Letargo sentimental

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Rayaba el mediodía de aquel caluroso y soleado 4 de julio de 1958 cuando Gilda dio a luz a Olegario Arturo Mencino. Solo Mencino, como ocurrió con su mayorazga. Así hizo sentar la fe de bautismo de su segundo hijo; de ese nuevo vástago ilegítimo de Oroguaní. Documento eclesiástico calendado, no el 4 de julio, sino el 21, ante la reiterada objeción y enojo del reverendo párroco municipal. Fue registrado como hijo natural, muy a pesar de la indignación manifestada por el cura. Mucho más grande que la propiciada en la primera oportunidad cuando Maira de las Mercedes, no solo por la falta del apellido paterno, sino por:

—El homenaje que usted, Gilda, le hace a ese condenado, desvergonzado e irresponsable papá, al colocarle a esta criatura inocente su impío nombre, cual deuda del alma —la reprendió el cura cuando se enteró de que ese era el nombre que Gilda decidió colocarle a su hijo.

Desde el nacimiento de Olegario Arturo, Olegario Perea se apartó de forma abrupta del camino de Gilda, y del de sus hijos. Él no quería, ni asumió jamás, compromisos con sus descendientes. Solía repetírselo a quienes lo cuestionaban por su abandono y desprotección para con aquellos. Él consideraba y sostenía:

—Mis hijos tienen que abrirse, por su cuenta, como lo hice yo, su propio camino. Labrarse su destino sin ayuda de nadie. De esa forma, lo así obtenido, si llega a ser poco o insuficiente, no tengan a quién culpar. Como tampoco agradecérselo, ni mucho menos a quién debérselo, si resulta lo contrario.

Sostenía, convencido, sobre todo cada vez que se embriagaba, casi a diario:

—Lo poco o mucho que lleguen a conseguir, ojalá con gran sacrificio, dificultad y privaciones, será exclusivamente de cada uno de ellos. Se garantizará, de esa forma, que aprecien, cuiden y defiendan con vehemencia lo por ellos sin facilidad cosechado. Lo que no harán si se les alcahuetean las cosas, o si se les da o las reciben sin esfuerzo, o con mediadora y paterna facilidad. Recuerden que para los pobres la carencia es la base de sus aspiraciones, así como el estímulo para la búsqueda del progreso.

Estas eran algunas de las frases con las que Olegario Perea solía poner fin a sus entrecortadas disertaciones al respecto. Por tal concepción de vida, sus hijos, en esa primera y fundamental etapa de su infancia, además de criarse con sentidas carencias económicas, nunca tuvieron, ni recibieron, el cariño, menos el amor, como tampoco las caricias paternas. La crianza de estos, lejos, retirados de su padre, les marcó un sendero artero en sus vidas. Cuando Olegario Perea notaba la presencia de Gilda, o la de sus hijos, se tornaba frío, impertérrito. Además, no les dirigía la palabra. Volteaba su cara para evitar sus miradas. Solo usaba el volumen de su radiola para comunicarle a ella, con canciones, lo que de verdad sentía, pero que era incapaz de expresar con frases.

La primera víctima de aquella ignominiosa arremetida no fue ninguno de los hijos de Olegario Perea. Ellos, gracias a la frágil fortaleza que genera la inocencia durante la infancia, vendrían a sentir y sufrir, años más tarde, las inexorables consecuencias de esa corrosiva herrumbre, pagando con creces tan infame deuda ajena, como lo predijo el cura. Lo padecerían durante su adolescencia y temprana madurez, cuando pasión, lógica y razón les arrebatarían la lúdica, la sonrisa y la incerteza a las maravillosas cosas de la vida, entre ellas, la inocencia infantil. La primera víctima de la embestida afectiva de Olegario Perea fue Gilda Mencino. Pese a la coraza con la que ella revistió y protegió, aparentemente, su humanidad; resguardada, también, con las arduas jornadas de trabajo a las que se sometió; no pudo proteger ni endurecer su corazón, ni sus sentimientos inoculados con el letal acíbar del dolor, destilado en el alambique del desprecio en el cual aquel tosco individuo fraguó indolencia con desdén.

La socavó, pese a estar segura de nunca haberlo amado; de nunca haber sido amada; de nunca haber sido feliz... tampoco satisfecha como mujer. La artera actitud de Olegario Perea hacia ella, pero, sobre todo, hacia sus hijos, la sumió en el letargo sentimental, en el averno de la desesperación, en la dehesa de la separación y la orfandad, afectándole sus deseos de vivir e intenciones de continuar en la batalla. Para su esquiva fortuna, en 1960 fue inaugurada en Oroguaní una agencia de la Caja Agraria. Entidad en la cual Gilda fue contratada para que hiciera aseo a sus instalaciones. La recomendó para esa labor pública el hermano de quien años más tarde sería el padre de su tercera hija. Contrato con cargo a pérdidas y ganancias, mediante la modalidad de prestación de servicios. Irregular forma, ¡nómina paralela!, de vinculación a la planta oficial, contraria a las políticas impartidas por el presidente Llerena durante su segunda administración.

El frío del olvidoМесто, где живут истории. Откройте их для себя