Capítulo 19 "Palmo a palmo"

6.6K 764 137
                                    

Azima alzó la cabeza de pronto al venírsele a la mente información importante. Lo que le habían puesto aún no lo sacaba de su sistema por eso estaba lenta. Sacó la nota y la leyó de nuevo.

Empieza con A y termina con M ¡Pero claro! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¡Era Ayham! ¿Verdad? ¿O no? ¿Y si se equivocaba? ¿Y si ni siquiera era Azzam? Empezó a sudar pese al aire acondicionado que había encendido, pero el tenerlo puesto acabaría más pronto la gasolina pensó frustrada, apagó el Jeep ¿Qué hacer? Si esperaba y era Ayham lo mataría allí mismo para luego volverlo a la vida y matarlo de nuevo. Lo mismo haría con Azzam aunque le costaría más trabajo. Sin embargo temía que no fuera ninguno de los dos. Tenía miedo y su supuesta mente maestra parecía haberla abandonado cuando más lo necesitaba. Que mente maestra ni que diantres. Lo que daría por estar en la tranquilidad de una tienda frente al mar...

Mar...

Tiendas... Baasima y el castigo que recibió junto a ella por parte de Zaím.

Baasima... los chicos que la habían secuestrado... el norte más allá de las zonas rocosas.

Esa asociación de ideas le llevó a recordar el sitio donde decían esconderse esos pilluelos, ni siquiera era de conocimiento de Zaím, mucho menos de Azzam ni de nadie más. Ella lo sabía gracias al secuestro de Habiba y posterior reencuentro con esos chicos. El GPS le mostraba lo que parecían ser dunas y nada más, ella sabía que sí que había algo más: zonas rocosas que a primera vista no tenían una sola entrada pero existía y ellos allí vivían la mayor parte del tiempo. Le llevaría unos tres a cuatro días llegar si es que no se perdía. Pero juraba por lo más sagrado que nadie más se la llevaría en contra de su voluntad. Encendió el auto y pese al calor quitó el aire acondicionado, lo pondría de nuevo hasta donde ya no aguantara. Vio unas gafas de sol en la guantera y se las puso. Desierto aquí vamos dijo decidida.

Horas después empezaba a anochecer. Apagó el auto y se dispuso a ver el ocaso. Los naranjas y rosa brillantes del cielo se fundían con el oro resplandeciente de la arena, suspiró cansada pero admirada de la belleza que le ofrecía el atardecer. Menos mal no parecía haber a la vista ninguna tormenta. Fue a la parte trasera y sacó lo necesario para preparar una de las bolsas de comida deshidratada, encontró una parrilla pequeña de gas incluido y lo necesario para cocinar, sí que habían preparado todo esas secuestradoras, había una bolsa de dormir, una tienda e incluso ropa térmica y aun no veía todo lo demás que le habían puesto. Esas mujeres sabían que en la noche las temperaturas bajaban considerablemente, habían preparado todo minuciosamente pero ¿Por qué tanta amabilidad y consideración? Después de todo habían sido sus captoras, lo que reforzaba su idea de que dos de los clientes eran Baasima y Habiba. Esas horas manejando habían servido para pensar en ellas, en sus clientes y en Azzam por supuesto. El muy idiota... quizás todo habría sido mejor si se la hubiera echado al hombro y salido de la boda con ella a cuestas ¿pero qué rayos estaba pensando? Debía ser el hambre, se tocó el estómago y decidió poner manos a la obra.

- Bueno, sabe mejor de lo que pensaba.

Después de comer, habló a la nada, a la oscuridad. Había encendido un fuego con unas cuantas ramas secas que había por allí pero estas se extinguirían demasiado pronto y ya empezaba a tener frío. Se puso la ropa térmica y contempló dormir o no la intemperie. Decidió no hacerlo, al sentir correr levemente viento y levantar una capa de polvo a su alrededor. Quizás vendría una tormenta.

– No es hora de acobardarse Azima. Y es hora de ir al baño porque no creo que salgas después.

Fue rápidamente para después meterse al Jeep adaptando como pudo la parte trasera, puso las mantas y la almohada, estaba cómodo pero no podía estirarse al pleno. Pero era algo. Cerró bien puertas y ventanas. Aun así se sintió expuesta y puso más mantas tapando todas los sitios probables donde pudieran verla. Apenas eran las ocho pero estaba que se le caían los ojos de sueño. Todo sería perfecto si pudiera darse un baño caliente en una tina enorme con burbujeante agua caliente y sales aromáticas. Suspiró solo de pensarlo. La dura realidad se impuso y puso la alarma, no quería conducir en la oscuridad pero se iría en cuanto el sol empezara a despuntar, eso le daba unas siete u ocho horas quizás. Se arrebujó en las mantas y antes de dormir maldijo a los que la habían puesto en esta situación. Si eran Habi y Baasi encontraría la manera de hacérselos pagar. De una manera lenta y dolorosa...

Princesas de DurbanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora