Capítulo 5

556 38 0
                                    


Arturo se había levantado temprano con el único objetivo de ver pasar a Melisa. Esperaba que siguiera pasando por el mismo camino.

La alumna era una chica de costumbre y siempre seguía la misma ruta para ir al trabajo. Por esto Arturo estaba seguro de verla.

Aunque hacía unos días le había dicho que esperaba que pudieran quedar todos juntos, no tenía la intención de invitar a su mujer. Esa situación no era para nada deseable. No quería exponerla a una situación que pudiera ser, como poco, incómoda. Tampoco quería someterse a sí mismo a más tensiones con Miriam.

Le hacía ilusión volver a ver a una vieja alumna como era Nuria. Esas cosas siempre hacían mucha ilusión. Ver a una persona adulta sabiendo qué él, en alguna medida había ayudado a formar, era una situación única. Solo los profesores eran capaces de entender ese tipo de sentimiento. Eso sin contar con que con ella, vería a su mejor amiga.

Solo los miércoles tenía clase a primera hora de la mañana. El resto de la semana solía entrar a segunda o a tercera. Esto le permitía poder ir a desayunar a un bar en la misma calle donde se encontró con Melisa por primera vez. Sabía que pasaría por allí.

Todas las mañanas la saludaba y hablaba durante unos minutos con ella. Eran los minutos del día.

_¿Algún día me responderás a los mensajes que te mando? – Bromeó él.

_Si algún día me decido a mirar alguna de las cosas que me escriben, prometo ver los tuyos los primeros.

Bien era cierto lo que le había decía. Ella no solía estar muy pendiente del móvil. Apenas respondía a sus mensajes.

"Y yo con tanta necesidad de tener noticias tuyas..." Pensaba él a diario.

Mirian se estaba empezando a enfadar. Sabía bien que su matrimonio no había empezado con buen pie y que era por su culpa, por sus engaños para contraer nupcias con él. Era consciente que tenía amantes, lo sabía a la perfección. Él nunca se lo había ocultado. Y hacía mucho tiempo, meses, que no compartía cama con ella.

Nada de eso le importaba. No demasiado, al menos. Lo que le molestaba era que se levantara temprano, que estuviera cada vez más arisco con ella, que ya no se molestara en mirarla. Algo había, algo le ocultaba y, si no era amor por otra mujer, era algo que se le parecía mucho.

Esto hacía peligrar su matrimonio. No le importaba sus infidelidades, pero que se enamorara... Eso sí le dolía.

Sospechaba que su marido le era infiel, pero siempre había vuelto a casa, a su lado. Hasta entonces no se había comportado de esta manera.

Una tarde, poco después de las dos y media de la tarde, saliendo del instituto y justo antes de entrar en el coche, Arturo llamó a Melisa. Mientras sonaba el tono de llamada, el profesor se acomodaba en el interior del automóvil.

_Buenas tardes, señorita García. – Dijo sonriendo, sabiendo que estaba al punto de volver a escuchar su voz.

_Hola, Arturo. ¿Por qué me llamas? ¿Ha sucedido algo?

Él se quedó paralizado. No esperaba ese tipo de saludo.

_No, no sucede nada. Solo... Solo quería hablar un poco. Bueno, si puedes.

_Sí, sí, claro. Estoy haciendo la comida, pero puedo hablar sin problemas. Dime, ¿Para qué me quieres?

_De nada especial. Ha sido un día un poco... Raro, cansado. – Mintió. – Solo quería escuchar una voz amiga.

_¿Qué ha sucedido? ¿Problemas con tus alumnos?

_No. Es decir, nada fuera de lo normal. Me siento cansado y... No lo sé.

_¿No me quieres contar lo que te ha sucedido?

No es que no quisiera contarle nada, es que no tenía qué contarle. Había sido un día normal y corriente dando clase.

_No es eso. Si no es que haya pasado nada grave. Creo que es solo cansancio, la rutina.

_¿No deberías decirle esto a tu mujer? Quizás deberías salir con ella unos días de viaje, un fin de semana romántico. Así te despejarías. A ella seguro que le hace ilusión.

"No, eso nunca. Implicaría salir de la ciudad y no me apetece." Pensó Arturo.

_Ella tiene un negocio al que atender. No puede desatenderlo tan fácilmente. Y no tengo muy claro que quisiera hacerlo.

Melisa se quedó en silencio. No tenía mucha confianza con él y no sabía qué decirle.

_Oye, realmente no sé qué aconsejarte. Ve a tomarte unas cervezas con unos amigos. Eso siempre viene bien. Desahógate con ellos. Te conocen mejor que yo y sabrán cómo guiarte.

_Si, haré eso. Planearé algo con ellos. Pero la verdad es que da pereza salir de casa con el frío que hace.

_Bueno, propón a Miriam una tarde de película y cena romántica. A las mujeres nos encanta esas cosas y es un buen plan para relajarse. Una charla bajo esas circustancias te ayudará a sentirte mejor.

Arturo suspiró. No podía decirle nada de sus problemas con su esposa. Eso implicaría darle muchas explicaciones. Todavía no estaba listo para eso, para contarle por qué se casó con una mujer que realmente no amaba.

_Esa también es una buena idea. – Dijo el profesor. – Gracias por atender mi llamada y dejar que escuchara tu voz.

Tras esas breves palabras, Arturo colgó el teléfono.

Se recostó sobre el respaldo del sillón del conductor y cerró los ojos durante unos segundos.

No podía quitarse a esa chica de la cabeza. Cerró los ojos y se la imaginó a su lado, sentada como su copiloto. No pudo evitar sonreír ante esa situación.

Cuando llegó a casa la mesa ya estaba puesta. Aunque no tenía hambre, se sentó a comer con Miriam. No quería ser descortés y, menos aún, discutir. Sabía que si no probaba bocado iba a arder Troya en aquella casa.

Tras probar un poco de comida, fue a la cama. Estaba cansado, realmente cansado.

Posando su cabeza sobre la almohada se puso a pensar en su alumna.

"¿Por qué no puedes ser tú la que me espere cuando llego a casa?

Melisa, escuchar tu voz al entrar en casa tiene que ser lo más bonito del mundo."

Pasaban los días y por más mensajes que le mandaba a aquella chica, ella no respondía a ninguno.

Se sentía morir.

"¿Por qué me pongo así solo porque una niña no me responda a lo que le escribo? Esto no es normal en mí."

Cada noche soñaba con ella. No era nada especial. Eran pequeñas cosas, insignificantes.

Una noche soñaba que tomaba un café con ella. Otra que, unos amigos y ellos dos iban a cenar. Cosas pequeñas, insignificantes, pero que hacían que se levantara de buen humor.

Las vacaciones escolares de Navidad se iban acercando.

Tres días antes de que se suspendieran las clases, Arturo fue de compras. Quería comprar los regalos de reyes para su mujer y, por supuesto, algo para Melisa. Le hacía ilusión tener un detalle con ella.

El corazón de un profesorTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang