Día 1

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—Bridget...—esa voz, es la misma de la mujer que encontré disputando contra el médico en la sala de espera—por favor amor, tienes que despertar...

Pero lo estoy ¿cierto?

—Cariño, han pasado seis meses... por favor, por favor despierta

¿Seis... meses? ¿Tanto así?

—¿Sabes? Ayer caminé por ese puente al que tanto te gustaba ir, hasta hace apenas unos meses atrás...—su voz es tan suave, tan serena, que no es necesario soslayar que me trae calma, ella echa una tenue risa entre sus palabras —¿Sabes qué más? Vi a un anciano vendiendo girasoles en un puesto pequeño y acogedor... había otras flores atractivas, pero sé que los girasoles son tu adoración

¿Lo son?
Algo en mi pecho comenzó a doler, algo me desgarraba hasta llegar por debajo de mis costillas y sentí también por un instante, que esta sensación de melancolía me reconocía como una vieja amiga en vida pasada. Merodeando de un lado a otro en la fresca habitación.

—¡Oh! Y antes de que lo olvide, Elliot fue a casa varias veces para dejarte flores... las recibí y fui a cuidar a tus pequeñas como sueles decirles...

Volvió a escaparse otra risa de sus labios, ella parecía tan contenta, pero yo no... no tengo idea de lo que me está hablando. Me sentí impotente, mi memoria no reacciona a nada de lo que dice, por más que tenso mis músculos o escarbo en cada hemisferio de mi cerebro... no llego a nada... no llego a nada y todo me frustra.

—Todos estamos ansiosos de que despiertes amor—siento el calor de su mano sobre la mía, sus dedos deslizándose como auténticas plumas sobre mis nudillos y, aun si no recuerdo nada, esa sensación hogareña invadiendo mi cuerpo

Pronto escucho como un ligero sollozo sucumbe de su boca, la melancolía de su alma se extiende por la punta de sus finos dedos hasta alcanzarme. Duele. Incluso a mí me duele su agonía. Algo dentro de mí se desploma, ahogando mi presión arterial en un clima templado con brisa.

—Despierta mi niña... por favor, te extraño, te extraño

Tengo ganas de llorar, realmente no sé si está oscuro porque estoy dormida o porque estoy ciega. El pecho me punza fuertemente, se contrae al punto de asfixiarme y ni hablar de ese nudo en la garganta, sofocante y abrupto.

Despierta, despierta maldita sea... ¡Tan solo despierta! ¡Abre los ojos quien quiera que sea! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Quiero ver a esta mujer!

Me digo a mí misma. Frustrada.

—¿Bridget? —dice sorprendida, aclarando su garganta—Oh Bridget... el calor que yacía en mi mano ahora se encuentra en mis mejillas y frente—¡Doctor! ¡Doctor!

Las suelas de sus tacones golpean con fuerza el suelo, el eco de su ausencia me pone nerviosa.

No te vayas...

—¡Doctor! ¡Ha movido sus dedos, por favor venga!

—¿Qué ha dicho?

—¡Que después de meses al fin ha movido uno de sus músculos! ¡Por favor revísela!

Ambos se aproximaban hacia donde me encontraba, de pronto sentí miedo y, sobre todo, me sentí tensa. La áspera y pesada mano sobre mis pómulos me erizó la piel, estaba tan helada que me dieron escalofríos. Además, una extraña luz comenzó a cegar mis ojos, mis pupilas se dilataban conforme aquella luz seguía su trayectoria horizontal.

—Sus pupilas reaccionan correctamente—dice en un hilo de voz

Me quejé, ¡Es obvio que funcionan! Por algo el dolor de mi cabeza reacciona ante ello.

35 días contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora