Vergüenza

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Tan pronto Alcira le comentó a Crispín que estaba embarazada, este, con por demás descaro, cínica irresponsabilidad y elusión, le negó su paternidad. Alegó y argumentó que ella también atendía al Mono Uribe, otro labriego de la región.

Por su estado, Alcira decidió marcharse, de la noche a la mañana, para el norte del Tomima. Allá habitaba su hermana, Laura Marcía. Lo hizo para evitar enfrentar la vergüenza en Oroguaní cuando se llegara a saber que ella, la hija del todopoderoso Bernardo Mencino, diputado departamental y presidente del directorio liberal del departamento, tuvo relaciones con aquel hombre, además de feo, de muy baja estirpe social. Ni siquiera parecida a la de Misael Moratino; quien sí procedía de una familia aceptable, acomodada y perteneciente a la dirigencia liberal de Oroguaní.

Alcira y su hija Gilda partieron a pie, a la madrugada, rumbo a San Vicente. Allí abordaron una chiva que las condujo hasta Cambato. Pasaron el río Magdala en un planchón. Al otro lado, ya en El Tomima, un campesino mandado por Laura Marcía las esperaba. Este, además de recibirlas, se fue con ellas en la línea intermunicipal hasta El Fresnal. Una vez ahí, les indicó cómo reanudar la caminata hasta Palocabildo, a seis horas de distancia, lugar en el que vivía Laura Marcía.

Ya solas, y una vez emprendieron camino con derrotero a Palocabildo, de entre las cañabravas que ornaban cada lado del sendero, se les apareció una loca que las siguió un buen trecho. Agarró del brazo a Alcira, negándose a soltarla. Con la desequilibrada mujer al lado, mamá e hija caminaron hasta llegar a una fonda a la orilla del camino. En aquel establecimiento Alcira compró un chichero y se lo dio a la mujer, indicándole que mientras se comía el amasijo, las esperara ahí, que ellas ya volvían. Fue la única forma de zafarse de tan extraña, premonitoria e incómoda aparición.

Al llegar al río Gualía, el que debía ser cruzado por sobre una guadua agarrándose de otra ubicada en la parte superior, las viajeras casi renuncian a su objetivo. El río iba muy crecido y su ensordecedor rugido les infundió miedo. Pero, con solo pensar que al regresar se encontrarían con la loca y, además, como ya comenzaba a oscurecer, aceptaron la ayuda de unos campesinos que les colaboraron en aquel paso. El 7 de noviembre de 1941 llegaron a la casa de Laura Marcía, quien también vivía en la miseria, junto con los tres hijos de su primer esposo. Aquel día Gilda cumplió siete años. Para celebrárselo, su tía logró conseguir, al fiado, un pedazo de bocadillo de guayaba.

—Si refugias tu estrechez en la de otro, compartirás y legarás miseria colectiva —le comentó Gilda a Olegario Arturo, haciendo una pausa en su relato.

Las penurias en las que vivía Laura Marcía eran aún más gravosas por la perenne condición beoda de su esposo. Este, una noche llegó ebrio y las amenazó.

—¡Lárguense de mi casa! De lo contrario, las voy a "encender a machete".

Al siguiente día, madre e hija regresaron al Fresnal, en busca de Jocabet Sanclemente, hermana de Lola. En El Fresnal, Jocabet era propietaria del Hotel Pensión Capital. Ahí Alcira encontró trabajo como cocinera. En ese lugar se hospedaba un propagandista que utilizaba unas mascotas para incentivar las ventas de su negocio. El pintoresco personaje mercadeaba su portafolio de ilusiones con un cachorro de tigre, dos culebras, una era Cascabel y la otra Talla X, y Pepe, un mico tití, muy grosero y atrevido. El propagandista se dedicaba a vender pomadas, según decía:

—La contra para todo tipo de picadura de víboras, o de cualquier otro reptil, rastrero o humano.

Con él, Gilda aprendió a manipular y darle de beber a las dos culebras. Salió en su compañía, dos veces, a la plaza a practicar aquel sainete comercial; es decir, el oficio de las ventas de remedios, recetas e inventos para todo tipo de mal, dolor o maleficio. Sin embargo, la propietaria del hotel le dijo a Alcira:

El frío del olvidoWhere stories live. Discover now