Desquite del destino

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A lo largo de esos últimos veintidós años, y desde su inusual y fantástico encuentro con Zoila, la adivinadora de su infancia, allá, en El Fresnal, departamento del Tomima, Gilda fue construyendo imágenes de aquella escalofriante historia, sin lograr, o querer, concatenarlas en secuencia lógica para su mejor comprensión. Lo hizo a partir de sus subrepticias y nunca a nadie comentadas lecturas hechas en los cunchos de la taza de chocolate, ya en la de algún pariente suyo, ya en la de algún paisano, o en la propia.

Gilda lo tuvo claro, o lo vino a creer, hasta cuando ahí, en el parque central que se convertía en plaza de mercado los domingos, tras concluir de montar el toldo donde vendía cerveza a los campesinos y comerciantes que llegaban a negociar los productos de Oroguaní, a las ocho de la mañana del 3 de marzo de 1963, escuchó el estridente rumor que, cual trueno social, invadió la campiña oroguanense. Estaba con su hijo Olegario Arturo, de cuatro años y ocho meses, cuando se enteró.

—¡Mataron a Bernardo Mencino! —alguien gritó desde la esquina nororiental de la plaza, casi desde la puerta del café de Olegario Perea.

De inmediato se produjo una avalancha de gente camino a La Guasimalera tras las autoridades municipales y policiales que partieron hacia aquel sitio a constatar e "investigar exhaustivamente" los hechos, así como a efectuar el levantamiento del cadáver. El sacerdote interrumpió el oficio, el de los conservadores, y se sumó a la romería. Sobra decir que ese día tampoco hubo misa de once, la de los liberales.

A esa hora, y mientras su hija mayor paraba el tenderete en la esquina del parque, Alcira, en la panadería de don Paolo Romero, entonaba, sentida y concentrada, uno de los tangos que interpretó Gardel: Yira, Yira, a la par que sacaba del horno de barro, alimentado con leña seca de guamo, la quinta lata con otras veinticinco exquisitas cucas (galletas) de mantequilla. Desde aquel panificador establecimiento se dominaba con fluidez visual el dominguero y comercial paisaje oroguanense. Hasta allí llegó Gilda, agitada, presa de la exaltación, para comunicarle a su progenitora:

—Madre, la gente del pueblo se está marchando hacia La Guasimalera. Dicen que al amanecer alguien mató a mi abuelo Bernardo.

Alcira calló su canto. Luego de infinitos cinco segundos se le escuchó musitar:

Verás que todo es mentira, / verás que nada es amor, / que al mundo nada le importa... / ¡Yira!... ¡Yira!... / Aunque te quiebre la vida, / aunque te muerda un dolor, / no esperes nunca una ayuda, / ni una mano, ni un favor.

Al terminar, suspiró profundo, sin pronunciar palabra alguna. Su mente le ordenó a su rostro estrangular cualquier asomo externo de sentimientos... muy por el contrario de la zafra que se cocía en su alma desde hacía más de treinta años, aliñada con el rutáceo zumo de la corteza del guásimo. Pasaron dos interminables minutos y Alcira permanecía callada, sin decir nada. Estaba como hipnotizada. Ausente de aquel sitio. No se atrevía a pronunciar palabra. Temía que aflorasen a sus labios incontenibles y estridentes gritos de júbilo por la espera, durante tanto tiempo, para saborear el desagravio del destino.

Desde cuando su amante-padre la persiguió para matarla al saber de su primer embarazo, aquel día desde cuando jamás le volvió a dirigir la palabra, y la dejó sola... sí, desde cuando la abandonó a su trágica fortuna, Alcira aliñó en su mente los más inconfesables deseos por escuchar lo que su hija le acababa de decir. Lo que soñó de manera reiterada y enfermiza. Ella esperó, con abyecto sentir, aquel entremés que la vida le estaba disponiendo. Sin embargo, sus labios callaron, no así su comunicación gestual. Pensamiento y sentimiento, aunque casi siempre son acciones racionales, el primero es susceptible de retener; el segundo, inexorable, aflora, explota sin control. Tan pronto Ana Rosario, la esposa de don Paolo, le manifestó que no se preocupara, que ella se encargaba de todo para que se fuera a averiguar qué era lo que había pasado con su padre, Alcira se quitó el delantal y emprendió camino por entre el río humano de curiosos oroguanenses, todos con rumbo a La Guasimalera. Alcira partió con derrotero al sitio al cual no iba desde hacía treinta y un años. También quería comprobar con sus ojos, preñados de dolor y resentimiento humano, que la fuente y razón de su recalcitrante y silente odio que violentaba su mísera existencia, por fin había obtenido su merecido; y poder así, tal vez, sentir algo de paz en su alma atribulada.

