Capítulo 22

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Arturo miraba cómo Melisa cocinaba a su lado. Le pedía las cosas y ella se las daba.

"Esto me encanta.

Está preciosa cuando cocina.

¿Cuándo no está ella guapa?"

Se sentaron a comer en el salón.

Cuando terminaron volvieron a sentarse en el sofá. Se tumbaron allí y pasaron dos horas sin hacer nada, sin hacer absolutamente nada.

No solo era Arturo el que se sentía bien estando al lado de la escritora. Ella también se sentía muy bien estando en su compañía.

El profesor puso música suave de fondo para invitó a Melisa a bailar con él.

_Tengo pies de pato. – Le dijo ella para intentar no hacer esta actividad por la vergüenza que le daba.

_Por favor. – Suplicó él. – Hace siglos que no hago nada de esto. – Puso carita de niño bueno. - Me haría mucha ilusión.

La escritora le pisó cuatro veces en diez minutos, pero él quería seguir haciéndolo, quería seguir bailando y sintiéndola cerca.

Pasaron toda la tarde bailando y jugando. Riendo, disfrutando del tiempo juntos.

Después de la cena Melisa regresó a casa.

Salieron de casa. El cielo estaba nublado. Estaba al punto de llover.

_No me gustaría que terminara este día nunca. – Dijo el profesor. – Me lo he pasado genial en tu compañía. He recordado muchas cosas, cosas que creía que estaban muertas ya para mí.

_No seas exagerado, Arturo.

Él se quedó en silencio. Ni el mismo era consciente de todos los cambios que aquella chica había provocado en él en pocos días. Era como si le hubiera despertado de una mala pesadilla en la que no era consciente que estaba.

A mitad de camino se puso a llover. Caía a raudales. Tuvieron que resguardarse en un portal hasta que amainara un poco.

Arturo no paraba de mirar a la chica que tenía al lado. Estaba empapada y aún estaba más hermosa así.

No pudo resistirlo. Todo el esfuerzo que había hecho desde el día anterior no había servido para nada. Se acercó a ella e intentó besarla.

En un principio, Melisa no hizo nada. El profesor se acercó tanto a ella que consiguió rozar sus labios.

Justo antes de que las cosas cambiaran irremediablemente entre ambos, la escritora se alejó de él sonriendo. Salió bajo la lluvia y se puso a bailar. Utilizó aquello como excusa para alejarse de él.

_Bailemos. – Dijo ella acercándose a él y sacándole a mitad de la calle. – Juega conmigo.

Él la abrazó. Le hizo caso. Durante unos minutos estuvieron divirtiéndose de nuevo de la misma manera que en casa del Aturo.

En un momento dado, el profesor se alejó de ella. Cada vez era más difícil no volver a intentar besarla.

La miró durante unos minutos dibujando una sonrisa en su cara. Tenía que respirar profundamente.

Empezó a caer unas gotas. La lluvia comenzó a caer.

_Ven aquí. – Suplicó Arturo. – Te vas a empapar.

_¿Qué más da? Disfruta da la vida. Corramos bajo estas dulces gotitas hasta mi casa.

De nuevo, el profesor se quedó en silencio. La miraba. Le diría a la chica que tenía al lado lo que pensaba, pero no sabía qué era lo que tenía en la cabeza.

_Esperemos un poco, por favor. Vas.

Melisa se tranquilizó. Esas palabras resonaban en su cabeza. "Vas a enfermar". Esas palabras una y otra vez.

_Arturo, quiero quedar algo claro. – El profesor la miró en silencio esperando a escuchar lo que le tenía que decir. – No necesito un segundo padre, no necesito un hermano que me cuide.

El profesor no entendía nada. ¿Por qué decía aquello?

_No es así como te veo. Lo sabes bien. No quiero que enfermes, eso es todo. No veo nada de malo en eso.

Melisa se relajó.

Cogió la mano de Arturo y tiró de él.

_Volvamos a mi casa. Estoy empapada. Quisiera cambiarme la ropa, secarme. Tú también deberías hacerlo.

Arturo sonrió y asintió.

La contable empezó a correr delante del profesor, el cual la seguía sin pestañear, en un total silencio.

Al llegar a la casa, Melisa le invitó a entrar. Estaba empapado y debía secarse antes de volver a su casa.

_No debería.

_¿Por qué?

Arturo permaneció en callado, mirándola muy fijamente. Bien sabía ella por qué no quería hacerlo.

_Estás empapado. Si vuelves sin secarte serás tú el que te pongas malo. Por favor, pasa y sécate.

_Solo... - Titubeó. – Solo déjame un paraguas.

Melisa, convencida de no poder convencerle, le sacó lo que le pedía.

_Cuando lave la ropa te la devuelvo. – Dijo la joven señalando el atuendo. – Prometo no tardar en hacerlo, te lo prometo. – Sonrió.

La chica le dio el paraguas.

Él cogió su mano y, como si de una posesión se tratara, la cogió de la cintura y la besó.

"Qué suaves son sus labios.

¿Por qué siento este calor en mi pecho? He besado a muchísimas mujeres en todos estos años. Sin embargo, el suyo es el único que me causa este sentimiento, el único que me hace sentir vivo."

_¡Arturo! ¡Para! ¿Qué haces? – Reaccionó ella dándole un empujón para alejarle de ella. – Creía que las cosas entre nosotros estaban claras.

_Lo siento, Melisa, lo siento.

No sabía qué le había sucedido. No quería aceptar la invitación a entrar en la casa de aquella chica para evitar sentir la tentación de besarla, para alejarse de esa idea.

El profesor no esperó a que Melisa volviera a recriminarle aquello. Sabía que no podía hacer o decir nada para borrar aquel error. Se alejó lo más rápido que pudo sin decirle nada.

Melisa entró en casa y se cambió.

Arturo abrió el paraguas y no lo cerró hasta haber entrado en su nuevo apartamento.

El corazón de un profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora