Capítulo 65

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Los días pasaron y las cosas en casa de Melisa y Arturo se fueron relajando. No es que estuvieran totalmente tranquilos, pero iban mucho mejor.

La tercera semana de julio entró sin dar tregua.

Cuando a principio de mes Melisa le había propuesto a su novio presentarle a su padre y quedó con este en que ese sábado iría a la ciudad a verles, no pensaron que el día llegaría tan rápido.

Habían estado toda la semana arreglando bien la casa. La habían limpiado a fondo, arreglaron alguna cosa que tenían rota y escondieron todo aquello que pudiera causarles problemas con el padre de Melisa.

Martín llegó el sábado por la mañana, poco antes de la hora de comer.

Al oír el coche aparcando en la puerta de casa, Arturo y Martín salieron a recibirle.

El profesor estaba muy nervioso. Aquel día conocería a su suegro, el hombre más importante en la vida de la mujer que amaba y quería caerle bien.

_Buenos días. – Dijo Martín sacando una pequeña maleta del maletero de su coche. – Mel, cariño, ¿este es tu novio?

Ella asintió.

Arturo saludó a su suegro. Después entraron a la casa.

La mesa ya estaba puesta. La pareja había estado toda la mañana cocinando para que el profesor pudiera darle una buena primera impresión a su suegro.

_¿No crees que eres un poco mayor para mi hija? – Preguntó Martín en el momento en el que Melisa había ido a por el postre.

Arturo tragó saliva.

_¿Perdón?

_Me has oído muy bien. ¿Qué edad tienes?

_Hace poco hice los cuarenta y seis. Tengo la edad suficiente para saber qué es lo que quiero, que es a ella.

_Le llevas más de veinte años.

_Eso es justo lo que hace que sepa que a las mujeres no se las trata mal, que se las apoya en vez de pegarlas y hacerlas llorar.

Sin contestarle, Martín se levantó de la mesa. Fue a la cocina y ayudó a su hija a poner las cosas en una bandeja.

_No se lo vayas a decir, pero este hombre me gusta.

Melisa le miró extrañada.

_¿Qué has hecho? – Le preguntó con cierto tono de enfado.

Melisa conocía la forma que su padre trataba a los chicos que se le acercaban y, aunque alguna vez le había ayudado, ese no era el caso.

_He intentado ponerle incómodo recriminándole la diferencia de edad que hay entre los dos. Me ha plantado cara. Me gusta.

Melisa le sonrió y le dio un beso en la mejilla.

_Entonces, ¿Crees que os podréis llevar bien? ¿Te gusta?

_No está mal, hija. – Sonrió. – Parece un buen hombre, responsable y te trata bien. ¿Te hace feliz?

Ella asintió.

_Volvamos a la mesa con los postres y el café, anda, hija. Recuerda, no le digas que me cae bien. Tengo que mantener mi imagen de suegro malo y gruñón que sobreprotege a su pequeña.

Melisa sonrió.

Se sentaron de nuevo junto a Arturo y retomaron la conversación que habían tenido durante la comida.

_Arturo, a qué te dedicas.

_Soy profesor de literatura. Llevo en el mismo colegio de educación primaria y segundaria desde hace más de diez años. Prácticamente llevo ahí toda mi vida laboral.

_Ha sido profesor de Nuria, papá. Era su favorito.

_Es decir, que te gustan las niñas.

_Eso jamás. No vuelva a insinuar algo tan horrible como eso. Que me haya enamorado de su hija no implica que me gusten las mujeres menores que yo, ¿entiende? El animal que hace daño a un niño merece algo peor que la muerte. – Dijo el profesor levantándose de la mesa.

Arturo se había enfurecido realmente con ese comentario. Jamás se le hubiera ocurrido acercarse a una niña, jamás. La infancia, para él, era algo sagrado. Incluso le costó asumir que sentía lo que sentía por Melisa a causa de su edad y eso que ya era una mujer.

_Papá, te has pasado.

_Lo siento. Siéntate ahí de nuevo. – el profesor obedeció. – Solo quiero entender por qué te has enamorado de alguien mucho más joven que tú.

_Melisa es una mujer maravillosa. Es fuerte y lista. No necesita a nadie para seguir, perseguir y conseguir lo que desea. No necesita a un hombre para ser feliz ni para ser perfecta. Tiene las cosas claras. Eso sin contar los dos ojazos tan hermosos que lucen en su angelical cara. ¿Quiere que siga enumerando las enormes cualidades de su hija?

_La conozco bien, gracias.

Arturo se alteraba más a cada momento. No le gustaba lo que estaba insinuando. No le agradaba que pensara que se metía con niños ni que dudara de los sentimientos por Melisa. Tampoco que no viera todas las cosas buenas que tenía su hija y que él sí conseguía ver.

_Relájate, Arturo. Solo te pongo "a prueba". Quiero saber qué tipo de hombre ha elegido mi hija para compartir su vida.

_No tiene que hacer esto para conocerme. Soy transparente. Quiero a Melisa y para ella usted es la persona más importante. ¿Cómo podría querer hacerme pasar por otra persona y engañarle?

_Solo quiero asegurarme de que mi hija no se vuelve a involucrar con personas con... bueno...

_Sé con quién estuvo. Sé lo que le hizo. Me lo ha contado. Al igual que yo le he contado toda mi vida. Sabe que estoy divorciado, sabe por qué me casé, qué hice durante mi matrimonio y por qué me divorcié.

_¿Sabes cuánto le hizo sufrir ese cafre?

_Lo sé. Y no voy a hacerle lo mismo. Eso es de ser muy mala persona.

_Va, va, dejad ya de discutir. Calmad los ánimos.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now