Epílogo

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Meses después

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Meses después.

Hace algunos meses comencé la universidad, soy estudiante de literatura.

Vivir al otro lado de la ciudad, iniciar la universidad y adaptarme a cosas nuevas ha sido una experiencia que jamás esperé llegar a tener, aunque, si lo pienso un poco, esto no es nada comparado a todas las cosas que ya he vivido. Quizás, ir a las clases diarias y hacer trabajos toda la noche es lo más cansado, porque el resto parece tan particularmente agradable que estoy acostumbrándome. Al final de cuentas, creo que tomé una buena decisión al querer estudiar tan lejos.

Cuando llegué lo primero que hice fue instalarme en la residencia, no me lo van a creer, pero mi rommie es la persona que menos esperé. Al principio nos costó un poco llevarnos del todo bien, pero con el pasar de los días hemos tratado de hacer una amistad. Al final de cuentas, Elenth no tiene la culpa de nada de lo que me pasó.

Todos los días hago video llamada con Liz y Holden, que están a kilómetros de distancia en otra universidad. Los extraño a diario y a veces deseo tenerlos cerca, pero me he acostumbrado poco a poco a verlos a través de una pantalla, con la seguridad de que algún día nos reuniremos de nuevo.

A mamá no he dejado de extrañarla, pero cada que puede me envía cosas de comer o regalos. Ella ha estado muy bien, sigue en su trabajo y visita a los abuelos cada fin de semana. La extraño más que nunca, pero sé que puedo contar con ella cuando la necesite.

Tan pronto como pude me uní a varias actividades extras que ofrece la universidad para realizar los fines de semana, algo similar a un trabajo, porque entre menos tiempo libre tenga es mejor para distraerme y no pensar en cosas negativas. También, he conocido muchas personas, mis compañeros de clases son muy atentos y ayudan a todo el que lo necesite.

Los viernes asisto a una terapia con la psicóloga de la universidad, donde ella se encarga de darme consejos mientras yo me desahogo llorando y contándole mis penas. Ha resultado bueno, aún lloro, aún me duele todo lo que viví y aún no he sanado, pero estoy segura de que pronto lo haré. También aprendí que nunca terminamos de conocer a las personas,  que la felicidad no depende de nadie más que uno mismo, que el amor propio debería ser lo principal en la vida y que a veces nos sentimos tan solos que aceptamos el primer amor que creemos merecer.

Pero por primera vez en mi vida, todo está tomando un buen ritmo.

Y esta vez siento que es real.

Y en cuando a aquella ciudad, debo admitir que extraño su clima frío y tomar chocolate caliente mientras miro el exterior por mi ventana, caminar por las calles heladas o empaparme con la lluvia, sentir la brisa helada chocar con mi cuerpo y usar ropa abrigada o gorros de lana. La extraño, tanto así que hace un par de días, después de unos meses, no pude resistir la tentación de volver.

No digo volver para vivir, porque eso no está en mis planes, solo fue un paseo para andar por la ciudad en un día libre que tuve, para visitar a mamá y ver a mis abuelos. Todo por allá sigue completamente igual, el clima no cambia, las personas tampoco. Hasta el lugar donde vivía sigue siendo el mismo, también di un recorrido por algunas partes de la ciudad que me trajeron muchos recuerdos.

Ah, sí, seguro se están preguntando por Rhea. Bueno... ¿Qué decir? No es como que la mala suerte me haya abandonado del todo, además, hubiera sido un milagro no encontrarla teniendo en cuenta que ella tiene esa manía de aparecer cuando uno menos lo desea.

Nos vimos en el parque porque casualmente se apareció mientras fumaba un cigarro, cosa que no se me hizo para nada extraña. Sin embargo, ella si lucía diferente; mirada apagada, más delgada que como la recordaba, un ligero rostro de cansancio porque tal vez había algo que la estaba agotando. Además, su cabello estaba un poco más largo y teñido de negro, hasta noté un par de tatuajes nuevos en sus brazos.

Era completamente diferente a la chica que yo conocí y de la que me enamoré. Hablamos un rato, al parecer su vida no ha cambiado mucho. No entró a la universidad, aún conserva el viejo auto, sigue viviendo en la misma casa y trabaja en una restaurante como mesera. Como era de esperarse, fue grosera y malhumorada, cosa que aún la caracteriza, dijo un par de palabras con sarcasmo y trató de iniciar una pequeña discusión sobre todo lo que pasó entre nosotras.

También me pidió perdón.

No puedo negar que me dolió muchísimo, que mi corazón volvió a acelerarse cuando la vi otra vez, que todos los recuerdos casi ocasionan que terminara derrumbándome nuevamente, aunque tuve la valentía para no ceder. En todos esos meses y con ayuda profesional para mejorar mi estabilidad mental, si algo he aprendido es a ser fuerte.

Fuera de todo eso, fue bueno volver a verla. Me di cuenta de que tampoco le guardo rencor, no podría odiarla a pesar de todo lo que pasó. Y si lo pienso bien, aquella fue una buena forma de cerrar el ciclo para siempre. Porque ya no somos las mismas chicas que tuvieron una historia de amor.

Cuando cayó la tarde, llegó el momento de volver al otro lado de la ciudad y ella se ofreció a llevarme hasta la estación de trenes en ese auto. Sentí un vacío en mi interior cuando recordé todos los momentos que pasamos en aquel auto feo y viejo, momentos a los que en ese instante estaba a punto de ponerles un fin para siempre.

Compré mi boleto para un largo viaje de tres horas, ella se estuvo a mi lado hasta que llegó el momento de subir al tren. Antes de irme, nos despedimos como un par de viejas amigas. Sus ojos estaban algo cristalizados, los míos amenazaban con acabar igual. Pero con la frente en alto y un nudo en la garganta, me di media vuelta y subí al tren. Cuando tomé asiento, desde allí vi por última vez la imagen de la que fue el amor de mi vida, ahí mismo le di fin a aquella historia.

Porque si algo me había quedado claro era que aquella Navaja de la cual me enamoré, no volvería a cortarme nunca más.

Fin

Fin

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NavajaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant