Captítulo 21

468 35 3
                                    

_¿Por qué no te quedas hoy aquí? – Preguntó el profesor sin dejar de acariciar el pelo de la joven. – No tienes que ir a trabajar. Hoy es fiesta. Después de lo que me has contado, no me gustaría dejarte sola.

_Debería darme una ducha y cambiarme. Tengo que volver a casa.

Arturo se levantó y fue al cuarto.

Llamó a Melisa.

_Pruébate esta camisa y estos pantalones. – Señaló la ropa que había dejado en la cama. De su mesilla sacó un paquete de ropa interior masculina sin estrenar. – Pruébate esto también. Te dejaré una toalla y te duchas aquí.

_Arturo, ¿no crees que estás yendo demasiado rápido?

El profesor se estaba perplejo. No sabía a qué se refería.

"Simplemente quiero estar hoy contigo. No quiero dejarte sola tras recordar esos malos momentos."

_Te he dicho que no voy a intentar tener nada contigo por muchas ganas que tenga. No puedo casarme contigo, no puedo formar una familia a tu lado. Si consiguiera tu amor solo te podría hacerte sufrir y eso no me gustaría. Solo quiero hacer que hoy te sientas bien, de verdad.

Melisa titubeó. No estaba segura de si debía quedarse aquel día allí o no. Estaba segura de que los sentimientos de aquel hombre eran buenos, pero no sabía si era conveniente aceptar su plan.

Terminó cediendo.

Cogió la ropa que le ofrecía sin decir nada.

El profesor enseguida le sacó unas toallas y se las dio a la joven, que no tardó mucho en darse una ducha.

Después se duchó él. Salió solo con los pantalones, sin camiseta.

Melisa le esperaba sentada en el sofá. No quería tocar nada sin el consentimiento del dueño de la casa.

Arturo se quedó mirándola sin que esta se diera cuenta. Estaba preciosa vestida con su ropa.

Se sentó a su lado.

Ella se sonrojó. Sonrió.

"¿Por qué me siento tan cómoda sentada al lado de Arturo cuando él está medio desnudo?

Me gusta que tenga estas confianzas conmigo."

_¿No tienes frío?

Arturo negó con la cabeza.

_¿Qué te apetece hacer hoy? – Preguntó el profesor.

_No lo sé.

_¿Sigues teniendo hambre?

Ella negó con la cabeza.

Melisa le abrazó.

Arturo disfrutaba del tacto de la piel de la escritora. La abrazaba y sonreía sin darse cuenta.

"Moriría por que las cosas fueran distintas.

Me encantaría poder besarla ahora mismo, acariciar esa carita de muñeca que tiene.

Verla despertar hoy a mi lado ha sido como entrar en el paraíso. Abrir los ojos y ser ella lo primero que se ve es algo perfecto."

Arturo se volvió a alejar de Melisa. Las cosas, teniéndola cerca, no iban como debería. Todo era una tentación.

_Me... Me está encantando el libro que me regalaste. – Dijo titubeando. – Has mejorado mucho en estos años.

_Gracias. – Sonrió la escritora. – Me alegro que a alguien le gusten mis cuentos. – Se quedó pensativa. - ¿Quieres que te lea un rato?

El profesor sonrió. Le encantaba escuchar a la gente leer; le encantaba que alguien le leyera a él, solamente a él.

Asintió con la cabeza sin dudar.

Arturo le dio el libro que ella le había regalado.

Melisa se sentó en el sofá poniendo las piernas en alto. Le hizo una señal para que se tumbara entre sus dos piernas, apoyando la cabeza en su estómago.

Empezó a leerle.

Pasó toda la mañana y ninguno de los dos se movió de aquel lugar.

La lectura paró a la hora de la comida.

_Señorita García ¿Qué le apetecería comer? Sabes bien que no hay demasiadas cosas en la nevera.

_Te invito a comer fuera. O, si lo prefieres, encargamos comida a domicilio. ¿Te apetecería comida mexicana?

Arturo asintió. Lo que ella eligiera estaba bien.

_Eso sí, quien paga soy yo. – Señaló Arturo.

_No, no, no. De eso nada. Tú ya has pagado demasiadas veces. Ahora me toca a mí.

Arturo negó con la cabeza. No iba a permitir que ella corriera con los gastos de la comida cuando le ha ayudado tanto.

_No me hagas esto. – Replicó él. – No me sentiría bien si te permitiría hacer eso.

_Bien, si no quieres que pague yo, cocinemos algo. Salgamos a la multitienda y compremos algo. No sé, unos espaguetis o algo así. Es algo fácil y rápido. Tienes cebollas y pimientos. Con eso podemos hacer un gran plato.

El profesor asintió.

Salieron a comprar los espaguetis y empezaron a cocinar.

Además de preparar la pasta, los dos e hicieron tomate frito casero.

El corazón de un profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora