En la soledad estridente de su alcoba; hostigada su alma por la muerte de su abuela materna Alcira, y tras recordar el compartido y minúsculo cenizario horizontal en el cual inhumaron sus restos cremados; aquella noche del martes 3 de julio de 2007, un día antes de su cumpleaños número cuarenta y nueve, Olegario Arturo se sintió compelido a encontrar, ¡rápido!, al responsable de sus tristezas y desgracias.
Revisó en su mente la balumba de proyectos de ley, decretos y actos administrativos que pasaron por su corrección. Hizo énfasis en los que, una vez promulgados, según su parecer, contribuyeron, incidieron, con mayor impacto, en su actual y precaria situación económica, laboral y social. Encontró un listado abultado. Entre estos seleccionó los que le significaron a él, a su familia y círculo hasta el tercer nivel de su entorno social, la mayor merma o pérdida de derechos laborales, asistenciales y económicos. De igual forma, tamizó el cúmulo de personajes que tuvieron de forma directa, o en representación de otros, las respectivas iniciativas legislativas y ejecutivas con las cuales, según su concepción abochornada, aquellos buscaban satisfacer sus intereses inicuos.
Con el listado mental de normas y personajes seleccionados hizo una nueva depuración. Se detuvo, por largo rato, en la obra oficial y peculiar manejo burocrático y electorero del entonces gobernante del país: el doctor Abelardo Uribia Morales. Mandatario quien casi una vez por mes; por conducto, desde luego, del padre Alirio; le hacía llegar para que se los corrigiera, discursos, frases para sus memorias, secretos proyectos de ley que presentaría al Congreso vía algún parlamentario afecto a su política de seguridad democrática... Olegario Arturo, además, le llevaba corregidos al señor presidente Uribia, antes de salir al aire, cerca de quince alocuciones radiotelevisadas en directo. Fue cuando, y para su inmediato infortunio, Olegario Arturo lo tuvo acaloradamente claro. Concluyó que el mayor causante de su actual tragedia laboral, económica, social y familiar era él: ¡Uribia Morales!
Según su tocada concepción, él era el gestor, en su época de congresista, de la ley que mercantilizó y deshumanizó la salud en el país. El mismo de las nefastas reformas laborales y pensionales para los menos afortunados; es decir, para el ochenta por ciento de la clase obrera, la de los empleados. El artífice de los cierres de hospitales públicos y la privatización de empresas estatales productivas. El causante de la aberrante disminución de la inversión social para favorecer el gigantismo de la organización de defensa nacional y la infraestructura requerida, ¡exigida!, por los grandes capitales internacionales para explotar las más rentables actividades industriales y comerciales nacionales y extraer, sin conmiseración alguna, los vernáculos recursos naturales; eso sí, con mínimos riesgos para ellos y casi cero índices de reinversión y transferencias para el saqueado país, pensó y sintió asfixiarse.
Creía Olegario Arturo que Uribia Morales era, no solo el aliado de la banca privada y sus onerosos intereses para las clases menos favorecidas, sino el que incrementó los impuestos, en especial el IVA, a la canasta familiar, y logró los más altos e irreversibles índices de pobreza, miseria y desigualdad social en todo el territorio patrio. Estas eran algunas, entre muchas otras circunstancias adversas, las que Olegario Arturo le endilgaba a ese político. Gobernanzas y actos privados de su autoría que afectaron e impactaron mi vida de forma directa e inexorable... no solo a mí, también, a mi familia y a los ubicados hasta el tercer círculo de mi entorno social, comenzó a concluir, con odio recóndito. Ajenjo que amarga las papilas gustativas de los sin nada, agravándoles su heredada nostalgia social que les enferma el alma. El doctor Uribia, lo culpó, juzgó y condenó, era, a su vez, el responsable de que Gilda, su madre, careciera de la asistencia y atención médica adecuada, oportuna; como tampoco, del suministro completo de medicamentos. Él era el responsable de la angustia que le agudizaba la depresión a esa pobre mujer de setenta y dos años, ante la incertidumbre política, administrativa y económica de lo que iba a pasar con su pensión, con su servicio médico, con sus fórmulas y medicamentos. Ahora que Uribia decidió el cierre y trasteo inconsulto de sus afiliados y beneficiarios, y nadie sabe ni da razón alguna para dónde, ni cuándo, ni cómo, seguía elucubrando, cada vez con mayor e incendiario ardor en sus vísceras.
DU LIEST GERADE
El frío del olvido
Historische RomaneOlegario Arturo Mencino decidió hurgar en su pasado. Necesitaba averiguar la razón de su precaria vida. Gilda, su progenitora, le compartió parte de la historia familiar, afín con la de su maltrecha patria, inmersa en intestinas idolatrías, odios, e...