La edad de los deseos

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El bostezo de Maeronlîr despertó a su acompañante. Se desperezó alzando una mano mientras lo hacía y bebió de su té con pacífica somnolencia.

—Ahí tienes tu agüita, recién recolectada del arroyo, considéralo —bromeó con una risita de voz rasposa—. No todos los elfos se levantan en camisón a juntarte agua fresca —añadió.

Ninquë maulló leve y estiró las patas delanteras para acabar de despertar. Antes de bajar de la cama a buscar agua y comida, se sacudió y a Maeronlîr le quedaron algunos pelos en la manta.

—Oh muy bien, es esa temporada —reconoció el muchacho y soltó un suspiro despegando los pelos blancos de su cama—. Le diré a Lindir que te cepille antes de traerte o no podrás quedarte aquí... —Hizo una pausa observándolo tomar agua—. ¿Qué dices si vamos a pescar hoy? Parece que seremos tu y yo estos dos días —propuso alegre.

Dejó la taza sobre la mesa de luz y comenzó a desajustar las correas de la pierna ortopédica para colocársela. Ninquë se paseó dejando sus feromonas entre la pierna de madera y la suya y pareció gustarle la idea.

Los tiempos de la Tercera Edad parecían más lentos, o esa impresión le daba a los elfos, por levantarse más tarde que antes. En realidad habían aprendido a relajarse y disfrutar de los momentos de paz en cuanto los tuvieran y la muerte de Isildur a manos de los orcos había acontecido mucho tiempo atrás, juzgando la mayoría, al anillo único, perdido y olvidado.

De todas formas, el señor del Valle no opinaba lo mismo, pues Vilya brillaba en su dedo ahora y todo en Rivendel tenía aires de paz, belleza y salud. Los enfermos sanaban sus heridas más rápido y decían los viajeros que ocasionalmente se quedaban allí a reponer fuerzas antes de continuar el sendero, que las cascadas parecían caer más lentas y con mayor gracia que en cualquier otro lugar. Que las construcciones eran sublimes, sus moradores bellos y amables, y que al cruzar el puente, se sentía como un abrazo cálido y familiar que reconfortaba. Era por eso mismo que en las posadas los viajeros no pasaban más de un día o dos... pues sus corazones se sentían rápidamente aliviados.

Pero el de Elrond era el único que a pesar de todo, no se sentía cómodo, y es que en ese encanto que se veía inmerso Imladris cuando el sol bañaba sus caminos y todo parecía hermoso y bueno como morar en Valinor, él reconocía la acción del anillo Vilya, y no podía acontecer semejante belleza de no ser porque el anillo único aun estaba activo. Y eso era un problema. Activo es no destruido y no destruido... significaba que la maldad de Sauron tampoco. Bastaba que la joya fuera reencontrada y cayera en las manos equivocadas para echar todo a perder.

Aunque tampoco se dejaba derrumbar por esa sensación constantemente. Tenía sus días de seriedad pero en general, los primeros cien años de la Tercera Edad del Sol le sirvieron para curar viejas heridas, duelar a sus muertos y dejarlos ir, enfocándose más en disfrutar del presente que tenía, y lo que planeaba para el futuro, tal y como Gil-Galad le había pedido antes de morir. Todas las mañanas al despertar y ver el anillo en su dedo lo recordaba, y eso se sentía bien. Era una nostalgia con gusto a lección sabia que le había dejado. Y luego se aferraba a la trenza de Morwenna aun prendida de sus cabellos y sonreía. Porque ella no había vuelto a llamarlo al cuarto blanco, pero le gustaba imaginar que danzaba entre las flores del Reino Bendecido y no podía desear nada mejor que esperar que los años desgastaran su poder y su utilidad en la Tierra Media para ir a buscarla. Pero en ese tiempo no, ese lo tomaba para él como le había prometido... seguir su vida, realizarse, encontrar la felicidad a pesar de todo... casarse.

Y aconteció que en ese tiempo su deseo de tener más hijo lo inundó. Tauriel era ya mayor, vivía entre expediciones manteniendo los límites de Imladris libre de orcos y visitaba a menudo el Gran Bosque Verde acompañando a Mîrï a visitar a su madre, quien ante la emergencia de Thranduil al perder a su esposa, solicitó regresar a los bosques para servirlo y ya no regresó. Así que no había más que algún consejo pasajero que pudiera darle y algunos almuerzos y cenas para disfrutar... comenzaban a saberle a poco.

Hasta el fin de los días, Morwenna | #Wattys2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora