13 | Club de invierno.

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Al soltar aire por mi boca salía un ligero humo similar al de un cigarrillo

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Al soltar aire por mi boca salía un ligero humo similar al de un cigarrillo. Podía jurar que aquella era una de las noches más frías, ni siquiera los dos abrigos que vestía eran suficientes o el hecho de que estaba en un establecimiento con calefacción. Frotaba mis manos entre sí, me maldecía por no llevar guantes y las gélidas brisas heladas que se colaban por la puerta me provocaban escalofríos.

Me encontraba esperando con mucha paciencia a la rubia con cara de culo, que al poco rato apareció, en una pizzería. Ella me buscó con la mirada, haciendo un mal gesto, cuando me encontró al fondo del lugar sonrió y comenzó a aproximarse, tomando asiento frente a mí.

Llevaba una bufanda blanca que cubría parte de su cuello, a diferencia de mí sí usaba guantes. Su atuendo era similar al que todas las personas usaban en invierno, una gabardina larga de color negro, un gorro del mismo color y un pantalón de mezclilla. Esa noche sus ojos estaban un poco oscuros que de costumbre, el azul oceánico en una tormenta.

—¿Qué vamos a hacer? —le pregunté, con curiosidad, una vez que estuvo sentada frente a mí.

—No te lo voy a decir —me respondió con arrogancia.

Creo que ya comenzaba a acostumbrarme al hecho de que ella nunca me diría los lugares o cosas que planeaba, porque le gustaba sorprenderme. Esa noche me pidió que nos encontráramos en una pizzería cercana al parque, porque tenía planes.

Como era fin de semana no se me hizo difícil salir, pues mamá y Frederick se fueron de visita a mis abuelos en el pueblo. Y como me advirtieron que no podía irme de casa sin su permiso, les dije que estaría en el cine con Valentino, estuvieron de acuerdo. Al final de cuentas Valentino terminó agradándome.

Mamá sabía la verdad, que en realidad estaría con Rhea, pero fingió creerse lo de Valentino para que mi padrastro no se molestara conmigo o comenzara a dar un discurso sobre lo mala influencia que era esa chica según él.

Pedimos una pizza de jamón y queso, Rhea insistió en que llevara piña y acabé probándola. Bebíamos Coca-Cola, ella me miró por encima de su vaso y sonrió con malicia. Andaba muy silenciosa y misteriosa, llegué a creer que le gustaba actuar así.

Cuando terminamos de comer salimos de la cafetería y caminamos por las calles ya oscuras, sintiendo el frío en el rostro. Yo supuse que allí acababa nuestra salida, pero Rhea me sorprendió cuando se adentró en una tienda de ropa. Obviamente la seguí, aunque me pareció extraño. Allí el aire estaba más caliente, un aroma a fresas nos recibió junto con una chica amable que se ofreció a atendernos.

La chica nos preguntó en qué podía ayudarnos. Se veía joven y muy alta, mucho más que nosotras, su piel parecía bronceada mientras lucía un largo cabello rizado que le llegaba hasta la cintura.

—Queremos trajes de baño —le informó Rhea, con un tono seco y mostrando ese semblante amargo que la hacía ver intimidante.

La chica nos pidió seguirla, por lo que caminamos detrás suyo en el interior de la tienda. Cuando fui consciente de que Rhea pidió trajes de baño me confundí demasiado, porque debía estar loca como para pensar en una piscina a mitad del invierno, pero se veía tan amargada que ni siquiera le pregunté lo que planeaba.

NavajaWhere stories live. Discover now