En cuanto terminé de decir esto, la oportuna cebolla comenzó a hacer su efecto sobre mis ojos, ocasionando un fuerte picor, acompañado de lágrimas. Hice el intento de llevarme ambas manos a ellos para calmar dicho picor, pero la acción fue detenida rápidamente por DANIELA. Que sostuvo mis manos con una de las suyas, mientras con la otra, mojaba un paño de tela en el agua que caía del grifo. Con mucha delicadeza, llevó el paño húmedo hacia mis ojos y comenzó a dar pequeños y ligeros toques en ellos, consiguiendo que poco a poco se refrescaran, calmando así el malestar. Mientras eso sucedía y las lágrimas dejaban de brotar, pude conseguir mantenerlos abiertos para observar cómo me trataba con esos dulces gestos, y clavaba sus ojos cafes sobre mí.
DANIELA: No llores... ─susurró al tiempo que sonreía ─No tengo ninguna intención de convertirme en tu cuñada.
Yo también sonreí. No sé por qué, pero lo hice. ─¿Mejor? ─preguntó, refiriéndose a mis ojos.
POCHE: Odio la cebolla. ─protesté. ─
DANIELA: Déjame a mí, yo continuo con eso.
POCHE: Oh no, ─me negué rápidamente ─que entonces, la que terminará llorando serás tú. DANIELA: Bueno, pero así nos turnamos y no sufres tanto.
POCHE: De ninguna manera, señorita ─insistí. DANIELA: Eres una cabezota.
Sonreí triunfante sin siquiera voltear a mirarla y continué en mi tarea de cortar la endemoniada cebolla. Esta vez, haciendo un esfuerzo sobrehumano porque el escozor no me afectara demasiado. Podía sentirla sonreír a mi lado mientras negaba ligeramente con la cabeza y continuaba desarrollando sus propias tareas. Ya debía estar completamente acostumbrada a mi cabezonería. Nos demoramos apenas unos minutos en acomodar todos los ingredientes en el interior de una bandeja metálica, dejando el hueco justo y necesario para colocar el pescado. A continuación, con algunas especias y un par de ramas, pertenecientes a una planta que mi abuela cultivaba desde siempre, le di el toque final a lo que sería en unos minutos, nuestra cena.

Introduje la bandeja en el horno precalentado, puse en funcionamiento el cursor de tiempo y listo. En unos instantes, un delicioso aroma, comenzaría a invadir toda la casa.
POCHE: Bueno, creo que aprovecharé para darme un baño rápido, en lo que se termina de cocinar el pescado.
DANIELA: ¡Perfecto! ─exclamó ─El olor a lago que tienes, ya estaba comenzando a marearme.
Mis ojos y mi boca se abrieron enormemente, expresando sorpresa. Por lo que agarré un mechón de mi propio pelo e inhalé fuertemente su aroma. Pero al no distinguir nada extraño en él, volví a mirar a DANIELA, descubriéndola con una sonrisa juguetona.
POCHE: ¿Estás jugando conmigo? ─le pregunté entrecerrando los ojos.
DANIELA: ¡Jamás se me ocurriría!
Le lancé una mirada fulminante a su burla, recibiendo como respuesta una mueca algo extraña que consiguió hacerme reír al instante. De esta forma me marché hacia la habitación, dando de cabeza. Busqué algo de ropa en el armario y decidí adentrarme en el cuarto de baño rápidamente. Esperaba no tardar demasiado, o corríamos el riesgo de quedarnos sin cena, esta vez de verdad.
Apenas fueron unos minutos, en los que el agua pudo recorrer mi cuerpo, relajando y refrescando cada músculo y centímetro de piel a su paso. La sensación que otorga un baño, después de un día tan largo e intenso, a la vez que bonito, resulta tremendamente agradable. Después de secar mi cuerpo y vestirme con la ropa seleccionada, sacudí un poco mi cabello con la toalla, para arrebatarle la humedad sobrante y terminar de peinarlo con delicadeza y suavidad. Una vez completamente lista, abrí la puerta del cuarto de baño, sorprendiéndome al instante por los sonidos que llegaban a mis oídos. Un sonido que hacía años no escuchaba.
El piano de mi abuela... Tan dulce e intenso como lo recordaba. Mis ojos se humedecieron casi sin poder controlarlo. Es demasiado intensa la sensación, que la melodía de esas teclas siempre me había producido. Caminé despacio hacia la sala y encontré a DANIELA de espalda, sentada sobre el pequeño sillón del piano, balanceando ligeramente su cuerpo al mismo tiempo que sus dedos acariciaban las teclas. RAMON, se encontraba tranquilamente recostado a sus pies, observándola atentamente, disfrutándola, como mismo estoy haciendo yo en este momento. No podía creer que estuviera tocando. Ella misma me había confesado que nunca volvió a hacerlo desde que falleció su abuela. Yo nunca volví a escucharlo desde que falleció la mía. Y ahora, ese mágico instrumento, volvía a cobrar vida, gracias a ella. La única capaz de conseguir que me emocionara como solía hacer de niña. Me aproximé con sigilo hacia su espalda, tratando de ser lo más cuidadosa posible. No quería que absolutamente nada, consiguiera distraerla. Podía ver el rápido y perfecto movimiento, que ejecutaban sus agiles manos. Tenía los ojos cerrados y parecía estar sintiendo la música en lo más profundo de todo su ser. De un momento a otro, descubrí mi piel erizada, materializando así, las mil y una sensaciones que mi cuerpo debía tener.

REGRESA A MI.Where stories live. Discover now