XXXVII. El muro, la fuerza y la valentía

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Dejé las llaves en una pequeña caja de madera colgada a media altura en la pared, cuya función era precisamente dar cobijo a las llaves. Me quité la cazadora vaquera y la lancé a la primera silla que encontré a mi paso. Se cayó al suelo. No me molesté en recogerla.

Caminé hasta el sofá y me desplomé como un peso muerto. No sabía si estar sola constituía una buena o una mala noticia. Había pasado el resto del día huyendo cuanto había sido capaz de la compañía humana, pero quizá necesitara hablar con alguien de lo sucedido la noche anterior.

Descarté desde un primer momento llamar a mi prima, que seguía en Bradford, pues todo lo que obtendría de ella sería una buena regañina y una preocupación inmediata que le haría volver en seguida y abandonar esos días junto a Zayn que tanto necesitaban ambos.

Chloe parecía la mejor opción, como venía ocurriendo desde un tiempo atrás. Pero no estaba en casa. Me di un par de golpecitos en la frente, esperando que de esa manera mi cerebro se decantara por detenerse y concederme unos minuto de descanso. Nunca ocurría.

La imagen de Louis junto a esa chica siempre volvía a mi retina, como si hubiera vivido las últimas horas frente a ellos, observando cómo reían, como ella tanteaba los botones de su camisa. Mientras, yo permanecía inmóvil, con mis pies pegados al suelo casi con tanta fuerza como las manos de Louis estaban ancladas a las caderas de esa chica. Sólo los miraba. Sólo podía mirarlos.

Me habían robado la voz. También la esperanza. Y la alegría.

Un gigante muro de unos veinte mil metros de altura se había desplomado sobre mí, aplastándome, hundiéndome y venciéndome. Ahora era la Alice aplastada, hundida y vendida que siempre me había negado a mí misma que iba a ser.

Mi teléfono volvió a sonar. Llevaba todo el día haciéndolo. Probablemente se tratara de Louis, como la anterior vez que había sonado. Y como la anterior. Y como la anterior. Y como la primera del día. No había cogido sus llamadas ni había contestado a sus mensajes. Me decía a mí misma que era muy molesto que no supiera dejarme en paz, pero tampoco me decidía a ponerlo en silencio y aislarme de ello. La realidad era que no podía hacerlo. No cuando de esa forma seguía sintiendo que se preocupaba por mí, que le importaba. Era una sensación falsa, irreal, pero era algo que no podía apartar de mí. Y aunque era falso el aire sentía que respiraba cada vez que mi teléfono volvía a sonar.

Unos cinco minutos después de la última llamada, sonó el timbre. Y supe de inmediato que se trataba de él. Inesperadamente, me llené de valor, de coraje y de fuerza, y me levanté del sofá, secando mis lágrimas y caminando a paso decidido hacia la puerta. Era genial descubrir cómo uno tiene capacidad de sorprenderse a sí mismo en los peores momentos.

Tragué saliva cuando abrí la puerta y lo encontré frente a mí. Del pelo que caía por su frente se deslizaban unas pequeñas gotas de agua y tenía cara de pocos amigos. Volví a tragar, diciéndome a mí misma que desde ese preciso momento sólo podía existir una Alice valiente y fuerte.

- ¡Llevo más de diez minutos abajo! -Protestó, haciendo una mueca-. Ha estado bien la broma de no dejarme entrar mientras bailaba bajo la lluvia, menos mal que me ha abierto una vecina. ¿Vas a arreglar en algún momento el telefonillo del portal? ¿Y por qué no me contestas al teléfono?

Dio un paso al frente pero le corté sus intenciones de entrar permaneciendo quieta.

- ¿Qué haces aquí? -Pregunté.

- ¿Qué? -Respondió, arrugando la frente-. Pues... verte.

- Pues mejor vete, ¿vale? -Luché contra todo para que mi voz sonora decidida-. Y mejor no vuelvas.

More than this | Fan-fic de Louis TomlinsonOnde histórias criam vida. Descubra agora