes de nevar, y los pájaros no cantaban... como si quisiera el clima volverse loco como Elrond. 

Morwenna estiró mareada la mano con la motricidad muy torpe, pero el hijo de Eärendil la alcanzó guardándola entre las suyas y se sentó al borde de la cama a escudriñarla con esmero y preocupación, pero sin decir nada. Finalmente el agua llegó y casi con desesperación, todo lo que su debilidad permitía, ella se inclinó hacia el elfo que la traía, a lo que Elrond respondió raudo ayudándola a beber. Y allí, apenas repuesta, hidratada por los manantiales de Imladris bajo la influencia de Vilya que casi todo lo curaba, preguntó lo más urgente en su corazón:

—Gilmîdh... —nombró con voz rasposa por la falta de líquido en tantos días.

Elrond abrió la boca sorprendido y tomó aire estirando el cuello hacia atrás, balbuceó por un momento y ella pareció desesperarse queriendo inclinarse hacia él pero disipó sus dudas con rapidez.

—Descansando... —dijo escueto, porque no sabía bien cómo lidiar con todo y porque no quería preocuparla más. Morwenna sonrió de lado levemente, satisfecha con lo que sabía. Elrond se apresuró a preguntar antes de que algo más surgiera—. ¿Cómo es posible? —a su cuestionamiento lo acompañó una angustiante tonalidad aflautada.

Pero Morwenna cerró los ojos y ladeó apenas la cabeza relajando el cuerpo.

—Luego, por favor, luego —alcanzó a decir casi en un susurro antes de reconocer—. Estoy cansada...

Elrond entonces asintió y lágrimas se le escaparon mientras recorría su cuerpo con la mirada.

—¿Estás herida? —consultó despacio temiendo oír la respuesta.

—Por los cuatro costados —respondió acurrucándose en la almohada. 

—Te voy a curar —aseguró él, acongojado por oír aquella afirmación. Morwenna entonces abrió apenas los ojos y buscó entre sus ropas con lentitud. Tomó una bolsa rosada de terciopelo y se la entregó.

Fue la primera vez en todo ese tiempo que el medio elfo soltó su mano y ella se resintió por la pérdida de calor. Abrió la bolsa intrigado y encontró raíces de valeriana bastante frescas. No había perdido costumbre.

—Solo después —solicitó haciendo énfasis en algo que no tuvo que explicar. Elrond tomó el agua sobrante del cuenco y en la chimenea encendió fuego, poniendo las hierbas a emulsionar.

Tenía el permiso de revisarla, pero solo después de ponerla a dormir, porque al parecer había cosas que no quería volver a ver, heridas que dolían demasiado y memorias grabadas en el cuerpo. Elrond instantáneamente regresó a ella y mientras dormitaba en pacífico silencio, este removió el cabello para hacerle un cariño en el rostro del que ella no se resintió, y descubrió que en el cuello, a la altura de la clavícula, tenía una quemadura circular de considerable tamaño y larga data. La piel en esa zona estaba arrugada, rosácea y se veía maltratada, como si hubiera sido rústica y veloz... 

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Where stories live. Discover now