La muerte de Bernardo Mencino

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Pese a poseerlo todo, y a estar sobre tan monumental riqueza, Bernardo Mencino, en la última década de su vida, no tuvo nada. Ni propiedades, ni dinero en efectivo, tampoco disposición alguna sobre sus bienes. Solo le quedó su complicado prestigio político, diezmado paulatinamente. Garante irreal de su palabra para apostar en la mesa del póquer, en especial con tahúres desinformados llegados, casi todos, de la ciudad capital. Personajes estos obnubilados y atraídos por la filosofía del dinero fácil y la leyenda de la riqueza Mencino que se jugaba a las cartas en una finca paradisíaca. Predio engalanado con dos pomposas casaquintas, tres piscinas e innumerables especies de aves tropicales. Entre estas últimas sobresalían pavos reales y cardenales; turpiales bañados en colores oro, amarillo y negro, así como guacamayos y tucanes, entre otros. Asimismo, era fascinante observar y percibir el concurso de fragantes árboles frutales, colindantes con un bosque en ladera pletórico de originarias palmas de cera, que a su vez hacían coro con un jardín de orquídeas: "El Edén de las Orquídeas", como lo bautizó Valentino. Ahí prosperaban y florecían diecisiete especies, sobre todo de catleyas, en perenne y armónica competencia con un sinfín de heliconias. Entre las más abundantes de estas estaban el bastón del emperador, la gínger y las lágrimas de Jesús. Naturaleza ornamental que rodeaba las casas de la finca mediante nueve jardines organizados, con cuidadas y preciosas flores, la mayoría de color rojo escarlata.

—El Santuario del Partido Liberal —dijo algún día el propio Valentino.

Enternecía el alma la presencia de begonias diseminadas por doquiera, así como siete cueros, dalias, rosas, claveles, anturios, diversos alhelíes, amapolas, joaquinos, doble rojos, rojos sencillos, gardenias, hortensias, tulipanes, azucenas, gladiolos, jazmines, pensamientos y geranios, de entre una gran variedad de matas en flor; unos en los amplios corredores de las casas; otros en los cercados de los jardines y muros en piedra de los corrales y huertas. La Guasimalera era una poética constante ambiental, enternecedora para el espíritu. Ofrenda grata de la naturaleza para aquel recóndito rincón de la tierra, privilegiado con la vastedad de sus múltiples recursos físicos, hídricos, biológicos... y muchos más.

En las entradas de cada casaquinta sobresalían enredaderas con la nocturna, exquisita y olorosa flor de cera; también, innumerables mirtos blancos que le daban una embriagante y perfumada bienvenida de azahar a los visitantes, así como una sensación de tranquilidad y ensoñación a sus moradores. En los alrededores, y por toda la vasta y quebrada geografía de aquel prodigioso predio, impresionaba la abundancia y la generosidad del café, la caña de azúcar, el maíz, el plátano y de muchas otras riquezas agrícolas. Reinaban en el fecundo territorio, sobre todo en las llanuras aledañas al río Magdala, al menos novecientas treinta y cinco cabezas de fino y selecto ganado lechero.

La Guasimalera constituía, hasta entonces, el monumento al mérito, a la consagración y al trabajo de un iletrado labriego campesino: Valentino Mencino. Él, en tan solo cuatro décadas de su vida, le arrancó tal riqueza a la benigna tierra que lo vio nacer... y morir. Todo lo contrario, a las gestas de su hijo Bernardo, quien, hacia el ocaso de sus días, solo le quedó su palabra... y eso: ¡más que empeñada!, sin posibilidad alguna de hacerla efectiva. Ester Julia Sagrario nunca quiso devolverle la escritura de la finca. Título hecho a mediados de 1952, primero a su nombre, después a los de su padre y hermanos: los Sagrario. Eso sí, todo "en confianza", como prevención por lo que pudiera suceder. Tránsito Arellano, la legítima esposa de Bernardo; según un recóndito marconigrama de alerta de su no reconocida hija Laura Marcía Arellano; iba para Oroguaní a reclamar lo suyo. Visita que tan solo se hizo efectiva en 1963.

En los últimos años Ester Julia tampoco le permitió a Bernardo disponer de un solo centavo, ni de enseres, tampoco de semovientes; excepto de su fiel mula Dulcinea Tercera. Aquella autoritaria, ambiciosa e inescrupulosa mujer estaba dispuesta a preservar lo último que quedaba de la riqueza Mencino, pero para su hijo Armando, el segundo y último registrado y bautizado como hijo de Bernardo; nacido en el 43, pero, muy comprometido con el trago y la marihuana... con esta última, no solo en cuanto al consumo, sino con el cultivo. Yerba de arbitrario y fatídico uso que prosperó de manera diversificada entre los cafetales, al principio de forma clandestina y sigilosa, en algunas alejadas zonas de La Guasimalera, unos pocos años después del asesinato de Bernardo, y veinte antes de la "agro industrialización" y politizada distribución y comercialización generalizadas de la amapola en toda esa hacienda, así como en otros tantos predios circunvecinos.

El frío del olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora