Azima Epílogo

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Azzam avanzó a grandes zancadas por el pasillo mientras abría puertas y miraba dentro de las distintas habitaciones y estancias. Gruñó al abrir la decima y no encontrar lo que estaba buscando. Sacó su teléfono y marcó como por sexta vez y nuevamente, nada. Un empleado pasó y él lo detuvo.

- ¿Has visto a mi esposa?

- ¿La princesa?

- Que yo sepa no tengo ninguna otra. –contestó exasperado.

Se ponía así cuando despertaba y no la encontraba a su lado. Lo mejor de su mañana era precisamente sentir el cuerpo de Azima pegado al suyo nada más despertar y lo sublime venía cuando tomaba el cuerpo de su esposa y juntos llegaban al éxtasis. No podía haber mejor inicio del día. Por lo general después salían juntos a cabalgar antes que el sol terminara de despuntar. No podía imaginar su vida sin ella cerca. Y ahora, apenas semanas después de su boda tenía un equipo de brillantes arqueólogos que si bien hacían progresos y descubrimientos impresionantes de sus antepasados, le quitaban tiempo con su esposa. Por algo él nunca había dejado que entrara nadie al lugar. Sabía que alterarían la rutina y ahora le alteraban la vida marital. Y sin embargo, Azima encantada de la vida no dejaba de desaparecer y era normal encontrarla analizando, examinando y preguntando al equipo de expertos que dicho sea de paso parecían de lo más a gusto y felices en el lugar. Él se encontró queriendo desaparecerlos. Menos mal su cuñadito aun no hacía acto de presencia. Según lo dicho por Azima, llegaría ya que se tuviera más claro que el lugar había sido habitado por Amina, la princesa arquera. Todo indicaba que había sido parte de la nobleza antigua, era interesante sí. Pero Azzam solo quería estar cerca de su esposa sin tantos obstáculos y vaya que había varios. Ni siquiera había desayunado porque su bella mujer no estaba.

Azima estaba totalmente obsesionada no solo con Amina, si no con avanzar de nivel en las clases de tejido. La exhibición anual de los tejidos en la capital del País sería en unos meses más y ella quería que algo suyo estuviera expuesto también. Así que tomaba las clases todos los malditos días. No podía haber mejor Jequesa lo sabía, se tomaba en serio todas sus responsabilidades como tal. Ya conocía el nombre de casi todo el mundo. Los ancianos la querían, los niños la adoraban y los empleados le obedecían más rápido a ella que a él. Había hecho reformas a ciertos asuntos pertinentes en Palacio que solo una mujer inteligente como ella podría hacer y todos estaban encantados con la nueva Jequesa. Lo curioso es que solían referirse a ella con su título de nacimiento y no con el nuevo. Parecía que no se había hecho Jequesa, si no que a él le había hecho príncipe por matrimonio.

- Lo siento Mi señor. No la he visto.

- Bien, gracias. –dijo tratando de controlarse. Su teléfono sonó en ese momento. Y cuando vio quien era contestó enseguida. -¿Dónde estás? –preguntó con urgencia.

- En nuestras habitaciones. –dijo ella.

- Pero si fui allí.

- Acabo de llegar.

- No, ni siquiera nos topamos.

- Usé los pasadizos. –contestó ella como si nada.

A sus habilidades había que añadir que ahora se deslizaba como experta entre puertas secretas y pasadizos del lugar, casi tan bien como él.

- ¿Hay algo que no se te de bien?

- Déjame pensar. Me ganaste en el ajedrez ayer.

- Sospecho que me dejaste ganar. –medio gruñó caminando ya a su encuentro.

- Claro que no cariño. –le dijo con risa en la voz.

- No me gusta que hagas eso.

Princesas de DurbanWhere stories live. Discover now