Enfado y ofensa

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—¡Esto es inaceptable! —voceó Celeborn parándose de un respingo en torno a Elrond mientras los demás elfos retornaban a sus habitaciones luego del concilio. El moreno se frotó la frente con seriedad, pero consideró que era mejor no enfrentarlo—. ¡¿Y usted no hará nada?! —insistió—. El rey Oropher lleva faltando a su palabra desde que se mudó a ese bosque y se coronó rey y usted deja que se ausente y se ría en nuestras caras. Lord Elrond, ¿Acaso tendré que reportar su comportamiento tan pasivo a su majestad, Gil-Galad? —indagó con aires de amenaza.

Elrond se quitó la mano de la frente y se irguió frente a él; como medio elfo, su estatura no era tan imponente como la del Sindar pero no se dejó amedrentar por su altura o su mirada despectiva.

—El rey Oropher ha dado sus razones por medio de la representación de su hijo en este concilio. No me parece una figura ausente o ignorante de lo que ocurre al oeste de su reino, pero entiendo sus razones. —respondió finalmente, aunque en tono aplomado.

—¡El rey Oropher juró...! —chilló el esposo de Galadriel ante la mirada atenta de su hija y la dama blanca, pero Elrond lo interrumpió sin temor.

—El rey Oropher es precisamente eso, un rey. No le debe pleitesía a nadie más desde que los Sindar y los silvanos le pusieron una corona en la cabeza y lo llamaron su protector. —explicó el medio elfo, cuando su voz se iba volviendo oscura sin poder evitarlo—. Ahora él está haciendo lo mejor para su gente, y considera que eso es fortificar su reino primero, antes de enviar tropas o unirse a la lucha contra Mordor.

—Si no detenemos el avance de Mordor ahora mismo, no quedará lugar donde esconderse, sin importar cuánto fortifique sus muros. —evidenció Celeborn y Elrond asintió, pues entendía también las razones del señor de Lórien, pero hubiera deseado que se las mencionara cualquier otro elfo y no aquel a quien Oropher detestaba con el alma.

—Pero el rey no enviará al frente a sus soldados mientras su reino esté débil. Dejar sin guardia sus límites es casi tan peligroso como lo que usted propone. —aclaró el hijo de Eärendil. Pero el Sindar se cabreó al oír sus palabras, pues era la segunda vez que Oropher hacía su voluntad burlándose del sufrimiento ajeno frente a sus narices.

—Más peligroso es cometer errores dejando que la sangre de otros reinos corra y él se beneficie de una paz que siquiera ayudó a forjar. —masculló enojado.

—Forjar... Gran término. —mencionó Elrond uniendo sus manos bajo las mangas de su túnica—. Todos cometemos errores, Lord Celeborn, ¿O debería recordarle que fue gracias a usted, quien abrió las puertas de Eregion, que Annatar ingresó en Eregion para forjar los anillos de poder? Sin su magnífica ayuda, —agregó irónico—, no se hubiera dado el golpe de Celebrimbor contra el reino, no se hubiera forjado el anillo único y no estaríamos en una guerra tan cruda ahora. —soltó culpabilizándolo de los males presentes. Celeborn abrió la boca ofendido por su acusación.

—¡Ponzoña sale de su boca, hijo de Eärendil! ¡Veneno que otro ha inculcado en su mente, nublando su buen juicio! ¡Y creo saber quién es el ejecutor de tan vil crimen! —exclamó tan alto, que tal vez todos los elfos en la cercanía lo escucharan—. ¿Acaso tiene algún interés especial o acuerdo con el rey Oropher que le permite protegerlo y justificar su negativa a ayudarnos? ¿Le ofreció algo a cambio de su apoyo? Cierto trofeo para asegurar su descendencia... —indagó refiriéndose indirectamente a Morwenna—. ¡¿Quizás está usted guiando esta causa siguiendo el instinto de algo que tiene más abajo de su cabeza y su corazón?! —insinuó molesto señalando a palma abierta bajo la cadera de Elrond.

El hijo de Eärendil le devolvió una mirada ardida que traía consigo el golpe de los látigos de fuego usados por los balrogs. Al mismo tiempo, Celebrían se horrorizó por la ofensa de su padre y dio un paso al frente, posicionándose a la par de Elrond, mientras Galadriel no salía de su asombro por el arrebato de su esposo.

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Where stories live. Discover now