Obcecación

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Para Olegario Arturo no fue coincidencia el parecido entre la realidad y las inferencias que su herramienta metodológica de trabajo hizo sobre su amada abuela Alcira, escasas horas antes de la ocurrencia de los hechos terribles que concluyeron con su desaparición. Le dio plena credibilidad a su engendro humanado. Lo hizo al ver con antelación en el telón en el que proyectaron la matriz cabalística, no solo los aspectos similares al momento del accidente causado, irresponsablemente, sino la intervención quirúrgica, el fallecimiento y todo lo que en los días siguientes tuvo que presenciar, vivir y sufrir, en relación con el funeral de su mamá señora. Eso, para él, no fue ninguna casualidad. Ni siquiera lo consideró así. Lo tomó como el resultado decantado y metodológico de un proceso científico, con un sesgo y margen de error calculados, muy bajos y aceptables estadísticamente. Así lo asumió, por lo que le causó una conmoción profunda y traumática que lo mantuvo alejado de su sitio de trabajo y escondite por varios días.

Frente a esa situación inesperada, el padre Alirio le sugirió olvidarlo todo. Él consideraba que «este es un proyecto de locos», así llamaba el eclesiástico a esa actividad proscrita.

—Olegario Arturo, dejemos así las cosas... no sigamos insistiendo en esto, que, además de improductivo, los dos sabemos que es riesgoso —lo exhortó su jefe, amigo y cómplice la tarde del 4 de julio de 2007.

En esa ocasión el jesuita le celebró en forma privada su cumpleaños número cuarenta y nueve, allá, en el sótano escondido y prohibido de la Capilla Pureza de María, ubicada sobre la carrera Central, cerca del edificio viejo del Capitolio Nacional. Ahí trabajaban, en secreto, aquel proyecto vetado. Al padre Alirio le pareció prudente pedirle a Olegario Arturo suspender el plan. Sentía que debían destruir el programa, bases de datos, archivos, textos raídos y documentos mohosos con los que alimentaron aquel "monstruo", como le decía. A cambio de abandonar esa locura le propuso a su discípulo de pilatunas, autorizado por los jerarcas de la iglesia y propietarios de la editorial, una actividad mejor remunerada.

—Necesito que te encargues de un nuevo proyecto de corrección de textos escolares para educación básica y media vocacional. Estos serán distribuidos en todos los colegios, no solo en los de nuestra congregación, sino en al menos tres hermandades católicas muy prósperas y expandidas, tanto en el país como a lo largo y ancho del subcontinente.

Olegario Arturo, desde hacía años, quería trabajar en algo así. Eso le implicaría contrato laboral a término anual, y no por prestación de servicios de tres o cuatro meses, como máximo, con salario integral, como lo venía haciendo desde cuando el reelegido presidente Abelardo Uribia Morales, en su primera administración, modificó y denigró, pensaba Olegario Arturo, las condiciones laborales para la clase trabajadora. Reforma laboral que le implicó, tras casi veinticinco años seguidos de trabajo con aquella empresa editorial, perder y renunciar voluntariamente a su condición de empleado y aceptar volverse trabajador independiente, si era que quería continuar vinculado, pero con una paga menor con respecto a la anterior. Tuvo que aceptar esa nueva forma contractual. De ahí obtenía su única fuente de ingresos, su único sustento: el suyo y el de su familia. Esa nueva contratación, ya no laboral, se hizo con el mismo patrón, por más horas y con mayores responsabilidades profesionales. Pero, ahora, era de carácter dizque comercial.

También, gracias a la última reforma laboral, iniciativa bandera del reelegido mandatario nacional, Olegario Arturo fue contratado; como Gilda en la Caja Agraria, allá, en Oroguaní, por los años 60; por prestación de servicios. Lo que implicaba prestaciones médico-asistenciales, ya no a cargo del patrón, sino por su cuenta y pecunia en su calidad de trabajador independiente. Además, sin cesantías, asistencia de salud, horario de trabajo fijo, reconocimiento de festivos, dominicales, horas extras, distinción entre jornada diurna o nocturna y, en especial, sin una pensión de vejez probable. Esto último, en razón a la entrada en vigor de la nueva norma laboral que le implicaría jubilarse, ya no en seis años, o sea, a los cincuenta y cinco de edad; pues tenía más de las reiteradas y recientemente ampliadas semanas de cotización requeridas; sino a los sesenta y, tal vez, hasta los sesenta y dos, o más.

