Capítulo 24

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Melisa no se podía creer que estuviera manteniendo con Nuria esa conversación. Menos aún que estuviera siendo tan duro no aceptar los consejos de su amiga, la cual ya le había advertido de los sentimientos del profesor.

_No entiendo por qué me siento así, amiga. – Dijo la escritora. – Hace muchísimo que no me siento tan bien con un hombre...

A partir de ese día, volvió a encerrarse en sí misma. Cogió con aún más fuerza su trabajo y empezó a estudiar italiano, idioma que llevaba tiempo posponiendo comenzar a aprender.

No quería acercarse al fuego cuando sabía seguro que se iba a terminar quemando. Deseaba alejarse de lo que podía dañarle.

Arturo le escribía cada día. A partir de un determinado punto tenía claro que no quería contestar, pero no podía quitarse la idea que si paraba de decirle cosas se olvidaría de él. Era algo que no podía permitir.

No perdía la costumbre de esperarla cada mañana en el mismo lugar, aunque ella ya no pasaba por allí.

De esta manera, sin tener contacto alguno, llegó el mes de febrero.

A principios de mes, harto de esta situación, de no recibir respuesta alguna, el profesor se acercó por el banco. Habían pasado dos meses sin saber nada de ella y quería que le aclarara el motivo por el que le había estado ignorando durante todo aquel tiempo.

Era consciente de lo que sucedía, sabía perfectamente sus motivos, pero necesitaba aclarar las cosas con ella.

La esperó a la hora de salida del trabajo.

_Melisa. – Le llamó la atención. – Espera. ¿Podemos hablar?

Ella se sobresaltó.

_Tengo prisa, Arturo. – Contestó ella sin detenerse.

_Te acompaño a casa. Así charlamos.

Melisa se paró en seco. Le miró.

_No he contestado a tus mensajes en los últimos meses. ¿Por qué crees que querría mantener una conversación contigo ahora, justo cuando he salido del trabajo?

_Sé que venir a molestarte después del trabajo está mal, que no debería haberlo hecho, pero creo que deberíamos hablar de ese beso, ¿no crees? No quiero perder la relación contigo.

_Arturo, de verdad, estoy ocupada. Aún tengo que hacer la comida y por las tardes estoy yendo a clases particulares de italiano. Apenas tengo tiempo para nada.

_Te invito a comer. No tendrás que cocinar. Tengo el coche aquí al lado, por lo que puedo acercarte después a casa y, si quieres, a tus clases. – Dijo desesperado. – Solo quiero hablar, de verdad.

Melisa se quedó sin excusas que darle. Le había solucionado, en un momento, todos los problemas que pudiera tener para no ir con él, para no tener esa conversación que tan poco le apetecía.

_Está bien, está bien.

Fueron al primer restaurante donde comieron juntos.

Arturo, que aún se acordaba de lo que habían comido, pidió lo mismo que aquella vez que estuvo con ella.

_Melisa, sé que nunca debí besarte. – Comenzó el profesor tras pasar unos minutos sentados en la mesa. – Soy consciente de que eso no estuvo bien. Sabes que, durante aquel día en recién estrenada casa, me contuve las ganas. Las veces que intenté probar tus labios, de verdad, de verdad, no pude controlarme.

_Dejemos las cosas claras. Estás casado y tienes tus razones para no abandonar a tu esposa. Eres mayor que yo. Dime, qué futuro tendría nuestra relación, si es que alguna vez la tuviéramos.

_Soy consciente de eso. Y por eso te dije que no se me ocurriría intentar conquistarte.

_Me intentaste besar varias veces y no paraste hasta que lo conseguiste.

_No te voy a negar que siento algo por ti, pero no puedo... – No estaba seguro de cómo expresar aquello de la forma más correcta. – No puedo divorciarme, por lo que tampoco puedo casarme contigo si es que alguna vez así lo decidiéramos. Si no puedo tener libertad absoluta a la hora de tomar ese tipo de decisiones a tu lado, no...

_Sé a lo que te refieres. – Le interrumpió Melisa. – Ya me lo habías dicho. Quiero que quede claro algo. No voy a ser la amante de nadie.

_Jamás se me ocurriría pedirte algo así, no a ti.

Mel frunció el ceño. ¿Qué quería entonces?

_¿Qué es lo que pretendes?

_Sólo seguir en contacto contigo, seguir llevándonos como antes de... bueno, como antes del beso.

La contable no sabía qué decir. Creía en su palabra, creía en la buena fe que tenía. No le había mentido. Le había contado sobre su mujer y sus aventuras con otras mujeres. Le había dicho que era huérfano y que le encantaría tener hijos. Sin embargo, estaba muy prevenida ante los hombres.

_Arturo, tengo que ir a clase. –Dijo Melisa terminando el café. – Me... ¿Me acompañas a casa? Aun te tengo que dar tu ropa.

Él sonrió.

_Está bien.

_¿Cómo llevas las clases? ¿Se portan bien tus alumnos contigo? - Preguntó ella.

_Son preadolescentes y adolescentes. No atienden, no llevan los deberes hechos, hablan en clase... Bueno, acuérdate de cuando tu tenías esa edad.

_Yo era una rata de biblioteca. Se lo puedes preguntar a Nuria.

_Te creo, te creo.

_¿Te puedo preguntar algo? – Dijo Mel.

_Claro.

_¿Por qué decidiste estudiar literatura y hacerte profesor?

_Los libros siempre me gustaron. Significan viajar a otros mundos totalmente distintos al nuestro. Recuerdo el primer libro que leí. Es algo extraño para un niño de cinco años. Estoy hablando de la Divina Comedia de Dante. Tuve pesadillas durante meses, pero pensé que quizás, si leía más libros, podría vivir muchísimas aventuras, tan buenas como aquella. Y, bueno, ya me ves.

_¿Tan pequeño leías libros tan complicados? – Preguntó Melisa mientras Arturo le abría la puerta del coche.

Él asintió.

_ Y con respecto a la docencia, transmitir los conocimientos que has ido adquiriendo con el tiempo, ver como personas con potencial sacan el máximo rendimiento a lo que le has enseñado, es algo que no se puede comparar con nada.

_Eso es muy bonito.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now