Camino a La Guasimalera, mientras el silencio imperaba entre madre e hija, quienes eran rebasadas por los oroguanenses; presos, casi todos, del tan humano y exquisito deseo de saber, de averiguar lo que, a la mayoría, al parecer, no les concernía; Gilda encajó todas y cada una de las piezas, hasta ahora disponibles, del rompecabezas Mencino. El cual completó a lo largo de los siguientes años con los resultados de las pesquisas, de la investigación, de las conclusiones de las autoridades policiales y judiciales y, en especial, de las innumerables complicaciones familiares, los juicios y los pleitos, y de tantas otras desafortunadas situaciones que sucedieron tras el homicidio de su abuelo materno.

Gilda a nadie se lo dijo. Se lo comunicó, en 2007, y solo de manera parcial, a su hijo Olegario Arturo Mencino, ante su conminadora insistencia. Además, al parecer, era inevitable que él conociera con mayor detalle lo relacionado con la descendencia y la vida de los marcados Mencino, y la pandemia subcontinental que aquella historia implicó.

Eran las 10:53 de la mañana cuando Alcira y Gilda llegaron a La Guasimalera. En ese momento finalizaba la diligencia del levantamiento del cadáver. Acción legal efectuada en el patio empedrado, frente a la majestuosa casa principal hasta donde Dulcinea Tercera llevó a su amo tras los tres disparos que le propinó Alfonso Goenaga. Hija y nieta tan solo alcanzaron a ver el ebúrneo rostro de su padre y abuelo instantes antes de ser cubierto por una sábana de terciopelo de color blanco, con tres letras finamente estampadas en una de sus esquinas: EJS, correspondientes a las iniciales del nombre de la nueva, oficial y temporal ama usurpadora de La Guasimalera.

La multitud, como toda persona en Oroguaní, conocedora de que las únicas descendientes legítimas y reconocidas por Bernardo eran aquellas dos humildes y desprotegidas mujeres, abrió instintivamente el paso, permitiéndoles llegar hasta un metro de distancia del occiso. En ese momento el cadáver era rezado y regado con agua bendita por parte del padre Gallego, quien, al notar la presencia silente de las dos mujeres, les dirigió unas casi ininteligibles palabras de condolencia y fortaleza. Además de Alcira y Gilda, trescientos treinta y tres curiosos también fueron ese domingo hasta La Guasimalera. Apeñuscados, rodearon e invadieron la estancia, do pululaba la presencia del adiós y esa pegajosa esencia de la muerte transportada por el respiro de las innumerables matas en flor de aquel paraje. Fúnebre aroma mezclado con el de las orquídeas, con el de los tulipanes, con el de las heliconias de la variedad llamada bastón del emperador, así como con el del azahar de los cafetales cercanos. Estos últimos, entrados en trémulo duelo desde esa luctuosa madrugada, rasgada por el triple trepidar de una carabina que diseminó, sobre el tibio rocío que a esa hora abrigaba los pastizales de la finca, un rancio y criminal olor a pólvora.

Quienes asistieron, en ese instante, de manera recóndita e inconfesa,indemnizaron su picante necesidad de comprobar, de ver al otrora tiempospoderoso y temido gamonal: El Depredador, como lo apodaban en secreto susenemigos y aparentemente amigos, ahí, así: caído a sus pies. Inerme... ¡muerto!Sus copartidarios, por la oportunidad que esa situación significaba para la,por más de treinta años, estancada movilidad municipal dentro del partido. Ademásde facilitar el cumplimiento en Oroguaní de las disposiciones provenientes dela ciudad capital, en torno a la consolidación del Gran Acuerdo Nacional.Aquellos, por las tantas y repetitivas ofensas, desplantes y burlas recibidas.Estos, por la desaparición o muerte de un familiar, de un amigo o conocido,cercano o lejano; ordenada, o endilgada, directa o indirectamente, porBernardo, en alguna época. Ellos, por las deudas nunca pagadas. Los familiares:por la displicencia y maltrato, además de la espinuda expectativa de posiblesherencias. Los conservadores, amén de la recóndita revancha que para ellossignificaba la muerte de Bernardo Mencino, por el despeje del camino políticoen el municipio y la región. Las beatas, los hombres de Dios y el señor curapárroco, por la desaparición del mal ejemplo y la causa del pecado en Oroguaní.Todos, por el morboso y hormonal placer nacional que causa la sangre derramada,la violencia socialmente encrisnejada, la presencia de la muerte, elsufrimiento y el duelo, que no importan en tanto sean ajenos. Mejor, aún, si seasume como el desquite del destino. 

El frío del olvidoWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu