Magnolia

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Fueron casi diez años de aquella catártica y difícil relación con Magnolia Chauta, nunca programada... ¡menos proyectada! Olegario Arturo la conoció en octubre de 1997 en la Barra Santafereña. Era mesera en ese establecimiento ubicado al interior de un pasaje comercial entre las carreras Quinta y Sexta, cerca del Museo Precioso, arriba del Parque Santandereano. Solía ir a ese establecimiento, a veces a almorzar, o a comer empanadas, cuando todavía tenía contrato indefinido con la Editorial La Moderna, por ende, aún gozaba de una relativa estabilidad salarial y económica.

Hasta entonces; y pese a las complejas dificultades en su relación matrimonial con Adelaida Durán, y por su conducto, contradictoria y compleja influencia con sus hijos adolescentes; Olegario Arturo en aquellos casi dieciocho años de matrimonio jamás acarició la idea de la infidelidad. No estaba en sus concepciones, mucho menos en su presupuesto. El sexo no era, ni lo sería jamás, una de sus prioridades, pese a los más que amordazados e inconfesos fantasmas que lo rondaron y atacaron con gran ferocidad, sin lograr jamás aflorar ni imponerse sobre su sexualidad exterior. Aquellos solo existieron, y lo gobernaron, en su atormentada como callada intimidad.

Con Magnolia todo comenzó cuando sus tristes, pequeños y pardos ojos se encontraron con la sonrisa de aquella exquisita y exótica trigueña bella, ocho años menor que él, pero con una historia afectiva por demás dura, vacía y triste. Ese mediodía de un lluvioso octubre, sin haberlo premeditado, menos pensarlo y, por supuesto, sin calcular las consecuencias, al cancelarle los dos mil quinientos pesos del precio del almuerzo, él le propuso salir. Ella ni siquiera lo dudó. Aceptó de inmediato. Esa tarde la recogió en su acabado de comprar Fiat UNO PIU. Una hora después estaban haciendo el amor en uno de los moteles vía al aeropuerto de la ciudad capital.

Ninguno de los dos lo asumió, al comienzo, como algo serio, ni mucho menos duradero y, por supuesto: nada comprometedor. Era solo eso: un momento de prodigado, mutuo, mundano y pasajero placer; tras lo cual, cada uno proseguiría su camino, su respectivo derrotero; sus correspondientes, ajenas y diferentes vidas. Y, ¿por qué no?, después de aquella entretenida y por demás satisfactoria primera vez, para cuando se volvieran a dar las circunstancias; así lo pensaron y creyeron los dos. Y así lo pactaron en silencio para que aquello fuera algo pasajero, sin compromiso alguno. Él era casado, y ella una mujer, como su nombre: bella, fragante, solitaria y libre; poco dada a las relaciones complicadas, duraderas, problemáticas, menos difíciles. Para entonces ella sostenía dos, o tal vez tres, idilios similares.

Sin decirlo con torpes palabras sus conciencias pactaron, en consecuencia, una relación esporádica... y solo para eso: para la satisfacción de exclusivo carácter sexual. ¡Para el placer! Sin más ataduras que la autonomía y la libertad de cada cual. Eso era lo que ellos creían. O por lo menos lo que durante un año y medio procuraron mantener, muy a pesar de esa inexorable e invisible fuerza que comenzó a enredarles, desde la madrugada de tal aventura, sus inconfesos instintos, pasiones y sentimientos. Impulso que los fue arrastrando, sobre todo a él, a verse, a llamarse, a poseerse cada vez con mayor e incontrolada intensidad, frecuencia e impacto emocional. ¿La razón? Innumerable cantidad de veces Olegario Arturo se cuestionó aquella sufrida-gozada relación con Magnolia.

Buscó a toda costa encontrarles respuestas a sus atarugadas preguntas: ¿qué necesidad tenía para involucrarme con esta mujer? ¿Qué fuerza activó y arrastró mis instintos y pasiones, ya cansadas, débiles y golpeadas, para emprender tan tormentoso viaje sin retorno posible?, ¿para embarcarme en tan inicuo y corrosivo adulterio? No solo se preguntaba, también se reprochaba y fustigaba muy seguido. Pese a ello, esgrimía esquemas mentales para responderse. Tal vez a título de fútil justificación consideró que era consecuencia del incontrolado impulso masculino, asociado con el hostigamiento hormonal, atizado en aquel atardecer bajo el sol de los venados.

El frío del olvidoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