Capítulo 16

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Arturo estuvo en la puerta del banco diez minutos antes de la hora de salida de Melisa.

Cuando la vio salir el corazón le dio un vuelco. Los pocos días en los que no había podido verla se les había hecho eternos.

La saludó cortésmente dándole dos besos.

_¿Y tu mujer? - Preguntó la joven contable. – ¿No ha venido?

_No. Como te dije, las cosas entre los dos van mal, muy mal. Prefiero no tenerla cerca.

_¿Has vuelto a discutir con ella?

Arturo asintió en silencio.

_Bueno, tanto como discutir... Ayer no pasé el día en casa. Ella estaba enfadada porque le dije que, si yo cocinaba en Noche Buena, ella debía limpiar todo el desorden. Como supe que en cuanto me despertara íbamos a tener problemas, decidí pasar el mayor tiempo posible fuera. Imagínate su cara al llegar por la noche.

_Es normal que quiera pasar el día contigo. – Dijo Melisa cogiéndole del brazo. – Son fechas muy señaladas.

_Lo sé, lo sé. Siempre busca algo por lo que discutir y prefiero tenerla lejos para no tener problemas.

_Quizás, si os lleváis así de mal, deberías plantearte el divorcio. Ya me contaste que le prometiste a su padre cuidar de ella, pero esta situación os daña a los dos.

Arturo lo sabía perfectamente. Aun así, se sentía en la obligación de seguir con ella.

_¿Dónde te gustaría comer? – Preguntó el profesor.

_¿Qué te parece en un restaurante chino? Aquí al lado hay uno que está bastante bien.

Al profesor no le pareció mal. Para él lo importante era pasar tiempo con ella.

Melisa, sobre todo, pidió verduras. No quería comer mucho por los excesos de los dos últimos días. En cambio, Arturo pidió algo más pesado. Un poco de pollo y cerdo lo compartieron.

Antes de pedir el postre, Arturo recibió una llamada, por lo que. Era Miriam.

_No voy a ir a comer. – Dijo el profesor sin dejar a su mujer decirle nada.

_¿Con quién estás?

_No te importa.

Sin cruzar más palabra, colgó el teléfono. Lo apagó después para no ser molestado y lo dejó en la mesa.

Esta llamada fue aprovechada por Melisa para dejar el libro que le había encargado a Nuria al lado del plato del profesor. Esperaba que le gustara.

_Perdona. Era Miriam. – Dijo el profesor sentándose, viendo por primera vez el libreto que su compañera de mesa le había dejado. – ¿Qué es esto?

_Un regalo. Son unos pequeños relatos. Espero que te gusten.

_¿Son tuyos?

Melisa asintió.

Arturo no sabía qué decir. Se imaginaba que no los había escrito especialmente para él, pero le agradaba que se hubiera molestado en recoger unos cuantos cuentos en un solo libreto para él.

Ambos pidieron tarta de chocolate con té muy amargo.

Estuvieron en aquel restaurante casi hasta las cuatro de la tarde.

El profesor insistió en invitar y, aunque la joven no quería que él corriera con los gastos de la cuenta o, al menos no con la totalidad, terminó cediendo.

_ ¿Te apetecería hacer algo más? – Preguntó el profesor. – Podríamos tomarnos un café e ir al cine después.

_Realmente no te apetece ir a casa.

_Si, si me apetece, pero no a la mía, no a la que comparto con Miriam.

El profesor abrazó a Melinda. No quería que le viera soltar unas lágrimas. Y, por otro lado, quería agradecerle el regalo.

_No deberías descuidar a tu mujer. Si quieres seguir casado con ella, esto es lo que te toca. Regresa a casa. – Le dijo la joven acariciándole la cara, secándole las lágrimas que aún caían por su cara.

_Al menos déjame acompañarte a la tuya. Me sentiré mejor si sé que llegas a ella bien. Además, me encanta estar contigo. – Sonrió.

Arturo esperaba que el camino hasta casa de Melisa durara lo máximo posible. Intentaba pararse en cada escaparate, en cada cafetería. Quería alargar ese recorrido lo máximo posible y para ello utilizaba cualquier excusa a su alcance.

La joven le miraba. Sabía perfectamente que estaba intentando hacer tiempo, que no quería volver a casa.

Ella sonreía. Esa actitud tan infantil de un hombre de cuarenta y cinco años le hacía reír. Le hacía sentir mucha paz estar al lado de ese hombre.

Para pesar de Arturo, terminaron llegando a casa de Melisa.

_Gracias por comer conmigo. – Dijo el profesor cogiéndola del brazo con suavidad. – Me ha sentado muy bien salir de casa. Y gracias también por el librito. Me lo leeré lo antes posible.

_Espero que te guste.

_Solo siento no haberte regalado nada.

_No me has dejado pagar nada en la comida. ¿Te parece poco regalo?

Arturo sonrió.

Se acercó a ella y, por instinto, intentó besarla.

Melisa, a la cual aquello no le parecía bien aquello, apartó su cara y le dio dos besos en las mejillas.

_Lo siento. – Dijo el profesor viendo como su escritora favorita se alejaba de él y abría la puerta de casa sin decirle nada. – Perdona. Ha sido instinto.

_No te preocupes. Hagamos como si no hubiera sucedido nada. Nos vemos otro día, profesor Pérez.

_Melisa, yo...

_De verdad, Arturo, no te preocupes. Nos vemos otro día. Regresa a casa, con tu mujer. Te echará de menos.

Él agachó la cabeza. No se atrevía a decir nada más.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now