Lo que a su vez le implicaba tener que trabajar y esperar, al menos por trece años adicionales, para comenzar a devengar, como jubilado, no el setenta y cinco por ciento de sus, de por sí disminuidos ingresos laborales actuales, sino el sesenta y cinco por ciento de su salario básico, menos otro doce por ciento de descuento para el régimen contributivo. Es decir, mesada equivalente a una tercera parte de su neto mensual actual devengado. Similar a la cantidad que recibía por entonces Gilda, la cual no le alcanzaba, para ella sola, ni siquiera para cubrir y satisfacer sus necesidades elementales, mucho menos sus medicamentos, los que los médicos no se atrevían a formularle, y que sabían que eran los que resolverían sus dolencias.

El padre Alirio vio la urgente necesidad de sacar a Olegario Arturo de aquella encrucijada cruel y peligrosa en la que estaban embarcados los dos. No solo porque lo consideraba su amigo, compañero y subalterno, sino por lo valioso (rentable) como colaborador en las actividades de corrección que le llegaban. Además, sentía en sus cansados y erosionados huesos que debían abandonar esa actividad clandestina. Gatuperio al que el padre accedió, en principio, por mera curiosidad. Y que dejé avanzar demasiado, pensaba y se recriminaba, en contraprestación por los favores que Olegario Arturo le hacía cuando se le acumulaban los trabajos de corrección... además de lo inherente a su secreto personal, de índole familiar. Tras la muerte de Alcira, el sacerdote consideró necesario, imperioso, detener el asunto: intentar amolar el filo de la tajadera. Por tal quid, le sugirió a su subalterno, con sutileza y habilidad, que, en cuanto al programa aquel, dejara las cosas de ese tamaño. Le advirtió:

—Olegario Arturo, sé de una gran cantidad de antecedentes que indican que aquellos que han insistido en esto... en develar, entender, usar o contrarrestar la trágica maldición de la tríada, desde al menos el siglo XIII... todos terminaron mal. Por lo general sin juicio y, en consecuencia: ¡muertos en el intento!

El padre Alirio, quien pese a desconfiar, y por ende a no darle crédito a las inferencias de aquel programa humanado para computadora, ocho días antes de que su amigo volviera, también, y por humana curiosidad, además de agregarle aquella secreta información que compiló y depuró durante varios años, lo puso en ejecución, no solo en lo inherente a él, sino en relación con el futuro de Olegario Arturo y sus descendientes. Lo ahí digitalizado para ser mostrado, consideró para sí y con prudencia el anciano sacerdote, era mejor que su cofrade no lo viera ni confrontara. Sí, ¡que nunca lo supiera! Difícil, por no decir imposible, detener el ímpetu humano ante la duda que casi siempre es mortal.

Desde luego que el padre Alirio no lo iba a lograr, por lo menos en cuanto a lo que a Olegario Arturo correspondía. Este empecinado hombre, ahora más que nunca, estaba empeñado en develar, metodológicamente, las causas arropadas en su pasado familiar y sus inexorables efectos: presente, suerte y sino; no tanto los suyos, como los de su parentela y, en particular, los inherentes a sus hijos y madre. A ello se dedicó Olegario Arturo, por desgracia, durante los siguientes meses, incluso, contra la abierta pero sutil oposición del padre Alirio, así como de su enojo al recibir un delicado como tajante «no» a la propuesta de trabajo permanente que le ofreció. Y, otro no, para que hiciera caso omiso respecto de sus proyectos de inferencia genealógica y social. Pese a todo, optó por seguirlo acompañando en tan riesgosa industria. Le siguió facilitando el sitio, equipos, recursos, conocimientos, dominio, interpretación y explicación en lenguas muertas y sabiduría respecto de los tan fácilmente predecibles, universales e intemporales comportamientos humanos... más, tratándose de los marcados Mencino. Olegario Arturo siempre contó, hasta el día de su muerte, con el apoyo, compañía y guía espiritual del padre Alirio.

El estudioso y hábil lector religioso sabía que esa herramienta, al finy al cabo, era «una creación a imagen y semejanza suya», como lo pensaba y selo dijo más de una vez. Basada, ¡sí!, en una profusa cantidad de datos. La mayoría: real, ordenada con meticulosidad y procesada a gran velocidad. Empero, el padre Alirio también sabía que tal engendro mostraría lo que aquel hombre agobiado andaba buscando. Lo que con desesperación y suma obsesión quería y necesitaba encontrar. O, mejor sería decir: Justificar, pensaba en silencio el padre, viéndolo trabajar sin cansancio, con delirio inusitado; a la vez que Olegario Arturo escuchaba en el reproductor del portátil, una, y otra, y otra, y otra vez, el bolero, en la voz de Daniel Santos: En el juego de la vida. Tonada que alternaba, de vez en cuando, con la ahora favorita de sus canciones: Quererte fue un error. A Olegario Arturo esta última canción le recordaba, con sempiterno ardor, a su desaparecida amada Magnolia. 

El frío del olvidoWhere stories live. Discover now