CAPITULO 96

3.5K 210 10
                                    

· Camino a toda prisa por el pasillo del primer piso, dispuesta a llegar cuanto antes a ese jardín. Pero al pasar por una de las puertas que están a ambos lados del mismo, escucho un ruido que me hace detenerme. Dicha puerta se encuentra entreabierta. Miro a mi alrededor, esperando encontrar a alguien merodeando, pero estoy completamente sola. Entonces, vuelvo mi vista hacia ese lugar del que provino el sonido y descubro que mis prisas, me hicieron pasar por alto el hecho, de que es uno de los servicios que se encuentran en el primer piso, pues su cartel así lo indica. Frunzo el ceño con algo de desconfianza. Sé perfectamente que los baños siempre están cerrados con llave y ningún paciente puede acceder a ellos sin compañía de una enfermera. Algo extraño sucede, y es inevitable que un mal presentimiento se instale dentro de mí, antes incluso de que pueda detenerme a pensar, durante al menos un segundo, en lo que podía estar pasando. De pronto volví a escuchar ese sonido de minutos antes y sin racionalizar absolutamente nada, abrí completamente la puerta y pasé al otro lado, cerrándola tras de mí. Justo enfrente, hay otra puerta que separa el inodoro del resto del cuarto. Esta, también se encuentra entreabierta. Y fue el mismo impulso que me había llevado hasta allí, el que me hizo abrirla definitivamente, sintiendo como el latido de mi corazón se detenía en el instante en el que descubrí, lo que había al otro lado. DANIELA... Arrodillada en el piso, escondiendo su cabeza casi en el interior del propio inodoro, con el cabello cayendo a ambos lados de su rostro, tratando de sacar con cada arcada, todo el dolor de su corazón. Está vomitando. Está expulsando de su interior, cualquier resquicio de soledad o preocupación que la invade... Está lanzando su propia alma hacia las alcantarillas con cada impulso de su garganta. Y con ello, con esa imagen, mi corazón se rompió en mil pedazos, creando un nudo en mi pecho que apenas me permite respirar. Es... es realmente imposible transmitir con palabras, lo que se siente en un momento como ese. Por mucho que trate de expresarlo en unas líneas, la impotencia y el dolor de ver a alguien que quieres, en el máximo punto de su destrucción, es un sentimiento absolutamente insoportable. Tanto, que me hace sentir el peso del mundo sobre mis hombros. No pude hacer nada durante unos instantes. El tiempo se había detenido y mi cuerpo era incapaz de responder al movimiento. Sólo podía observarla vaciar su interior, mientras sentía mi alma quebrarse con esa imagen. Quizás ni siquiera transcurrieron unos segundos. Quizás mi estado de shock fue más corto de lo que pienso. Solo sé que cuando mi cuerpo decidió por fin reaccionar, cogí una pequeña toalla y me coloqué detrás de ella. Agarré su pelo con mis manos y al no ver ningún movimiento por su parte, me pregunté si había sentido mi presencia en algún momento. Pero ella escondió su rostro de mí y trató de apartar mis manos de su pelo. No se lo permití. Volví a insistir y ella volvió a empujarme, sin decir nada, simplemente tratando de esconderse aún más. Entonces, comencé a escuchar sollozos y su cuerpo se movía ligeramente, haciéndome entender que estaba llorando. Fue en ese instante, en el que mis piernas dejaron de sostenerme. Caí a su espalda, quedando arrodillada en su misma posición. Mis manos se dirigieron a sus brazos y una vez más, intenté apartarla de aquel lugar que ahora me parecía un infierno. Esta vez, su cuerpo pareció darse por vencido, y simplemente dejó de ejercer presión. Fue entonces cuando puse la toalla en sus manos, y mientras ella misma se la llevaba hacia la cara, atraje su cuerpo hasta el mío, consiguiendo que se diera la vuelta y ambas cayéramos definitivamente, quedando completamente sentadas.

Con mi espalda apoyada en la pared, refugié su cuerpo entre mis brazos y permanecí en silencio mientras ella limpiaba de su propio rostro, los restos de su odiada soledad. Escucho su llanto desesperado sobre mi cuello. Siento las pequeñas convulsiones que sufre su cuerpo, y eso me hace abrazarla cada vez más fuerte. Aferrarla a mí, o aferrarme a ella, mientras las lágrimas que habían estado bañando mis ojos, comienzan a descender mejilla abajo. No podía soportarlo. No era capaz de aguantar su dolor ni un segundo más. No podía seguir sentada, observando cómo su vida se desvanecía mientras yo intentaba encontrar una solución. Sentí que poco a poco, comenzó a despegar su rostro de mi cuello, ascendiendo su mirada hacia a mí. Por un momento, me invadió el pánico y permanecí con la mirada al frente. No puedo mirarla, porque siento que en el momento en el que lo haga, las lágrimas comenzaran a brotar de mis ojos sin control alguno. Pero mis mejillas están mojadas, y continúo sintiéndolas descender por mi piel, lo que me recuerda, que ya no tengo control alguno. La observé entonces, y por primera vez desde que entré en este cuarto de baño, vi sus ojos, completamente enrojecidos y bañados en lágrimas. Me mira con confusión, al ver que yo también lloro. Y también con vergüenza, como si sintiera haberme decepcionado. Pero sobretodo, me mira con miedo. Un profundo temor, se había apoderado de su mirada triste. Así que, sintiendo como unos escasos centímetros, separan su rostro del mío, llevé una de mis manos a su mejilla y acaricié su piel con dulzura, secando las rebeldes gotas de agua salada que continúan cayendo.
POCHE: Se acabó... ─le susurré. Le supliqué ─Por favor, no te hagas más esto.
DANIELA: No puedo... ─escuché su voz entrecortada ─no puedo evitarlo.
Quise llorar como una niña pequeña. Sentía mis ojos cada vez más empapados y mi vista cada vez más nublada. Quería llorar y suplicarle que no siguiera dañando su vida. Sentía mi labio inferior temblar mientras esos ojos verdes me miraban como si toda ella, estuviera a punto de romperse.

REGRESA A MI.Where stories live. Discover now