Capítulo 54

420 35 0
                                    


Arturo estaba confundido. Ella aseguraba que quería estar con él y, sin embargo, se negaba a cosas tan simples como la de compartir un techo con él.

_¿Qué me has estado diciendo tú durante un mes sobre el sexo?

_Este fin de semana nos estamos desquitando, ¿No es así, Mel?

_No te estoy recriminando nada. Tenías razón. Las cosas han sido mejor así. Todo tiene su tiempo, su lugar. Con casarnos y vivir juntos pasa lo mismo.

Arturo se resignó.

"Mejor será no seguir por este camino. Si sigo presionando con el tema, terminaré alejándola de mí."

_Es nuestro último día en este pequeño paraíso. Dime, Mel, qué te apetecería hacer.

Melisa miró la cama. Enseguida desechó la idea. Como bien decía Arturo, ese era el último día en aquel maravilloso lugar.

_Deberíamos salir a ver el pueblo, llevarnos algún recuerdo. Hacernos alguna foto en el campo o... No sé. ¿Tú qué crees?

_Está bien.

Se arreglaron y salieron del hotel. Esta vez tenían el firme propósito de durar fuera de la habitación al menos, toda la mañana.

Estuvieron dando vueltas por el pueblo durante horas. Las risas eran abundantes. Era un lugar hermoso para pasear.

En apenas unas horas casi habían llenado el gigabyte de memoria que tenía la cámara de fotos. A cada paso se hacían una.

Se acercaba la hora de comer.

Vieron un pequeño restaurante en una de las calles que salía de la plaza mayor. Era muy bonito.

­El camarero les dio la carta y ellos pidieron.

Al terminar de comer, el empleado del local les llevó un trozo de tarta que ellos no habían pedido.

_Perdona, no hemos pedido esto. – Dijo Melisa.

_Es invitación de la dueña hacia los recién casados. – Contestó el camarero.

La pareja se miró sin entender nada.

_¿Quién ha dicho que estamos casados?

Arturo permanecía callado. Esa situación le hacía mucha gracia. No hacía tanto que habían estado hablando de ese tema.

_Todo el pueblo lo comenta. Todos nos enteramos enseguida cuando hay una nueva pareja de luna de miel. Es del tipo de cosas que todos hablamos durante tiempo.

Melisa comenzó a reírse a carcajadas. No podía creerse aquello, pero le encantaba. Disfrutaba sabiendo que todos creían que estaban casados. Eso significaba que hacían buena pareja.

_Muchas gracias. Por favor, dile a tu jefa que la comida estaba deliciosa.

Arturo estuvo sonriendo durante todo el camino al hotel. No se podía creer que dejara que el pueblo pensara que estaban casados.

_¿Por qué has dejado que creyese que estamos casados? Pensaba que no querías oír ni hablar del tema.

_No tiene nada de malo que lo piensen. Además, algún día lo estaremos. ¿Tiene algo de malo lo que he hecho?

Arturo la abrazó por la espalda.

_Nada, nada en absoluto.

Melisa necesitaba dormir antes de volver a la ciudad. Le preguntó a Arturo que si le importaba que dieran un poco antes de volver a casa.

Arturo se abrazó a ella. Tenía ganas de volver a sentir su piel, pero si ella estaba cansada, no quería molestarla.

Pasada la media tarde cogieron el coche para regresar a casa.

Llegaron cansadísimos. Aunque no habían pasado mucho tiempo fuera de la habitación, las actividades que habían estado haciendo, agotaba.

Arturo dejó a Melisa en su casa.

_Te voy a echar mucho de menos esta noche. – Dijo Arturo sin soltar la cintura de su chica. – No sé si voy a poder dormir.

_Este fin de semana tampoco es que hayas dormido mucho. Seguro que llegas a casa y caes rendido sobre tu cama.

Arturo se quedó pensativo. Después de pasar todo un fin de semana compartiendo sábanas con ella, no quería volver a estar solo.

_Quiero que sea nuestra. – Subrayó el profesor. – Nuestra cama, nuestra casa. Que todo sea nuestro, de los dos.

_Cariño...

_Está bien, está bien. Dejo el tema. ¿Nos vemos mañana?

Melisa asintió.

_¿Me llamas cuando llegues a casa? – Rogó la contable. –Así sabré que has llegado bien.

_Claro.

Melisa estaba agotada. No por haber andado mucho, si no por no haber salido de la habitación.

Veía su cama como sinónimo de descanso.

Estaba feliz. Creía que Arturo no quería tocarla, pero ese fin de semana le había demostrado que lo que deseaba era todo lo contrario, no separarse de ella en ningún momento.

Eso le quitaba un gran peso. Pensaba que no la veía atractiva, que su cuerpo no le gustaba.

Hacía mucho tiempo que no se sentía deseada. Tampoco sentía ganas de estar con ningún hombre, de compartir su intimidad con alguien más.

No podía parar de reír tumbada en le cama. Sentía cada caricia que su chico le había hecho, cada beso.

Arturo, por su parte, estuvo viendo pasar las horas. No podía creerse lo maravilloso que había sido aquel fin de semana.

Por mucho que lo intentaba, era incapaz de dormir. Recordaba cada gemido, cada aliento de Melisa. Aunque sabía que no la tenía al lado, seguía teniendo ganas de estar con ella, de sentir cada centímetro de su piel, de escuchar cómo grita su nombre.

_Mel, hace un rato que estoy en casa.

_Está bien, cariño. ¿Has llegado bien?

_ Sí, pero te echo de menos.

_Yo también. ¿Soñarás conmigo?

_Si puedo dormir, sí. Pero no sé si seré capaz. No puedo dejar de pensar en la pasada noche.

_No tardarás en volver a estar conmigo, en mi cama. Duérmete. Mañana tienes trabajo.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now