Irresolución

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Esa noche, al llegar Olegario Arturo a su casa, después de ir a visitar a Gilda y pasar por la solitaria y empolvada alcoba de la cual partió Magnolia aquel 21 de febrero, sabía que tampoco podría dormir. Desde cuando el padre Alirio le entregó el manuscrito para que corrigiera el sermón, el que leería el cardenal al siguiente día en la misa contra el secuestro, se enquistó en su mente una mortífera dualidad. Se le estaban facilitando los medios para llevar a efecto sus planes vengadores contra Uribia Morales, el imaginado gestor de la mayoría de todas sus culpas.

Aquella era, quizá, una oportunidad que tal vez no se le volvería a presentar, y en tales circunstancias. Sin embargo, ganaba, cada segundo que pasaba, un irrefrenable ímpetu la inquietud por saber e interpretar las causas de las cosas; las consecuencias; los efectos; el destino, ahora guardado en su herramienta metodológica de trabajo, respecto a su familia. En especial, el devenir de Gilda, el de sus hijos: los que tenía con Adelaida, así como el de su esposa... y, también, de una vez, aclarar lo del error relacionado con los otros tres hijos. Los que supuestamente tendría con Magnolia. Sí, le tocaba esclarecer lo relacionado con el mañana de sus ascendientes y descendientes. Predicción que tan solo alcanzó a otear de soslayo esa tarde en la pantalla del portátil antes de que volviera el padre Alirio con el vino espumoso y la torta para su cumpleaños cuarenta y nueve.

Él no se debía ir con esa perpetua duda. En lo poco que vio respecto a sus hijos, los que tenía con su esposa, existía gran incertidumbre. Cosas como que sí, o como que no eran, o no sucederían. Como si dependiera de algo o de alguien para su realización. Como si existiera la oportunidad de interceder para suavizar, o al menos dilatar lo malo y magnificar o apresurar lo bueno. Y quién lo va a hacer, a quién le va a importar si mañana, en la misa de once, parto victorioso al lado del (creado) causante de mis tristezas y flaquezas, el culpable de mis culpas... se dijo a título de insulsa justificación.

Logró conciliar el sueño sobre las 3:48 de la madrugada. Se tomó casi toda la noche para decidir que ese día: 5 de julio de 2007, llegaría temprano a su oficina, transcribiría el manuscrito y le corregiría algunos gazapos, arreglaría una que otra frase, incluiría otras tantas que él sabía que al purpurado le gustaría decir, imprimiría el documento y, luego, empacaría su arsenal en el bolso de mano que usaba los viernes cuando iba con ropa deportiva a trabajar. Bolso en el cual, lo había verificado, cabían las granadas y la dinamita que, decidió, tal vez, haría detonar en cadena.

Consideró, recreó en su mente, que una vez él estuviera a distancia prudente de su objetivo, se inclinaría un poco y, con impavidez, le quitaría el seguro a una de aquellas granadas. Luego, depositaría el bolso en el suelo, lo más próximo posible a Uribia Morales. Se retiraría con disimulo y calma... o buscaría la mano del presidente para saludarlo, instantes antes del estallido, siete segundos después de quitado el seguro. Lo que haría, suponía, que las otras dos granadas y la comprimida pólvora reaccionaran en cadena... y, misión cumplida.

Sin embargo, durante el trayecto entre su casa y la oficina, Olegario Arturo modificó, en parte, su elucubrado plan. El cambio consistía en que una vez llegara a su trabajo, y tras corregir y completar el documento del cardenal, empacaría aquellos artefactos en el bolso y se iría de inmediato con su letal arsenal por entre los sacros pasadizos. Lo dejaría muy cerca de los toneles de vino, tal vez debajo de estos, donde nadie los pudiera detectar, y seguiría hasta el sótano de la Capilla Pureza de María. Una vez allá, revisaría el programa computacional, las respectivas inferencias relacionadas con sus hijos y madre, así como la de sus tres supuestos hijos con Magnolia. Corregiría lo que hubiera necesidad y, dependiendo de lo que entonces se proyectara, dentro del rango de incertidumbre, estadísticamente aceptado, sabría si valía la pena postergar la ejecución de la misión contra el culpable de sus culpas o si, por el contrario, reanudaría el proceso de ejecución para ese día.

El frío del olvidoWhere stories live. Discover now