Capítulo 33

475 34 4
                                    

Melisa volvió a sentarse junto a Arturo.

Sentía miedo sin tener motivo alguno, así que se abrazó con fuerza a él. A esto el profesor le devolvió otro abrazo con la misma fuerza.

_¿A qué tienes miedo? – preguntó él.

_A nada. No lo sé. Es que he tenido una pesadilla cuando me he quedado dormida. Malos recuerdos.

_¿Quieres contármelo?

_Hay una razón por la que no puedo acercarme a un hombre, algo que no le he contado a nadie, a absolutamente a nadie.

_Qué es. ¿Quieres contármelo?

Ella negó con la cabeza.

Cerró los ojos.

_No quiero compartirlo, pero creo que es hora de compartir lo que me sucedió. Y, bueno, contigo tengo confianza. Me siento bien a tu lado.

_Bien. Te escucho.

_¿Recuerdas lo que te conté de mi exnovio? – El profesor asintió. – Hay algo que no te he contado. Intentó violarme. Conseguí zafarme por los pelos. Y, bueno, ahora he soñado con eso.

Arturo se puso rojo de rabia. No dejó de abrazarla con fuerza para intentar que se sintiera segura.

_Cuéntame. Qué sucedió.

_Fue el día que salí de la casa que compartíamos. Habíamos llegado de hacerle una visita a sus padres y había discutido con ellos. Él necesitaba desahogarse y nada más entrar en el apartamento donde vivíamos, empezó a quitarme la ropa. Incluso me la rompió. No sé cómo, le di con un jarrón en la cabeza. Él se quedó atontado. Fue entonces cuando salí de la casa. Una vecina, al verme así, me llevó a su casa y llamó a la policía. Después me dejó ropa suya para cambiarme.

Arturo cada vez estaba más enfadado. No podía creerse que alguien pudiera hacerle tanto daño a otra. Menos aún a alguien tan dulce como aquella chiquilla a la que estaba abrazando en ese momento.

Melisa estaba llorando a raudales. No podía dejar de hacerlo.

Se abrazaba a él con fuerza. No quería soltarle ni que él se alejara de ella. Necesitaba sentir que alguien estaba con ella, que no le iban a hacer daño.

_No dejaré que te pase nada. – Aclaró Arturo abrazándola, besando su frente. – No permitiré que nadie te haga daño.

Pasó casi una hora hasta que Melisa consiguió tranquilizarse.

_Lo siento, Arturo. Siento haberme comportado como una niña pequeña.

_¿Cómo no te vas a poner así recordando esas cosas? Melisa, escucha lo que te voy a decir. Nunca permitiré que te pase nada.

Ella volvió a abrazarle. Se sentía muy bien con él, muy tranquila.

_¿Sabes una cosa? – Él negó. – Si hubieras estado soltero las cosas entre nosotros hubieran sido distintas. Me estás ayudando a perderle el miedo a los hombres. Si no hubieras estado casado, si pudiera quitarme de la cabeza que ayer estuviste con tu mujer, quizás te hubiera pedido que te quedaras esta noche conmigo.

_Melisa, entiende una cosa. Contigo quiero tener algo serio, algo estable. Quiero una familia, niños.

_Lo sé, lo sé. Pero a mí me apetece que estés conmigo. En fin...

_Entiendo lo dices. No quieres ser "la otra". Tú nunca lo serías. Para mí, nunca. Por eso jamás me atrevería a tocarte, a proponerte nada. Sé que no te puedo dar lo que quieres, o lo que yo deseo.

Melisa acarició la cara de Arturo con las llamas de sus dedos. Se acercó a él tocándole el pelo.

Le besó.

_Mel, Mel. ¿Qué haces? – Preguntó el profesor alejándola de él. – ¿Estás bien haciendo esto?

_Lo estoy. Solo quiero... Un beso.

Él cogió su cara entre sus manos y respondió a sus deseos, que eran también los suyos.

Arturo, en un acto reflejo, metió su mano por debajo de la camisa de Melisa. Sentía el calor de su cuerpo en sus manos. Era lo mejor que había tocado en su vida.

Melisa, al sentir esto, se retiró inmediatamente. Se alejó de él.

_Lo... Lo siento. – Se disculpó el profesor. – Me he dejado llevar por el calor del momento.

La joven se volvió a acercar al profesor. Se sentó a su lado.

_Lo sé. Lo siento. Está siendo un día un poco raro. ¿Te podrías quedar esta noche conmigo? Tengo habitaciones libres que he conseguido amueblar y tener organizadas. La verdad es que no me gustaría estar sola.

Melisa, queriendo convencerle, puso cara de niña buena.

_Como si tengo que dormir en el suelo. Si quieres que me quede, me quedo a tu lado.

Se tumbaron en el sofá. Se abrazaron.

Arturo se entretuvo acariciando el pelo de Melisa. Le relajaba enredarlo en sus dedos.

_Debería haberme quedado con tu ropa. – Dijo Melisa sin soltarse del profesor. – Así tendrías con qué cambiarte mañana.

_Siempre puedes acompañarme a casa. Podrías... bueno, llevar ropa tuya allí. Así, cuando quieras quedarte viendo la televisión conmigo toda la noche, podrás usar tus prendas favoritas.

_¿Es que quieres que pase muchas noches en tu casa?

_¿En la mía? No. Lo que me gustaría es comprar una para ti y para mí, con un jardín, dos perros y un gato. Quizás ver cómo dos niños rompen las flores que tenemos plantadas en la puerta. Es ahí donde quisiera que pasáramos las noches los dos.

_Sí, pero...

_No lo digas. No menciones a Miriam. Olvidémosla por unas horas. Déjame soñar, déjame imaginarme que puedo tener todo eso.

Melisa le besó. Sintió la necesidad de sentir los labios de Arturo en los suyos, hacer lo que él decía y olvidarse de todo. Aunque quería dejarse llevar, no lo hizo. Se mantuvo a cierta distancia del profesor.

Se quedó dormida abrazada a él. Arturo, tras asegurarse que estaba tranquila, hizo lo mismo.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now