Los hábiles zorros

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Elrond se sacudió la tierra del pantalón y arremetió contra el estómago desnudo de Thranduil, derribándolo esta vez a él. Ambos rodaron por la hierba forcejeando y parecía que el moreno llevaba las de ganar, pero con un codazo en la mandíbula, el hijo de Oropher se deshizo rápidamente de él.

El rubio giró sobre sus espaldas y se arrastró para alcanzar su espada, caída entre medio de un matorral. El hijo de Eärendil tiró de su pie y logró arrastrarlo hasta él, pero en cuanto Thranduil se dio vuelta colocó su espada al costado de su mentón.

—¡Muerto! —exclamó triunfante el Sindar. Elrond bufó cansado y soltó las piernas de Thranduil.

—Tenía razón. —afirmó el de cabellos oscuros—. Sin armadura no tengo ni una sola chance contra ti. Fue una gran pelea. —Elrond extendió la mano a Thranduil y le ayudó a ponerse de pie. Ambos elfos se felicitaron chocando sus hombros.

A unos escasos metros, Lindir aplaudía encantado con el espectáculo. En su cuello brillaba el broche de hoja que había ganado en la apuesta por el primer duelo de Elrond y Thranduil. A su lado, Narbeth daba saltos de júbilo mofándose de Haemir, quien había apostado por su capitán esta vez, y por ende debía comprar el cinturón que Narbeth tanto quería. 

—¡Ah, ya cálmate! —clamó Haemir tirando de la túnica de su amigo y sentándolo por el envión—. Thranduil, es una técnica excelente la tuya. —reconoció—. Te mereces un trago. Ven, siéntate a compartir una botella con estos humildes servidores. —añadió sacudiendo una pequeña damajuana.

El hijo de Oropher no tuvo que pensárselo dos veces. Rápidamente se acercó a ellos y tomó un sorbo de vino del pico de la botella. Los tres elfos, sentados en la hierba, vitorearon la acción. La comitiva de los Sindar llevaba ya dos meses en el norte de Lindon, aprovisionándose para el viaje que emprenderían en cuanto Gil-Galad lo ordenara. Tiempo suficiente para que Thranduil se disculpara ante Elrond, y el capitán de la guardia hiciera su parte, permitiéndose así formar una entrañable relación de amistad en la que ambos aprendían del otro. El rubio seguía acudiendo a las clases del hijo de Eärendil, y este dedicaba los atardeceres a compartir sabiduría con el hijo de Oropher, intercambiando conocimientos de botánica, arte y arquería. Por aquellos días, los jóvenes habían llegado a un acuerdo respecto a Morwenna. Ninguno hablaría de ella al otro, lo que posibilitó que hubiera confianza suficiente como para que Elrond quisiera presentar a sus amigos al Sindar y sumarlo así al grupo no solo como aprendiz, sino también como compañero de aventuras.

Aquella tarde, mientras los jóvenes disfrutaban de una merienda en el bosque, Elrond percibió movimiento en la cercanía y decidió investigar sin decirle a sus amigos. Se adentró entre la espesa hierba y salió de detrás de un árbol, espada en mano, provocando un sobresalto en Morwenna, quien soltó su cuaderno de dibujos, regando el bosque de hojas con bocetos por todo el lugar.

—¡Oh, lo siento tanto! —Se disculpó el elfo y enfundó su espada—. Creí que era usted un intruso, estaba haciendo mucho ruido.

—Yo estab... Y-yo... —balbuceó Morwenna intentando mantener sus ojos en el rostro de Elrond.

—¿Está aquí sola? —Quiso saber el joven.

—Si. —asintió rápido y de pronto negó—. No. O sea sí, pero... —ladeó la cabeza muy distraída. Elrond imitó su acción como un espejo y la observó confuso—. Mi doncella viene detrás de mí, —aclaró girando levemente—. Se detuvo a pedir más leña, ya sabe, —agregó volviéndose a él—, los días son cálidos pero las noches se están volviendo más frías. —Morwenna no soportó más mantenerle la mirada a Elrond y bajó la vista hacia su pecho. Al segundo respiró nerviosa y giró su cabeza al costado, intentando poner su atención en algo más que no fuera el cuerpo del joven—. Oh, ¡Mis dibujos! —Advirtió exagerando el tono de voz luego de levantar uno de los papeles del suelo. 

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Where stories live. Discover now