Cerditos al matadero

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El primer mes fue desesperante. Y ni cuando Elrond pudo acceder a los antiguos salones y recuperar los lápices y cuadernos de Morwenna vio siquiera media sonrisa asomarse en su rostro. La oscuridad y congoja en su corazón era tal, que hasta tuvo miedo de que realmente su visión tuviera forma de torcer su destino, pero no para mejor, muriendo ella de pena entre cuatro paredes de madera perdidas en el bosque.

Y cuando la primera luna pasó, recién allí Morwenna tuvo fuerzas para bajar los pies de la cama y perderse entre los árboles para ir a tomar un baño. Cuando se sumergió en las aun frías aguas primaverales, su piel se erizó y fue lo primero que sintió en mucho tiempo. Pero recién cuando emergió para escurrir su cabello pudo pensar que en todo ese tiempo no había siquiera atisbado lavarse y que seguramente estaría apestando... sin embargo Elrond había dormido cada noche en su lecho como si nada pasara. Y eso la hizo arrugar la nariz.

Pensó al segundo en echar las sábanas al fuego y pedir disculpas por su dejadez, pero mirar a las montañas le recordó sus pensamientos sobre su hermano, su cuñada y sobrino y se le revolvió el estómago, no de asco, sino de todo lo que quería seguir gritando y llorando, atascado en su vientre como un alimento en mal estado.

O tal vez era hambre. 

Cierto era que apenas había probado bocado desde que Celebrían llegara con el caballo de Liswen sin dar demasiadas explicaciones. Estaba comenzando a sentir sus huesos al refregarse para lavarse bien, y contando que nunca había tenido demasiada carne o grasa en el cuerpo, eso era alarmante. 

Entre las tareas de reconstrucción de Imladris, y que ella se había convertido en un espectro pesado, Elrond no había podido con todo, por lo que no había traído de momento sus viejos vestidos ni tampoco las tejedoras tenían material para realizar ropas nuevas, por lo que vestía lo que podía, y el vestido que había llevado puesto hasta el río lo echaría al fuego junto con todo lo demás. Los elfos no tenían piojos, pero se le puso que si no lo hacía, esos bichos imaginarios en su vestido se la comerían. 

Así que tomó unas enaguas que detestaba, pero que allí en el cuarto habían quedado y se las puso. Tanta era la emergencia por esos días que podría haber pasado entre los elfos sin prenda alguna y no se hubieran detenido a preguntarse porqué caminaba desnuda entre los demás. Luego tomó una cubeta metálica que había llevado echó sus ropas viejas en su interior y encendió fuego, sentada de cara al río, comiendo unos nísperos que había recolectado de un árbol cercano.

Lo único que allí se oía era el sonido del río corriendo, pacífico, como si lo peor ya hubiera pasado. Y algunos zorzales que compartían con ella el gusto por los nísperos, pero aquellos que se habían desprendido de los árboles.

Morwenna cerró los ojos y le pidió al río que no solo hubiera lavado su cuerpo sino que allí mismo, a sus pies, pudiera tomar todo su dolor y llevarlo lejos. Comenzó a balancearse lentamente tarareando alguna canción de su juventud y allí se mantuvo mientras su ropa ardió.

Las cenizas y todo lo que no se había deshecho lo enterró, volvió a lavarse las manos y con el río también lavó sus lágrimas y regresó por donde había llegado, aceptando que esa era la realidad que le tocaba vivir.

Y cuando salió de entre los árboles, los elfos de Imladris iban y venían cargando maderas, platicando ya de mejor ánimo por ver sus tareas reestablecidas y sus hogares en marcha y en el fondo de la escena... Elrond y Celebrían platicaban uno junto a otro con un gran papel extendido sobre una mesa.

La hija de Galadriel tenía el ceño fruncido y señalaba algo y su esposo intercambiaba miradas serenas entre ella y el papel. Entonces ella se llevó las manos a la frente y ambos rieron mientras ella negaba. Y Celebrían sonrió como un sol alzando la vista hacia Elrond. Sonrisa que este devolvió amplia, como si nada en el mundo lo ataviara. 

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Where stories live. Discover now