Excomunión

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Enterado el señor cura párroco de la atrocidad cometida contra Tránsito, desde el púlpito emprendió vehemente y decidida campaña de desprestigio contra Bernardo Mencino.

—Con su esposa legítima lejos, oprobiosamente desterrada —reiteraba el reverendo en cada homilía—, puede este engendro del demonio, con mayor impía libertad, continuar con los desafueros, con los pecaminosos, públicos y múltiples amancebamientos que le son comunes. Podrá, entonces, cual hiedra venenosa, seguir corrompiendo, aún más, a las inocentes, ilustres o no ilustres, pero, eso sí, todas indefensas hijas de Dios. No solo a las de este pueblo, sino a las de las jurisdicciones circunvecinas. Lo va a seguir haciendo, gracias a su nociva influencia y a su mal habida autoridad impuesta por las armas, por la tránsfuga política que hoy mal gobierna esta tierra —se refería al alcalde Sanclemente, de filiación conservadora, aunque al servicio secreto de los liberales—. Pero, sobre todo, por su frondío poder económico con el que manipula a la inerme población. Seguirá, entonces, aquel infiel, regando y abandonando, por demás irresponsablemente y a su perdida suerte, gran cantidad de vástagos ilegítimos: caldo de cultivo para el servicio y la adoración del mal, para el vandalaje que nos sitia y agobia y, desde luego, para la reproducción perenne de los enemigos de la fe, el orden y la justicia.

El padre Sarmiento también recabó y gestionó, ante monseñor en Facanativá, y por su divino conducto ante la ciudad capital y Roma, para hacer efectiva la excomunión definitiva de Bernardo Mencino. La decisión de la excomunión del joven caudillo liberal de aquel central departamento republicano, con la inherente bendición papal, ocho meses después fue publicada en dos de los más influyentes y católicos periódicos con amplia circulación en el subcontinente. La noticia ocupó, por algunos días, primeras planas y titulares en la prensa hablada y escrita del cautivamente católico país que imperaba en las postrimerías de la supremacía conservadora.

—El bando episcopal, con la excomunión de mi abuelo Bernardo —le dijo Gilda a su hijo Olegario Arturo, quien seguía cavilando y atando bejucos respecto a ciertas oscuras y escondidas sombras enchipadas en su alma—, fue leído a todo pulmón en Oroguaní, un domingo, a las diez de la mañana, por el pregonero del pueblo, en la plaza principal del municipio, debajo de la ceiba que daba sombra a propios y a extraños.

Con tal decisión papal, el cura párroco ahincó desde el púlpito su difusión y ofensiva, ante la negativa de Carlos Eulalio Sanclemente Gómez, el alcalde, de volverla oficial. A la primera autoridad municipal le parecía imprudente hacerlo, además de:

—Contraria, a mi juicio —le alegaba el mandatario municipal al cura—, con la política fundada en los principios cristianos de caridad, conciliación y rechazo a la profundización del conflicto que profesa desde la presidencia el doctor Marcial Suárez.

—Todo aquel oroguanense, o residente en este pueblo —reiteraba el padre Sarmiento en cada sermón—, que trabaje, se sirva, le sirva, use sus bienes, se deje usar... es decir, que se relacione política, laboral, social, comercial, amistosa y, desde luego, sentimental y afectivamente con Bernardo Mencino, correrá la suerte eclesiástica suya. Por ende, su alma se condenará, de manera ineludible, sin posibilidad de perdón y menos de salvación divina. Igual sucederá con los ubicados hasta la tercera generación de los que no acaten ahora mismo la sentenciosa encíclica de su Excelencia, la Suma de las autoridades católicas.

La respuesta Mencino no se hizo esperar. Bernardo era un hombre a quien no lo detenían encíclicas, sermones, amenazas o cosas similares. Mucho menos creía en ellas, provinieran de donde proviniesen. Sin embargo, reconocía, inconfesamente, que tal arremetida eclesiástica le estaba causando mella, y por ende lo afectaba. Pues, en cada misa, todos los días, no solo en la de los godos, sino en la de los rojos, el cura arengaba en su contra. Además, acudía al presagio. A "eso" con lo que se manipula y controla, con gran eficacia, la conciencia popular, pensaba Bernardo.

El frío del olvidoWhere stories live. Discover now