Aljibe

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Esa era la elegía de Olegario Arturo Mencino, ubicado en la posición: 1.2.1.3.1.4.2., su código genealógico, dentro de la descendencia de su familia, por línea materna. Su llorado mensaje, compuesto hacia finales de febrero y comienzos de marzo del 2007, tras reanudar la búsqueda de una "forma técnica" para acallar el grito silente de su alma de muerte herida. ¡Sí!, aquel hombre buscaba partir de este artero mundo de forma inédita, como lo fue toda su vida.

Lo motivaban sus reiterados y estruendosos fracasos con su familia, en el amor, en los negocios, con la suerte, en el trabajo; con todo y, desde luego, con ella: Magnolia. La mujer que dejó de ver hacía menos de dos interminables, insoportables e invivibles meses. Aunque tampoco quería saber de ella, pese al intenso amor que aún ardía, y ardería por siempre, en su derruido corazón. Al intuir su engaño, y después de su repentina y no avisada partida, Olegario Arturo intentó olvidarla. Arrancarla de sus vísceras. Desde luego, sin conseguirlo.

Pese a ser el segundo de la tercera generación, línea materna, Olegario Arturo llevaba como único apellido el de su bisabuelo Bernardo Mencino, nacido en 1899 y asesinado en 1963 por disposición de su concubina: Ester Julia Sagrario; nunca judicialmente probado. Aquella mujer lo habría mandado a matar para no devolverle las escrituras que le hizo "en confianza" cuando Bernardo se enteró de que Tránsito Arellano, su formal y desterrada esposa, iba camino a Oroguaní para reclamarle lo que por ley le pertenecía.

Gilda Mencino, madre de Olegario Arturo, tuvo sus hijos sin haberse casado; como también lo hizo Alcira Mencino Arellano, su progenitora. Gilda, al momento de registrar a su hijo en la parroquia, y después en la alcaldía de Oroguaní, solo le colocó su apellido: el Mencino, igual que a sus otras dos hijas, la mayor y la menor, esta última de padre diferente. Olegario Arturo fue, entonces, un hijo natural más, como solían llamar a los vástagos de las madres solteras cuando los respectivos padres no los reconocían, los rechazaban o hasta negaban. Por aquellos tiempos, muy común, aceptado y hasta bien visto socialmente para demostrar hombría, poder y preeminencia en Oroguaní. Pequeña municipalidad ubicada en el centro-occidente del país, departamento Central, de aquella republicana nación subcontinental. Villorrio bucólico y caluroso del casco urbano hacia el río Magdala, y templado, incluso frío, hacia la cordillera de Oriente. Pródigo en recursos naturales, con tierras fecundas para la ganadería y la agricultura, en especial en cuanto a cafetales, cañaduzales y platanales.

Olegario Arturo, para entonces, tenía decidido morir. Además de las tres primeras frustraciones, inherentes a su esposa, hijos y Magnolia, una cuarta se arraigó en sus entrañas. Esta última agonía, de índole social, le prosperaba día a día al comprobar su imposibilidad de poderles brindar a su difícil esposa, esquivos hijos, enferma madre y anciana abuela, esta última ¡ahora inválida y casi ciega!, un bienestar, así fuera básico. Y ello, pese a sus descomunales esfuerzos, ingentes sacrificios y hondas privaciones. Pretendidas y ofrecidas bienandanzas que ni aquellos, ni él, tuvieron en su estrecha niñez, en su difícil juventud, menos, todavía, en su agobiante madurez y oteada álgida vejez. El reflujo de su malograda intención contagió, no solo sus vísceras, también lo hizo de forma paulatina con su compostura mental y juicio, de manera más que callada, nunca comunicada. Todo aquello motivó en Olegario Arturo, aún más, su obsesión y decisión por la muerte. Fue, entonces, cuando, en su lógica, pensando con el deseo, creyó tenerlo claro:

No tengo otra alternativa. Lo dedujo tras agotar, sin éxito, todas las opciones formales, lícitas y corrientes. Solo le quedaba esa oblicua y oscura salida: ¡El pago de mi vida por parte de terceros!

Sin embargo, no pensaba suicidarse de manera tradicional. Si lo llegaba a hacer, impediría el pago de los tres seguros de vida que suscribió con tal propósito. Pólizas en las que dejó como beneficiarios, en principio, a su esposa, hijos y madre. Contrato que incluía cláusulas de exclusión y no pago, muy claras, en ese sentido. El monto de los tres seguros ascendía casi a sesenta y cinco mil dólares norteamericanos. La única forma para que su familia obtuviera dicho monto, y lo disfrutara, sería cuando él faltara por muerte natural, ¡o accidental! Olegario Arturo buscaba "morir de forma técnica". De alguna manera para que los aseguradores no tuvieran motivo para negar u objetar el desembolso para sus beneficiarios. Lo venía cavilando desde hacía casi diez años cuando arribó a los cuarenta.

El frío del olvidoWhere stories live. Discover now